10 de enero de 2020
Malasaña
"No puedo más con esto Miriam". Esa era la frase que la llevaba atormentando cuatro meses. Bueno, a decir verdad, toda la conversación con Ana se reproducía en su cabeza por las noches en forma de pesadilla y la sobresaltaba en mitad de la madrugada recordándole una vez más, que todo formaba parte del pasado, que ya no iban a volver a tener un "nosotras" , que todo se había terminado.
Esa noche no iba a ser menos, eran las 3 de la madrugada cuando Miriam, con una camiseta ancha y un pantalón de chándal salía al balcón de su piso a tomar el aire mientras fumaba un cigarro y pensaba en qué momento se había jodido todo y lo peor, cómo después de 4 meses seguía sin ser capaz de pasar página. Incluso seguía viviendo en el piso que había compartido con la canaria.
Ana y ella habían tenido una relación que a ojos de sus amigos parecía sana, de confianza y con un tira y afloja contínuo que se había mantenido durante los tres años que estuvieron juntas, pero la verdad es que su principal fallo siempre estuvo en algo tan básico como la comunicación. Por una parte Miriam gestionaba las situaciones de manera más bruta, era capaz de decir en dos minutos las mayores barbaridades que se le ocurrieran, pero no pensaba ni la mitad de ellas y a los pocos minutos rectificaba admitiendo sus errores. Por su parte, Ana actuaba de manera mucho más pausada y sabía que cuando la rubia actuaba así, lo mejor era no escucharla, la parte mala venía cuando Ana se hartaba de escuchar las sandeces de su novia y se ponía a su nivel. Aquello era el comienzo de una guerra que siempre acababa con la peor de las opciones en estos casos: el sexo. Y así fue como acumularon tantas discusiones durante un año que una noche, cuando todo salió a la luz, las verdades dolieron tanto que ninguna de las dos fue capaz de salir con vida de aquella batalla. Era el final de la guerra. Se habían perdido.
6 de septiembre de 2019
Miriam llegaba de trabajar sabiendo que cuando llegara a casa le esperaba una conversación con Ana para la que no estaba preparada. Llevaban dos semanas sin apenas hablarse y eso que vivían en la misma casa y dormían bajo las mismas sábanas. Aunque las dos sabían que el problema real no era ese: Ya nada era lo mismo entre ellas, estaban siendo presas del desgaste y no querían verlo. Esa mañana, antes de salir de casa Ana ya la había advertido de que no entraba en sus planes seguir actuando como si no estuviese ocurriendo nada.
Al llegar a la puerta del piso en el que vivía con su novia desde hacía dos años tomó aire y abrió la puerta dispuesta a solucionar los problemas que venía arrastrando su relación. Ana la esperaba sentada en el salón mientras revisaba en el ordenador su correo electrónico.
- Hola.- Miriam la saludaba apoyada en el marco de la puerta mientras dudaba si acercarse o no-
- Ven, siéntate. - Ana dejaba el ordenador en la pequeña mesa que tenían enfrente del sofá y le hacía hueco a la gallega.- No podemos seguir así Miriam, ¿qué pasa?
- ¿A mí me preguntas qué pasa Ana? ¿Es en serio? La que decidió no hablarme y enfadarse por una tontería fuiste tú, así que no creo que me toque a mí dar explicaciones. - El tono de Miriam era una mezcla entre incredulidad y sarcasmo que Ana no estaba dispuesta a soportar.
- No me lo puedo creer. ¿No ves que nuestro problema no es ese? Que el otro día me hayas soltado una bordería de las tuyas y yo me haya cansado es solo la punta del iceberg. No estamos bien Miriam y estamos empezando a hacernos mucho daño.
Por primera vez desde que la gallega se sentó, sus miradas de cruzaron y se quedaron unos segundos observándose una a otra en silencio. Miriam veía como detrás de las ojeras de la morena se escondían lágrimas y preocupación y Ana veía como a su chica la invadía el miedo mientras lo intentaba ocultar. Las lágrimas que comenzaron a caer por el rostro de la canaria no pasaron inadvertidas para Miriam, que intentó coger las riendas de la conversación aunque no supiera ni que decir.