Diez

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—¿Tom Hiddleston? —interrogó incrédula una de las mujeres—. ¿Y tú?

Ella solo ignoró a la fémina que le hablaba.

Hizo su rutina de ir a los casilleros.

Chaqueta, tarjeta para el autobús, mochila.

Dos buses después, llegó a casa.

No era la misma Amelia que ayer.

Se sentó en una de las sillas de su comedor, mientras el hervidor bullía señalando que el agua ya casi estaba lista para su té.

Miró por la ventana mientras revolvía la pequeña taza y se puso a llorar otra vez.

No comprendía por qué se había acercado tanto, ni por qué intentó besarle, todo eso ella lo sentía como crueldad. Había vuelto a enternecer una parte de Amelia que ella misma creía muerta, inhabilidad, clausurada. No podía llegar y arruinar así todo, su soledad, su calidad de incógnita, absolutamente todo lo estaba estremeciendo él con su estúpida y encantadora personalidad.

Ella ya estaba acostumbrada a su estado solitario, no dependía de nadie para vivir, no tenía necesidades afectivas de ningún tipo y así se encontraba perfecto. Tenía cosas más importantes en las que gastar sus horas que en estar fantaseando con el amor.

Ella no.

No tenía remedio.

Ella ya estaba estropeada.

Las personas como ella solo deben mirar el amor de los otros, no vivirlo, porque no saben cómo, no saben qué es el amor, no lo entienden, por lo mismo es que no lo necesitan, pensó la joven.

Amelia decidió que tomaría una de esas píldoras para dormir que había comprado hace un tiempo, ya que por sí misma jamás lograría consolidar el sueño.

Revisó si la alarma que estaba sobre la mesita de noche estaba trabajando correctamente y se durmió al rato después.

Por el otro lado, Tom ya casi no se podía los párpados por el sueño mientras estaba grabando algunas escenas que probablemente no serían incluidas en la película.

Al menos para él no eran importantes.

"¿Cuánto de todo mi esfuerzo será recortado de esta cinta?", pensó Tom disgustado.

Las horas pasaban lentas, y no podía evitar que, hasta en los momentos más inapropiados, Amelia se infiltrara por entre medio de sus pensamientos.

Había sido un idiota.

¿Por qué tenía que ser tan inepto?, no tenía tacto, era un desadaptado y lo peor era que lo era aún más con Amelia, justo con quien debía tener más tino se volvía un imbécil de talla XXL.

La joven de ascendencia rusa significaba terreno inexplorado para Tom, no tenía ningún plan de acción para lograr que ella se interesara en él, porque jamás había conocido a una mujer así. Amelia no caería rendida a sus pies por una simple caja de chocolates o un ramo de flores, había pasado por mucho durante su vida como para ser tan predecible y ordinaria.

Ella era todo menos un fenotipo corriente.

Miró a Ava, quien estaba a unos metros de él.

Ava era alta, perfecta, pornográfica a la vista.

Muy distinta a la muchacha de la comida rápida.

Entonces, ¿Cómo era remotamente posible que Amelia removiera tanto dentro de él?

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