Correspondencia

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Últimamente. Como respuesta de los últimos acontecimientos. Reflexionó mucho; sobre mi pasado, sobre mi presente y muy poco sobre mi futuro. En medio de mis días de melancólicos recuerdos. Decidí escribir una carta. No para ser titulada como sufridora, o mártir. Simplemente como un ejercicio de reflexión. Como un medio para cerrar y aceptar algo que es parte, pero no esencial de mi yo personal.

Con el siguiente extracto, quiero manifestar un sentir común entre personas de experiencias similares. Experiencias ocultas por la vergüenza que involucra ser testigo del dolor. No demando lastima.  Simplemente busco que las heridas sociales no sean tratadas como tabús. Que la víctima perciba empatía, y el victimario tenga la oportunidad de curar sus heridas. Seguramente sin quererlo en algún momento de nuestras vidas fuimos víctimas o victimarios.

Remitente: ....
Destinatario: el Monstro de mis recuerdos

Tenía quince años. Mi dorama favorito era "Boys over flowers". Tenía mi primer crush. Sin embargo, tenía penumbras, oscuridad. El Monstro sucumbía cada noche en nuestras vidas. Con cada palabra, golpe y mirada rompía alas.

Me sentía frágil, adolorida, invalida, triste, solitaria. Un gran día con toda la valentía que aún quedaba. Salte. Grite. - ¡Basta! ¡Fuera de mi casa! – Le exigí desde lo más profundo de mi corazón. Mis quince primaveras me impulsaban a brillar, salir y comerme el mundo azucarado. Quería verlo, disfrutarlo. Como en los muchos libros que había leído. Abrazarlo y lanzarme a la aventura.

A ti Mounstro que habitaste en mi castillo durante trece años te escribo esta carta:

Mounstro, ¿acaso eres consiente sobre las infinitas veces que tuve miedo, que llore, que cure mis heridas, que sostuve las heridas y el llanto de mi madre? ¿Qué guie los andares de mis tiernas hermanas, de tus hijas? A ti, que destruiste mi infancia. Aquella que no debía ser perfecta, pero si una con recuerdos de alegría. Con gratos recuerdos, con juegos, abrazos, caricias y caprichos consentidos. Mounstro a quien temía con todo mi ser. Te guardaba rencor, rabia. Tú, que me enseñaste la duda, el maltrato, indiferencia, odio y la más profunda tristeza que pude experimentar.

Irresponsable, miserable ser. Se te confió el deber de llenarme de cariño, cuidado y apoyo paternal. Tu que de entre tantos equívocamente fuiste elegido. Te responsabilizo la inseguridad, el dolor, frustración, rencor y rabia de la era de mis quince, y parte de los cuatro siguientes. Tú, que con total brutalidad y desdén injustificado maltratabas física, mental y psicológicamente. Tú, que despreciabas y hacías daño cuando solo debías brindar amor de familia, lo esencial de la infancia. Tú, destructor de la hermandad, la amistad y la alegría que tenía con mis hermanas. Tú, inspirador de mis peores pesadillas, de mis días actuales y de mi infancia pasada. Tú, responsable y precursor de mi cólera injustificada. Ser miserable de mis cuentos y recuerdos casi olvidados. De los recuerdos más dolorosos de mis primeros años.


Debo reconocer que muy poco recuerdo cuando injustificadamente mi mama me golpeaba. Quizás lo hacía por el dolor, por la frustración o segada por tus brutales palabras y actos. Recuerdo que lo hacía hasta el cansancio, yo sin comprender el porqué de tanto dolor, lo soportaba. Cuando los golpes cesaban, mi doloroso cuerpo descansaba en la noche, sin comprender porque, si yo la quería tanto, si no tenía culpa alguna. Sin entender el dolor que ella sentía. Sin entender porque un ser que decía querernos se ensañaba en maltratarla. Demostrabas ira con cada golpe. Paralelamente decías que nos amabas y querías. Tu técnica de manipulación, un cirulo vicioso. Cuyo único fin era demostrar tu supremacía de hombre machista abusador.

Años anteriores, cuando la verdad fue compartida. La caja de pandora fue abierta. Descubrí que tú. Miserable ser. A quien decía papa, no lo eras en realidad. En ese momento, todo encajo. Toda ira tenía sentido injustificado. Injustificado, porque supuestamente el amor que decías tener a mi madre era el mismo amor que le prometiste dar a la hija que ella cuidaba. Mounstro despiadado, porque te ensañaste con ella y con mi familia. Acaso no sabías que tus manías tan brutales destruirían los llamados recuerdos felices. Acaso no tenías corazón. Mala persona, a quien ame cuando inocentemente justificaba tus actos disfrazándolos por amor que erróneamente decías teneros. Miserable ser, inclusive una década después de tu partida, aun desencadenas llanto al recordar el tiempo vivido junto a ti.

Es increíble como el tiempo puede ayudar a perdonar al individuo, pero el olvido sin embargo es muy difícil de conseguir. El olvido. Quizás sea un regalo del tiempo. Considero que el perdón y el olvido son esenciales para superar etapas, que, incomprensiblemente marcaron negativamente.

