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SOLO ES FELIZ EL QUE ES LIBRE.

SOLO ES LIBRE EL QUE ES LO QUE DEBE SER

No supe qué responder a su bienvenida. Volvieron a sentarse todos, esta vez cerca del mar, en unas pequeñas rocas de diferentes alturas. Cada uno tenía la suya asignada y yo escogí la mía. Formábamos parte de aquel paisaje.

Decidí presentarme.

—Gracias por el recibimiento. Me llamo...

Niño me interrumpió.

—Tenemos pocas normas. Una de ellas es que los nombres pertenecen a la otra vida, la que no nos desea.

»Es por ello que, a no ser que tú, como líder de tu grupo, decidas otra cosa, yo te aconsejaría no decirnos tu nombre hasta que tomes una decisión sobre este tema.

No le comprendía. Era como si no perteneciese del todo a su grupo, como si fuera el líder de otra gente, no entendía de qué otras personas me hablaba. Allí no había nadie más.

La chica joven que parecía mayor intervino para echarme un cable.

—Cada grupo lo forman diez personas; yo fui la última de nuestra generación. Tú has llegado para ver cómo nosotros desaparecemos. Y cuando el último de los nuestros marche, irán llegando, poco a poco, tus nueve. Tú marcarás sus normas, las formas de despediros, de comunicaros... ¿Lo entiendes? Nuestro líder eligió nombre de pintores. Nos dejó un libro con miles de cuadros y escogíamos el pintor que más se asemejaba a quien éramos. Yo me llamo...

Reí, pero sólo reí yo. Aquello iba en serio.

—¿Y no puedo formar parte de vuestra generación? —No sé por qué dije eso—. Quiero decir, habéis perdido a uno... Lo que decís no tiene mucho sentido.

La chica enfadada saltó.

—Hemos perdido ya a cinco. ¿No nos escuchas? Y seguramente perderemos pronto a nuestro líder, que aún está luchando.

»Además, no se habla de los que se han ido. Los que se van ya no están aquí.

»Nosotros no empezamos esto. Si quieres respuestas, sube a esa montaña y allí verás la cantidad de generaciones que ha habido. Están las lápidas de los que decidieron no ser incinerados.

»Esto lleva años, pero lo que no cambia es que los que se van se han ido libres, no necesitan que les retengamos hablando de ellos.

La chica enfadada se marchó. El resto se quedó en silencio. Niño lo rompió.

—Hoy es difícil para ella; mañana será diferente. Es más diurna que nocturna —dijo, contradiciéndose.

Les miré, nadie me había hablado de todo aquello, ni tan siquiera de que sería líder de algo.

Venía a morir, era sencillo.

—No sé si encajo. —Decidí ser honesto.

Tronco rió.

—Te mueres, por lo tanto, encajas. Además, ninguna generación supera los cinco o seis días. Esto es rápido, no serás líder durante mucho tiempo. Si realmente quieres respuestas, ve más allá de las lápidas, justo en la cabecera del volcán. Allí está el que creó esto, te ayudará a decidirte. Todos, tarde o temprano, hemos acabado subiendo hasta allí.

Miré aquel volcán, era bastante alto. No sé si podría o deseaba escalarlo.

—Creía que el Grand Hotel era otra cosa. Me había hecho otra idea.

Todos rieron. No lo comprendí. La chica joven que parecía mayor volvió a ayudarme.

—Esto no es el Grand Hotel. Es aquello...

Señaló algo en medio del mar. Tronco continuó:

—Estamos aquí antes de ir allí. —Volvió a señalar en la misma dirección—. Aquella isla que ahora no se ve es el Grand Hotel, allí te llevan cuando ya no hay nada más que hacer.

Niño fue el último en unirse a la explicación.

—Esto de aquí es vida... Allí se acaba todo.

Miré aquella negrura: no se veía absolutamente nada.

Todos sabían lo que haría. Niño lo concretó con palabras.

—Imagino que querrás verlo con tus propios ojos cuando llegue el alba. Todos lo hicimos. Tan sólo es el Grand Hotel. Que descanses. Me llamo Kandinsky y él Van Gogh —dijo señalando a su perro desorejado.

Todos comenzaron a irse. Tronco me dio una colleja cariñosa con uno de sus muñones antes de marcharse.

—Yo soy Picasso. Es sólo una isla, no te imagines nada más.

La chica que parecía mayor me dio un beso fraternal con el que me recordó a la criatura que llevaba dentro.

—Gauguin. «Sólo es feliz el que es libre, pero sólo es libre el que es lo que puede ser, es decir, lo que debe ser. Para vivir, ¿hay que perder las razones que nos hacen vivir?». Eso dijo él y ésa soy yo. Y la que se ha ido es Dalí. Complicada y surrealista pero única y genial. Buenas noches, guapo.

Y allí me quedé, mirando aquella negrura, esperando que amaneciera: necesitaba ver el Grand Hotel.

El mundo azul ama tu caos-Albert espinosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora