cap l

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Naruto yacía recostado sobre el sofá de la sala. Con su mirada azulada fija en la pantalla del televisor mientras cambiaba constantemente los canales con el control remoto.

-Aburrido, aburrido- musitaba de vez en vez, sin detenerse a observar más de diez segundos para después volver a cambiar de canal. Su padre no tardaría en llegar para la cena y aunque había intentado esperarlo, terminó preparándose una sopa instantánea para apaciguar el hambre.

El hecho de que su madre se fuera a vivir con otro hombre hace apenas cuatro meses lo hacían sentir extraño, un tanto nostálgico por la separación de sus padres. Aunque si bien sus dos progenitores quedaron en buenos términos, aun se sentía incapaz de mirar a su madre cuando ella iba a visitarlo cada cierto tiempo a su casa, primero lo hacía dos veces por semana, empleando el sábado y domingo para pasar tiempo con él, en cambio, el último mes solo acudía una vez por semana y en cierta forma, Naruto agradecía que fuera así.

Ya no estaba tan resentido con ella por haberlos abandonado (a él y a su padre), quien había llorado casi a diario desde la partida de su esposa. Simplemente se sentía abrumado, y quizás…decepcionado.

Kakashi era el nombre de aquel maldito que su madre amaba. Lo había escuchado de los propios labios de la pelirroja la misma tarde que decidiera hacer sus maletas y marcharse para hacer su vida aparte, cansada del desapego de su marido.

Difícil fue elegir con cuál de los dos quedarse, y es que para evitarse todo tipo de peleas y trámites innecesarios (ajenos al divorcio), prefirieron darle a escoger a Naruto con quien quería quedarse. Lo había meditado durante dos días, optando finalmente por quedarse con su padre, quien, devastado, lo miraba suplicante el día que les anunció su decisión.

Los amaba a ambos por igual, sin embargo. Naruto no deseaba ver sufrir más a su padre, él no tenía a nadie más consigo, su madre si, aunque fuera un canalla por haberse entrometido en la relación que duró indemne por casi quince años, justamente su edad.

-Naruto- escuchó la voz de su padre en la entrada principal. Con mucha rapidez, apagó el televisor. Algunas golosinas aun estaban rezagadas en el suelo.

-Rayos- se puso de rodillas para juntar cualquier rastro de dulce presente. A Minato no le gustaba en lo mas mínimo que comiera golosinas por la noche.

Después de guardar las envolturas bajo la almohada del sofá, se encaminó sonriente al comedor, donde un joven rubio de ojos celestes lo esperaba, analizando con detenimiento cierto cuadro en particular, donde se apreciaba Naruto en los brazos de su madre cuando apenas era un niño. Al situar la mirada en el adolescente, no pudo evitar sentir entre aflicción y orgullo, su pequeño había crecido mucho, aunque le faltaba madurar mas, sus facciones estaban más definidas, además se asemejaba mas a él que a su madre, lo cual alimentaba su ego.

Naruto estiró los brazos para desentumirse, llevaba cerca de una hora frente al televisor sin ver nada realmente. El único programa que le gustaba lo trasmitían por la tarde.

-Nueve treinta- infló las mejillas el rubio menor. Indicándole el reloj de pared cerca del cuadro con la fotografía de él. Minato le sonrió cálidamente, nunca solía demorar más de veinte minutos en regresar a su casa. Después de que su esposa se mudara, se había atado al trabajo para evitar deprimirse por lo ocurrido, se culpaba día y noche de que la mujer a la que por tantos años amó se fuera de su lado para vivir con alguien más, ese "alguien" poseía una cabellera plateada y era cinco años menor que él.

-Lo lamento, hijo- alborotó el cabello dorado para seguir de largo hasta la cocina.

-Menos mal que cené- comentó Naruto al no ver señales de la supuesta pizza que su padre llevaría para la cena.

Frozen heartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora