No te vayas

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SKYLER

Los impulsos eléctricos de su corazón se habían estabilizado hacía poco tiempo. Elizabeth Miller me dijo que podía irme a casa, que ya había hecho bastante con haberla llevado hasta el hospital; sin embargo, algo me anclaba a la niña de Von Willebrand.

Así la había nombrado, porque me resultaba extraño llamarla por su nombre después de todo lo que sucedió, después de que aquel muchacho que parecía estar metido en un problema gordo fuera aprendido.

—No puedes hacer nada más por ella —escuché a mis espaldas la voz de Elliot. El médico que estaba a cargo de internos y prácticantes.

Me mantenía de pie, frente a la ventana de cristal que me dejaba ver a la chica dentro de un sueño profundo. Varios tubos y máquinas se conectaban a su cuerpo y su pecho se expandía de manera artificial. Con dificultad.

—Lo sé... Yo solo...

—Seyffert, ni siquiera estás en servicio —me recordó

Pero no hubo en mis acciones indicio de que fuera salir de aquel lugar, simplemente porque no quería. Porque seguía bastante aturdido, analizando todo lo que acababa de pasar.
No podía apartar de mi cabeza el canto de Edén y las súplicas de Allen, aquella manera en que el chico rogaba porque abriera los ojos. Y ella, muriendo en sus brazos a causa de un impulso de heroísmo.

—Necesitas descansar —dijo Elliot colocando su gran mano en mi hombro —. Ha sido un largo día para ti.

Solamente asentí, y con dificultad avancé mirando por última vez detrás del cristal. En ese momento no lo sabía, jamás hubiera imaginado que esa coincidencia cambiaría mi vida para siempre.

 En ese momento no lo sabía, jamás hubiera imaginado que esa coincidencia cambiaría mi vida para siempre

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—¿Ya saben el diagnóstico?

La voz de Ricardo me trajo a la realidad. No me había dado cuenta del tiempo en qué me mantuve concetrado observando el historial médico de Renée, la paciente sin diagnóstico. Pero sentía que me había remontado al pasado por medio de mis pensamientos.

—Eh, no. Todavía no salen los resultados de la resonancia magnética —dije hojeando nuevamente el archivo.

—Cielos, pero que suerte tienes Sky —comentó y yo bajé el bolígrafo para erguirme y poder ver a Ricardo.

—¿A qué te refieres? —porque no entendía la razón de su comentario.

Ricardo sonrió y se sentó a mi lado, como si fuera a decirme un secreto. Pasó su brazo sobre mi hombro y habló muy cerca de mi oído.

—Me refiero a, no tengo idea de qué fue lo que hiciste para que Alejandra te asignará el caso de esa chica —una sonrisa pretenciosa se formaba en sus labios.

—No entiendo.

Ricardo mojó sus labios y se alejó de mí, me encontraba completamente confundido. No veía nada de positivo estar atendiendo a un paciente que no tenía un diagnóstico claro. No podía crear un programa de terapia si no conocía ese diagnóstico porque si aplicaba algo mal, si preescribía algún ejercicio erróneo muy posiblemente podría perjudicarla.

El Silencio de Sky Donde viven las historias. Descúbrelo ahora