8. We've been friends now for a while

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Héctor

Me había pillado desprevenido porque evidentemente no contaba con que me fuera a ver, pero había salido ileso de aquella pregunta alegando que había ido a dar el aviso de que ya había vuelto, que había vuelto donde estaba empadronado.

Lo cierto es que había estado hablando con el inspector que era el único que estaba al tanto del caso y me había dado el contacto y la documentación de mi hermano con mis huellas para ocultar mi verdadera identidad.

Estaban buscando a los asesinos, yo no era testigo de la muerte de mi hermano. Él me había llamado con una puñalada en un pulmón, una paliza con la que le habían partido una ceja, el labio y le habían roto la nariz. No sentía las piernas y apenas podía respirar.

Ni siquiera había arrancado el coche, pero lo había aparcado en un poco retirado porque me gustaba pasear de noche y más en primavera. No dejaba de pensar en que había recuperado a mi hermano, que podríamos hacer paellas en casa de nuestros padres y que podríamos ir a jugar a las palas a la playa, que yo ya tenía superada a Olivia, que iba a volver a tener una familia. Que iba a tener con quien soplar las velas en mis cumpleaños de nuevo, con quien atragantarme con las uvas el último día del año o con quien abrir los regalos bajo el árbol de Navidad.

Le pedí que no me colgara, que por favor aguantara, que iba a por él. No sé cómo mantuve la compostura. Me dijo que no paraban de repetir mi nombre, que había intentado llegar al coche, pero que no había conseguido escapar.

Lo operaron, le habían roto una costilla y la perforación de la puñalada no era la única que salvar. El médico me dijo que lo habían intentado todo, que no sabrían hasta que vieran su evolución si habían llegado a tiempo.

Tristán le dijo en todo momento a los médicos que era yo, él me pidió mi documentación. Hasta que no llegó la policía y les pudo dar su versión, nadie comprobó las huellas. Alguien pensó que era mejor que creyeran que me habían dado la paliza a mí.

Mi hermano sabía que no se iba a salvar, aprovechamos todo el tiempo que pudimos sin salir de aquella habitación de hospital retirada en la que estábamos en contacto que las menores personas posibles.

Cuando a Tristán le quedaba media hora de vida, me dijo todo lo que no se quería llevar a la tumba. Me había pedido que redactara una carta en presencia del policía vestido de civil que rondaba los pasillos. Firmó dando su consentimiento para que usara su identidad hasta que se hiciera justicia.

Tristán murió sin que yo le soltara la mano, pero no tuvo a Olivia echándole rosas rojas antes de que las palas de tierra empezaran a cubrir el ataúd. No me tuvo a mí llevándolo encima de mi hombro. No tuvo a nuestro padre haciendo lo mismo, porque se hubiera empeñado en hacerlo. No tuvo a un pueblo que lo adoraba. A Pablo y Carlota que lo querían como dos hermanos pequeños que admiraban a un ejemplo a seguir. No tuvo a nadie leyendo unas palabras diciendo lo maravilloso que había sido. Lo único que hicieron fue enterrarlo de noche en la tumba familiar, donde mi madre lo esperaba.

Y todo esto venía porque yo era testigo de un asesinato. De cuatro, concretamente. Había viajado por Oriente Medio un año y medio atrás. Había subido a un barco sin muchas regulaciones, pero que era el medio de transporte más rápido y habitual. Presencié durante una grabación para un reportaje turístico como lanzaban a una familia al mar junto con un bebé y una niña que no tendría más de cinco años. Intenté que pararan y los rescataran, pero me amenazaron con tirarme a mí también después de lanzar mi teléfono al mar. La cámara la pude esconder a tiempo. Y le mandé las pruebas a Philippe, Lexis y Nilda por si algún día pasaba algo. Lo denuncié y el caso se perdió. Lo volví a denunciar una vez que volví a la Unión Europea. Nadie, ni siquiera yo fui consciente del riesgo que corría hasta que la máquina que mantenía a mi hermano con vida espetó un sonido largo y continuo.

DE ALGUNA MANERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora