Prólogo

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César

Bajaba la vista para leer las indicaciones una y otra vez, buscando desesperadamente que las letras cambiaran, pero el mensaje seguía siendo igual de claro que el día anterior: uno de ellos tenía que matar a su oponente o ambos morirían. Por fortuna, Guanajuato y Querétaro eran Estados vecinos. Después de pensarlo un poco, César había accedido amablemente a ser él quien viajara, quizá como un último gesto de compañerismo hacia quien se había convertido en uno de sus mejores amigos durante el "juego".

—¿Qué estás esperando? —preguntó César, ya en guardia, listo para pelear por su vida. Le parecía estar soñando desde que había abordado el autobús; un frío espectacular lo seguía a todas direcciones, como si se tratara de su propia sombra, ni siquiera manteniéndose de pie bajo el sol podía conseguir algo de calor.

—¿En verdad quieres hacer esto? —lo cuestionó Dan. El cuerpo de César aún dolía bastante por el reto sobre dejarse atropellar por un automóvil. Recordó con vibras nostálgicas, que tres chicos perdieron la vida al intentar llevar a cabo esa misma barbarie. Ninguno de ellos merecía haber sido seleccionado para formar parte de algo tan enfermo—. ¡Piensa en otras posibilidades! No vimos las muertes de Rosalya ni de Jeremy, puede que ellos dos sigan con vida.

—Dan, no vine hasta Querétaro para charlar. Has visto lo que él es capaz de hacer. Sabes lo que nos pasará si no terminamos con esto. No quiero pelear contigo, pero es la única manera de salvar mi vida —le respondió César con voz temblorosa. Un mes atrás, solía ser un estudiante de preparatoria como cualquier otro, bastante sociable, bueno en los videojuegos, disfrutaba cantar y tocar la guitarra en sus ratos libres, mantenía una buena apariencia y reputación, incluso tenía una novia atractiva. Todo se había ido por el retrete gracias al dichoso juego. Ahora tenía ataques de pánico, las pesadillas y terrores nocturnos lo atormentaban, su aspecto se volvió descuidado, sus calificaciones se desplomaron. En un arranque de frustración, terminó estrellando contra el suelo la guitarra que le regalaron sus padres.

—Pensé que éramos amigos —Dan también lucía bastante demacrado. Las oscuras bolsas bajo sus ojos, una herida a medio cicatrizar en la mejilla derecha, el cabello despeinado y los brazos llenos de vendas, le daban un aspecto abismalmente diferente al chico sonriente y encantador que mostraban las fotos en su perfil de Facebook—. Pero sólo eres otro bastardo egoísta.

—No seas ridículo, ambos queremos lo mismo, de no ser así, ¿por qué estás aquí en primer lugar? —Dan se quedó callado. Un silencio infernal reinó durante varios segundos en el interior de la vieja casa abandonada, como si el repulsivo olor a humedad, basura y las horribles paredes grafiteadas no fueran ya suficiente.

—Debimos elegir un lugar más decente —comentó Dan poniéndose en guardia—. Voy a sentirme mal por tener que dejar tu cuerpo aquí entre la basura.

El fuego se encendió en el pecho de César. El chico se lanzó hacia adelante con un puñetazo directo a la cara de Dan, impactó con fuerza e hizo al otro retroceder entre tropiezos, llevándose ambas manos a la nariz mientras daba inicio un flujo de sangre que rápidamente escurrió hasta su barbilla. César lo atacó de nuevo, pero esta vez su contrincante reaccionó más rápido, aún tambaleándose un poco, Dan logró agacharse para esquivar el golpe que iba dirigido hacia su mandíbula y se arrojó sobre César, tacleándolo y tirándolo al suelo con un fuerte estruendo, sacándole el aire. Dan se puso de pie con una expresión adolorida, mientras gotas de sangre caían desde su mentón sobre la camiseta blanca. César rodó un poco para colocarse de lado, sintiendo una enorme presión en el estómago, un dolor punzante que le recorría el pecho cada que trataba de respirar, así como sudor en las axilas y espalda.

—Querías pelear ¿o no? —comentó Dan en tono desafiante, se pasó el antebrazo por los labios para limpiarse la sangre mientras César intentaba incorporarse, ignorando los quejidos provenientes de su abdomen—. ¿Por qué quieres ganar, César? ¿Crees que si me matas todo volverá a como era antes? ¿Volverás a ser popular? ¿Harás las paces con tu novia? ¡Despierta! ¡Nada cambiará! ¡Solo estás haciendo lo que él quiere que hagamos!