Tu partida marco un antes y después en nuestras vidas. Ya no estabas en casa. Ya no lo estarías jamás. Sin embargo, tu fantasma, tus manipulaciones no dejaron de perseguirnos durante los años posteriores. Con cada encuentro que tenías con mis hermanas, tus palabras ponzoñosas. Llenas de veneno evitaban que nuestra familia reorganizada despunte hacia la sanación emocional. ¿Seguramente te hacia miserable el saber que ellas y yo llegaríamos a llevarnos bien? Que todas tus sucias maniobras por generar discordia entre nosotras serian inútiles ante la voluntad de la esencia de familia. Costo mucho superar el trauma que dejo una vida junto a ti. Durante la primera etapa de mi juventud te odie y guarde rencor durante cada día. Con la llegada de seres increíbles comprendí que librarse de aquellos sentimientos negativos es la mejor medicina para el alma. No voy a negar que costó mucho. Años, meses, días, horas, noches y sueños en donde me repetía que no debía odiarte o guardarte rencor. Que el tiempo pasa, y las personas cambian. Comprendí que a causa tuya no tenía que odiar u ocultar mi sonrisa permitiendo que la melancolía, tristeza y dolor cubran mi ser. Costo mucho no voy a negarlo. Gracias le doy a la vida, por los suceso y personas que sin saberlo me ayudaron. Ernesto Fidel, hermoso ser que la vida me regalo. Ernesto, llegaste justo a tiempo para llenarme de la ternura y las alegrías que las partidas del ser oscuro dejaban. Recuerdo el día que te conocí. Siempre lo recordare.

Y así quiero terminar. Esta. Tu carta. No me despediré sin antes decirte que te perdono, hace mucho que lo hice. Sin embargo, no creo poder decir que el olvido ha llegado. Esa parte la guardo para el tiempo, y para recordar lo que justamente no quiero para la futura familia que formare si la vida así lo permite. Para criar a mi querida hermana S., ella quien ha sido lo mejor que la vida me ha dado. Ella quien me inspira el más profundo de los sentimientos que jamás he sentido. Ella a quien amo, por quien sería capaz de hacer todo cuando deba con tal de verla feliz. Ella que es la oportunidad que tengo para hacer que las cosas sean diferentes y mejores. Adiós Mounstro, espero que la vida te de paz, tranquila, perdón y te permita sentir amor por los otros, que toda la miseria que sientes sea eliminada y cambiada por felicidad.

Adiós.

No quiero terminar este texto sin antes agradecer a un ser maravilloso, un ser a quien yo considero mi primer amor. Ernesto F. Llegaste con una sonrisa modelo Colgate. Con una mirada tan sincera, divertida y tierna. Fuiste sin saberlo mi luz. Los casi cinco años siguientes fuiste el hilo que sostuvo mi vida. El hilo que me decía que el dolor y la tristeza no perdura. Recuerdo tu mirada, tu amistad, tu calor, tus palabras tan sabias. Y vaya que no eras un erudito de la vida. Simplemente fuiste una bella señal de la vida diciéndome, - "tranquila, respira, descansa, perdona y avanza"-  Sin saberlo, era justamente lo que tanto necesitaba. Una pisca de paz, amor, sinceridad y alegría. Lo necesitaba para cambiar de piel. Para decidir terminar el ciclo e iniciar otro. El tiempo que duraste en mi vida, fue el mismo tiempo que me tomo para evolucionar. Construir nuevos cimientos, sobre una base que tuve que reforzar. Luego de aceptar y perdonar el pasado. Te admiro mucho, demasiado para decirlo solo con palabras. Agradezco cada uno de los gratos recuerdos, consejos y discusiones que ahora permanecen en mi memoria.  Sé que aferrarse y condicionar mi felicidad en base a una persona no es el mejor medio de avanzar, pero sinceramente no encontre otra forma para transitar aquella época. El Mounstro seguramente carecía de amor y empatía, esa es mi manera de entender y perdonar sus actos. No diré que los he olvidado, o que ya no afectan en mis relaciones interpersonales. Simplemente aprendí, que, si quiero avanzar para bien, debo perdonar y con el tiempo olvidar. Olvidar considerando que esas maneras de actuar no son las mejores, que puedo cambiarlas y no repetirlas. Claro que costó mucho, muchísimo en realidad. Recuerdo tener un temperamento de mierda, que mi desempeño empeoro durante el primer año de su partida. Recuerdo que el peso que con lleva ser pilar y sostén de una madre que ha sufrido maltrato familiar es duro. Sobrellevar las constantes manipulaciones que desencadenaban en peleas de hermanas era lo primordial. El manejo de la ira, odio, rencor y perdón es primordial para eliminar toxicidades innecesarias. Comprendí, que mientras más rápido los supere es mejor.

Nuevas etapas permiten poner a prueba lo aprendido con anterioridad. Eso supuso la universidad. A pesar de tener todos los episodios superados, casi en su totalidad. Aún quedaban migajas que difícilmente quería reconocer. Mi timidez y miedo al sexo opuesto era evidente. La etapa de la universidad es una etapa llena de cambios, aprendizajes, superación. Una etapa que de cierta forma termina de perfilar el carácter. Por lo menos, eso es para mí. En fin, esta etapa aún no termina y es por eso que aún no será contada.

















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⏰ Última actualización: Feb 19, 2022 ⏰

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