Capítulo 1: La chica del conteiner y el conflicto de intereses

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—Hey, no hagas tanto ruido, es temprano —mascullaba un castaño de ojos claros de unos dieciséis años a su amigo.

Ambos iban caminando por la calle normalmente, como cada mañana. Iban a la escuela, abrigados hasta las orejas, soportando el duro frío de esas horas y esa turbia época. El otro chico era un rubio con rizos que sonreía como si fuera el mejor día de su vida. Siempre lo hacía, claro. Eso era lo que más le molestaba al amigo.

Iba pateando una lata vacía, haciendo eco en las vacías y desoladas calles de aquel barrio deTokio.

—Siempre estás de tan mal humor en las mañanas desde que tu novia te dejó —se reía el muchacho, y el otro se molestó.

—¡Imbécil! —le gritó— Eres tan pesado, no sé por qué te sigo haciendo caso. Me iré por el atajo así llego antes, tú sigue por el camino normal si quieres, idiota —le dijo el chico, desviándose por un oscuro callejón.

—Oye, es peligroso ahí, mejor vayamos juntos.

—Como quieras, idiota...

Ambos siguieron caminando mientras su amigo lo seguía molestando y riendo, haciendo chistes y demás, hasta que el castaño se detuvo en seco, sorprendiendo al rubio.

—¿Qué ocurre, tonto? —le preguntó, todavía riendo.

El chico no contestaba, estaba mirando a un punto que se encontraba a unos diez metros de distancia. El rubio siguió confundido su mirada, y su rostro se desfiguró en el terror por completo cuando vio lo mismo que él: Dos esbeltas piernas desnudas, teñidas de diversos colores fruto del frío y golpes, sobresaliendo de un conteiner gris y sucio de basura.

—Mierda, mierda —repitió nervioso el rubio, paralizado. El castaño, un poco más valiente, comenzó a caminar lentamente a ella.

Cuando llegó miró el interior, y vio el cuerpo entero de la chica, semiacostado entre las bolsas y las botellas. Estaba doblada allí adentro, como si fuese un perro muerto que acababan de tirar y del cual alguien se quería deshacer con apuro.

—Creo que está mu... muerta —dijo, sin parar de mirarla. El rubio no se animaba a acercarse.

Iba a tocarla, y el grito de su amigo lo detuvo.

—¡¿Qué haces?!

—Qui... quiero ver si está viva —le respondió, turbado.

—¡Tú no sabes cómo hacer eso! ¡Llamaré a la policía! —gritó nuevamente el chico, sacando su móvil inmediatamente, temblante y todavía muy nervioso.

El castaño, aún asustado, acercó lentamente su mano. La oscuridad no le dejaba ver bien su rostro, pero estaba observando que tenía mucha sangre y lucía terriblemente mal. No tenía nada de ropa, era lo más horrible que vio en su vida.

Tomó su muñeca, buscándola entre las bolsas de basura, y la encerró en su mano, buscando en medio del silencio —y los gritos de fondo de su amigo a la operadora—, una mínima señal de vida.

—¡Oh por Dios! —exclamó, sorprendido, haciendo que el rubio tire el teléfono del susto.

Se sacó el abrigo, la cubrió con él como pudo, sin sacarla del conteiner.

—¡Olvida a la policía! ¡Llama a la puta ambulancia, está viva! ¡Está viva!

Sus gritos desesperados retumbaron en toda la zona.

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