La Ley

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Era viernes por la tarde. En un rato entraba al trabajo -hasta las veintidós- y mi teléfono no paraba de sonar. Ya varios me estaban armando la noche. Miré el whatsapp.
-Hi there...! What are you doing today? -Kenjo.
-¿Vas para la casa después del trabajo? -Ale.
-Char...! hoy vamos al bajo con María ¿venís? -María.
-Carlos, avisame si vas a estar hoy a la noche que puedo pasar un rato -Samuel.
Y así también Guillermo, Taleh y hasta un número que no tenía agendado me proponía no sé qué. No respondí y salí para el Instituto.
Al final de un día largo -o de lo que yo creía que era el final- salí un rato después de las diez del Instituto y fui a tomar el colectivo. Ya en la parada se acerca un coche, mejor dicho, un patrullero, eran los canas que me cogieron en la autopista.
-¿En qué anda muchacho? -preguntó el acompañante.
-Voy a casa a dormir toda la noche.
-¿Cómo a dormir? hoy es viernes... Suba que lo arrimamos a su rancho.
¿Cómo decirle que no a la policía? Siempre hacen lo que se les da la gana. Aunque no quería subí al patrullero, por segunda vez.
-Hola -me saludó el que manejaba.
Saludé con la cabeza.
-¿Sabe muchacho...? acá con el amigo queríamos pedirle un favor -empezó diciendo el acompañante.
Yo sabía que no me iban a llevar hasta casa gratis, pero no sabía con qué podían salir...
-Hoy es el cumpleaños de un compañero -continuó- y queríamos hacerle un regalito.
-Ajá...
-¿Usté no nos acompañaría hasta la seccional? es un rato nomás.
-Es que estoy algo cansado -dije-. Otro día no hay problema.
-Claro... pasa que el cumpleaños es hoy ¿vio? -insistió-. Es sólo un rato.
Asentí con la cabeza, era inútil y hasta peligroso seguir negándome. Tal vez con un pete el compañero se quedara contento y yo podría ir a dormir.
Llegamos a la comisaría y me llevaron para el fondo, a un calabozo vacío.
-Espere acá muchacho -me dijo el cana.
Me senté en la cama, sucia y bastante dura. ¿Cómo había llegado a esto? Todo por estar cogiendo con Sidy en la camioneta...
-¡Acá está el festejado! -dijo el milico entrando con un viejo gordo y feo.
Me lo acercó, olía a alcohol.
-¿Y muchacho? ¿No le va a dar su regalo?
Parado en frente mío, el borracho esbozaba una sonrisa. Le desabroché el pantalón y agarré su pija apenas gomosa. La empecé a chupar y respondió. Perfecto -pensé- lo hago acabar y me voy para casa, así que me la puse mamar con ganas. El gordo tomaba de una botella de vino que no había soltado. Después de un rato me recostó en la cama: quería coger. Me puso boca abajo -los dos milicos que me habían llevado, más otro que no conocía miraban desde afuera del calabozo- y me sacó las zapatillas y después el pantalón y el calzoncillo. Luego se me subió encima. Ya me estaba puerteando cuando entró uno de los canas del auto.
-¡Espere compañero! -le dijo al gordo-. No le va a entrar así en seco...
Y me pasó la mano -con algún lubricante- por el culo.
-Ahora sí... metalé nomás.
El gordo la metió y se me acostó encima. Entraba y salía y por momentos se le ponía un poco boba, entonces me daba unas nalgadas, yo fingía uno gemidos y se le endurecía de nuevo. Había tomado mucho alcohol y le costaba acabar. Después de un largo rato y varias nalgadas se desplomó encima mío, había terminado. Se levantó y atrás lo hice yo, pero no llegué ni a agarrar el pantalón del piso. El milico que me había lubricado se me puso en frente, me dio la vuelta y me llevó un par de pasos hasta la pared. Ahí me entró y me empezó a coger de parado. El gordo ya se había ido y ahora el cana me llevó hasta la cama.
-Acostate boca abajo -me dijo.
No tenía caso resistirme. Sin limpiarla siquiera me la puso en la boca, mientras el otro -que no conocía- entró con unas esposas. Me puso una en cada mano y cada pie -mientras yo chupaba- y ajustó los extremos a las esquinas de la cama. Así quedé, boca abajo, con los brazos y la piernas extendidas. Luego se me subió y empezó a cogerme. El otro me hizo tragar su leche y salió.
-Muy bien muchacho -dijo antes de irse-. Se está portando bien.
El que me culeaba terminó también, y ahí entró el otro policía de la autopista, que tomó su lugar. Así me fueron cogiendo de a uno, no sé cuántos fueron, en algún momento el que me había acabado en la boca volvió a entrar y también se me subió encima. Después del quinto o sexto perdí la cuenta, pueden haber sido diez, o veinte. Hasta que se hizo de día me garcharon de a uno. Cuando terminó el último vino un milico que no había visto -pero que seguro me había entrado- y me quitó las esposas. Otro me llevo para la pensión. Estaba fundido, tanto que ni me bañé. Caí redondo en la cama y me dormí, mi culo no paraba de chorrear leche.

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