EL (DES)POSEÍDO

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Parte 3

   Ágatha se encontraba tomando un café con leche en la cafetería a la que solía acudir cuando estudiaba en la universidad, junto con Ani y dos compañeras más, elegían, frecuentemente, ese punto de reunión para realizar trabajos prácticos, estudiar para parciales o repasar y poner en común, técnicas de estudio, a veces extrañaba esos días, realmente le gustaba la carrera, no obstante tuvo que renunciar a aquella vida, pues el estrés que conllevaba su trabajo actual, le había impedido desarrollar, aunque lo quisiera, otro rol que no fuera el que se encontraba desempeñando.
    Apenas iba por la mitad del café, cuando vio ingresar en la cafetería a un hombre vestido de negro, con su siempre visible cuello clerical.
-Lo estaba esperando padre.
-Se me hizo un poco tarde, confesión a última hora -rió mientras llamaba a la moza con el dedo índice.
La joven se acercó para anotar en su agenda electrónica el pedido simple del cura, un cortado doble con dos medialunas dulces.
-Lo llamé porque sé que es experto en exorcismos.

Ágatha conocía al padre Pío desde pequeña, pues siempre visitaba la parroquia junto a su abuela paterna, quien no faltaba ni un solo domingo a misa. Las visitas comenzaron a frecuentarse cuando desarrolló el poder sobrenatural, al que el cura, desde el inicio, catalogó como un don divino, un regalo del cielo, a partir de ese momento, se convirtió en una especie de mecenas, de mentor, con el fin de guiarla y acompañarla en el descubrimiento de ese poder e inclinarlo hacia el bien, darle un fin útil y con él, ser capaz de ayudar a la gente a combatir seres del más allá que conviven, invisibles, silenciosos, en nuestra realidad.

-Gracias- el padre Pío partió en trozos la medialuna y los sumergió en su café.

Una mujer con gesto preocupado ingresó al local y se dirigió, rápidamente, hacia donde ellos estaban, separó una silla para sentarse, no sin antes haber dejado su bolso en el respaldo de la misma.
-Señora Inocencia, mi nombre es Agatha y él es el padre Pío.
La mujer, quien no había cambiado su expresión facial, tras haber rechazado la visita fugaz de la moza del recinto, les narró el inusual suceso que les tocó vivir a ella y a su marido la noche anterior, pues todo se había desmoronado en un abrir y cerrar de ojos, tras haber dejado a su hijo dormido en su cama, a la madrugada comenzaron a escuchar ruidos de muebles moviéndose violentamente, alaridos y risas estruendosas.
-Ninguno de los dos íbamos a suponer jamás lo que vimos -continuó tras tomar dos sorbos de la botella de agua que llevaba consigo.
Narró aquel aterrador momento, cuando ambos, tomados de las manos y armados, inútilmente, con un palo de caña, se encaminaron en cuclillas a la habitación del niño, y, luego de abrir la puerta, descubrieron, con horror, que los muebles no estaban en su sitio, las luces parpadeaban y, quien estaba acostado, reía, insultaba, vociferaba palabras ininteligibles echando espuma por la boca.
-Mi pobre bebé -Sollozaba la señora Inocencia- no era él, ese no es nuestro hijo, todavía no me puedo sacar de la cabeza ese rostro tan horrible y esa sonrisa maliciosa.
-¿Con quién se encuentra en este momento? -indagó el cura, mientras consolaba a la desdichada.
-Mi marido quedó a su cuidado, está acostado, no se mueve de ahí, como si no pudiera hacerlo.
-Es probable que no pueda, algunos demonios necesitan por lo menos dos días de incubación, sin embargo, hay que actuar pronto.

Los tres se retiraron, Ágatha pagó la consumición y comprobó que el padre Pío había dejado la medialuna restante, flotando en el café, lo cual había dado como resultado una masa semi húmeda, y, enseguida, sintió pena por la camarera.

   El coche del cura era pequeño, negro, como si se tratara de un cliché, la señora Inocencia, un poco más tranquila y esperanzada, contó detalladamente el día anterior, a pedido de Agatha.
-Lo desperté a las nueve como todas las mañanas, le llevé el desayuno a la cama y se levantó, una hora más tarde para bañarse y terminar la tarea de matemáticas; lo llevó el papá, como todos los días y le dije que después iba a buscarlo yo. Mientras Benjamín estaba en la escuela, yo fui a la peluquería, no sé si es importante ese detalle, pero antes de las cinco ya estaba en casa, así que conduje hasta el colegio y me quedé en el auto, él ya sabe que me estaciono a dos cuadras porque no me gusta la aglomeración innecesaria de madres en la entrada. En eso, lo veo caminar muy a gusto con un niño al que nunca había visto y, cuando llega hacia mí, me lo presenta, se trataba de un compañerito nuevo, me pidió si podía llevarlo a merendar y le di el visto bueno.

Ágatha y el padre Pío se miraron un instante, como si buscaran la complicidad del otro en una obvia reacción.
-¿Qué ocurrió aquella tarde? -preguntó la detective.
-Nada fuera de lo común, tomaron la merienda, dibujaron, aprovecharon para hacer la tarea mientras yo preparaba la cena.
-¿El niño avisó que se quedaría en su casa? -indagó rápidamente.
-Sí, sí, llamó a su madre desde el teléfono fijo.
-¿Quién lo fue a buscar después?
-Nadie, se fue solo, pero, ¿qué tiene que ver esto...?
-¿Notó algo extraño en ese niño?
-No, no, apenas estuve con ellos.
-¿Qué pasó una vez que se fue?
-Ehhhh... -Mamá oso aguardó unos segundos para acomodar mentalmente las ideas- Llegó mi marido del trabajo, Benjamín estaba muy concentrado dibujando, no quisimos molestarlo, recién lo llamamos para cenar, pero se negó, le dolía un poco el estómago, así que lo dejamos ir a acostarse temprano.
-Llegamos -dijo por fin el padre Pío- la morada de los tres ositos, vayamos a conocer al huésped inesperado, pero esta vez sin bucles dorados.
-Al fin lo veré en acción -sonrió Ágatha.

Agatha: detective paranormalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora