OLIVIA
Lo estaba mirando a los ojos y sentía que sabía la verdad, mi llanto al enterarme de su muerte creo que fue lo suficiente claro como para que no quedara ninguna duda. No pensaba que tuviera que enfrentarme jamás a una pregunta cuya respuesta la había gritado a los cuatro vientos a través de mis acciones, de mi actitud, del impulso con el que había respondido a una noticia así.
¿De qué servía aquel interrogante ahora? Era como meter el dedo en la llaga, en una herida putrefacta y remover con ensañamiento. El problema no era que doliera, había llegado un punto de mi vida en el que había aprendido a vivir con el dolor. La cuestión era qué necesidad había de ir a buscarlo. De llamarlo. De despertarlo.
— Sí.
Algo crujió dentro cuando contesté, porque nada es lo suficientemente real hasta que lo es. Hasta que te abofetea y sientes la rabia carcomiéndote como respuesta. Decirlo, en mi voz y por primera vez le había dado fuerza, le había dado realismo, lo había sacado de un mundo ficticio y había materializado mis fantasías para empujarlas en un acantilado y sumergirlas en las profundidades del mar.
Los sentimientos podían ser como un barco hundido. A veces encallan bajo el mar y nunca se sabe nada de ellos, pero otras veces, las corrientes marinas los remueven y algo flota. Porque son los sentimientos quienes te mantienen vivo y te recuerdan que estás en este mundo, aunque los gusanos se alimenten de los que ya no están, aunque no te guste lo que sientes. Y a veces no tengas más remedio que ponerte una coraza con la que no atreverte ni a pasear por la orilla de la playa para mojarte los pies, por si te llegara un mensaje en una botella y te recordara que no estás muerto, que tus sentimientos tampoco, pero el motivo sí.
Estábamos en penumbra, pero algo crujió también en los ojos que me miraban. No podía seguir callando. No podía mentir más. Era como si toda la verdad se agolpase en mis cuerdas vocales queriendo ser dicha y daba igual si yo estaba preparada para escucharla, daba igual si él lo estaba. No era justo, no era justo porque no se trataba de un desconocido para él. Se trataba de la persona con la que había compartido chupete y cuna. De la persona que más lo había querido y a la que más había querido. Por la que hubiera dado la vida y viceversa. Porque se podían llevar a matar, pero en el fondo, en el fondo eran dos personas con orgullos como dos casas que habían compartido vientre al mismo tiempo.
— Fui una cobarde, con él y contigo, pero me estoy enamorando de ti como no lo he hecho en todos estos años y quiero que funcione, porque, perdóname que sea tan sincera, pero por primera vez no estoy forzando nada, por primera vez me dejo llevar por lo que siento. — El nudo de mi garganta se fue gestando.
— ¿Hasta cuándo? — Preguntó con la voz quebrada.
— Ni siquiera sé si he dejado de quererle, ni a cuál de los dos estoy traicionando con estos sentimientos que no controlo. — Admití siendo consciente de cada palabra que iba diciendo, dejando a las lágrimas hacer su recorrido. — Me he sentido culpable toda la vida por no quererte como lo quería a él y ahora me siento culpable por esto que siento por ti. — Me pasé la mano por la frente, apretándome la sien. — No sé qué hacer para no ser una egoísta y batirme de nuevo en un duelo interno entre lo que debo o no hacer.
— ¿Qué quieres hacer? — Me dijo con la voz pausada, con la paciencia aún en él.
— Héctor no va a volver. — Creo que fue lo más doloroso que había dicho en voz alta. Me tembló barbilla y me mordí los carrillos para proseguir. — Pero también sé que no querría que ninguno de los dos fuéramos infelices, así que, ahora te hago yo una pregunta.
Asintió lentamente intentando encajar toda la información que le iba dando, que nos iba dando, porque no pensaba lo que decía, simplemente, salía de mí, sin poder controlarlo o meditarlo unos segundos.
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DE ALGUNA MANERA
Roman d'amour3 meses. Un reencuentro Secretos. Mentiras. Silencios. Pasado. Muerte. Nacimiento