—Cierra... —César inhaló profundamente y cerró las temblorosas manos en puños—. ¡La maldita boca! —salió corriendo hacia Dan, empujándolo y cayendo sobre él como una bestia salvaje. César tocaba la guitarra, sus uñas eran considerablemente largas. Las zarpas de sus manos se enterraron en las mejillas del menor.

Dan no pudo contener un atronador grito de dolor cuando sintió cómo la carne de su rostro era destrozada con brutales arañazos propinados por César, la sangre tibia se abría paso hacia el exterior como lluvia filtrándose por el desagüe. Las manos de César se teñían rápidamente de color rojo, cubiertas de aquella sustancia pegajosa con aroma metálico, mientras Dan pataleaba y se retorcía bajo el peso del mayor, sacudía exasperadamente su lastimado rostro, lanzando chorros de sangre y pedazos de carne arrancada en todas direcciones. César no iba a detenerse hasta que Dan estuviera muerto, no importaba cuánto gritara o suplicara, él había perdido prácticamente todo por lo que había trabajado durante sus dieciocho años de vida y ganar era su única oportunidad de recuperarlo.

—Perdóname, de verdad perdóname —decía César y se dio cuenta de que estaba llorando mientras hablaba—. Perdóname, pero tengo que hacerlo —debía apresurarlo, la casa se encontraba casi a las afueras de la ciudad, pero con semejantes bramidos caóticos provocados por Dan, no tardaría en tener a una multitud tratando de averiguar lo que ocurría en el interior. Las manos ensangrentadas de César se posaron alrededor del cuello de Dan, mientras el chico intentaba trabajosamente ver algo a través de la sangre que le cubría los ojos.

Aplicó toda la fuerza que le fue posible, ejerciendo presión mientras luchaba porque sus manos no resbalaran sobre la piel enrojecida de su oponente. La mente de César notó muy tarde, que Dan ya no forcejeaba por liberarse a pesar de que seguía moviéndose. Sintió el estallido de dolor en el estómago como un latigazo de fuego, Dan enfocó las energías que le quedaban en realizar un extenso tajo, cortando la carne y órganos internos a cualquier costo. César gritó y de inmediato saltó hacia atrás, el dolor de sus repentinos movimientos lo envió de regreso al suelo inmediatamente, donde horrorizado tuvo que apretar los dientes para no vomitar al ver cómo sus intestinos se deslizaban fuera de su cuerpo.

—¡¿Qué hiciste?! —gritó César arrastrándose por el suelo hasta que terminó apoyado contra la pared, podía ver el interior de su propia anatomía, veía la sangre salir cual oleaje rompiendo en la costa, podía ver sus órganos. Dan se levantó torpemente, dejando caer de su mano izquierda al piso una navaja de bolsillo ensangrentada—. ¡El trato era sin armas!

Dan le contestó liberando una especie de gruñido asqueroso y espeluznante mientras respiraba con dificultad, tiras de piel y carne maltratada le colgaban como flecos en el sanguinolento rostro. César sentía que las venas se le congelaban, la fuerza poco a poco se le desvanecía, un líquido tibio le nació desde la garganta y le salió por la boca, escurriendo cual saliva, todo ello mientras intentaba inútilmente hacer todo lo posible por sujetarse los intestinos y meterlos de nuevo a su cuerpo. Estaba mareado, le costaba muchísimo respirar, el dolor era insoportable y solo aumentaba, quería vomitar, quería dormir, quería llorar, quería rezar por su alma, pero no recordaba ninguna plegaria. El frío invadía no solo su cuerpo, sino la habitación completa. Dan se tambaleó un par de pasos y terminó cayendo con un resonante golpe.

Fue entonces cuando se materializó junto al maltrecho cuerpo de Dan, una silueta sombría, de estatura mediana, las que parecían ser sus manos portaban como dedos unas garras de obsidiana, la única fuente de color en aquella planicie humanoide de negrura, eran el par de ojos amarillos, brillantes, hipnóticos, letales.

—Felicidades Dan. Treinta y cinco participantes y tú eres el ganador —habló la silueta con una voz profunda y cruel. La vista de César comenzaba a nublarse, el dolor desaparecía poco a poco, comenzó a sentir un peso abrumador en los brazos—. Es momento de la siguiente etapa.

La ultima cosa que vio César, fue al cuerpo de Dan ser levantado en el aire por una fuerza invisible, mientras una bruma negra se expandía por la habitación. Lo último que escuchó, fue el tintineo de varias cadenas.

El juego de PshychopatDonde viven las historias. Descúbrelo ahora