Puedes abrir los ojos

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SKYLER

—«Guillian Barré».

Repetí en voz baja las dos palabras que jamás hubieran pasado por mi cabeza esa mañana.
Mi pluma se quedó quieta sobre la hoja de papel en donde estaba garabateando, tomando toda la información que podía, porque era la primera vez que conocía a algún paciente con aquella patología.

Renée se encontraba conectada a un respirador, por poco sus pulmones colapsan. Pero gracias al equipo médico estaba estable.

—Doctor Seyffert —escuché detrás de mí la voz de alguien después de que hubiesen golpeado la puerta de madera de la sala de médicos, dejé lo que estaba haciendo y puse mi atención en la enfermera que se encontraba ahí —. La persona que se hará cargo de su paciente se encuentra en la sala de espera. Me pidió la doctora Galena que le informara, ella quiere saber si puede hacerse responsable de darle la información de la paciente Arpero.

—Claro que sí, gracias por venir a informarme.

La enfermera sonrió. No la conocía realmente, sabía que la había topado en diferentes ocasiones en el hospital pero no era alguien a quien frecuentara.

—De nada.

Y así como llegó se fue.

Tomé mis notas y apagué mi computadora portátil. Todavía seguía con las palabras dando vueltas en mi cabeza.

Uno de los peores errores de los médicos es mezclar la vida personal con la profesional. Dejarse llevar por emociones no ayuda en nada.
Me sentía culpable por el deterioro de Renée, porque a mi simple vista estaba confundiendo su diagnóstico con el de Anya; quizá porque seguía sintiéndome culpable de que no pude salvarla.

Caminé a través de pasillo, concentrado. Porque la situación no dejaba de dar vueltas en mi cabeza.

Leonardo tenía razón, de haber hecho aquellos estudios antes, de no haberme confiado en un diagnóstico erróneo; de haber indagado sobre los síntomas, tal vez y solo así me hubiera dado cuenta de qué era lo que sucedía con mi paciente. De esa forma... Ella no hubiera caído en paro respiratorio.

Bajé hasta la sala de espera, en donde los familiares de pacientes internados estaban a la espera de noticias. Varías personas llenaban los asientos, pero ninguno tenía una apariencia similar a Renée. Ninguno parecía ser su familiar.

—¿Todavía no tiene noticias? —escuché la voz de un joven que se dirigía a la encargada de la recepción. No estaba exaltado, pero tampoco se veía tranquilo. Podía percibir su semblante como preocupado.

—El doctor vendrá en cualquier momento a hablar con usted. Le pido que por favor sea paciente.

El chico asintió pasando saliva con dificultad. Y se alejó del mostrador dándole la espalda a la recepcionista.

—Doctor Seyffert —dijo la mujer cuando me acerqué.

—¿Cómo estás, Clarissa? —pregunté. Estaba acostumbrado a saludarla a diario. No era una mujer tan joven, pero tampoco tan mayor. Le calculaba un poco más de treinta y cinco años.

—Muy bien doctor —contestó atenta a mí presencia.

—Me alegra —sonreí —. Sabes, busco al familiar de Renée Arpero.

Los ojos de Clarissa viajaron hacia el joven muchacho que estaba a pocos pasos del mostrador, quién de inmediato, al escuchar el nombre se volteó apresurado.

—¿Tienen alguna noticia sobre Renée? —preguntó sin darme la oportunidad de presentarme. Su pregunta había resultado bastante abrupta.

Asentí y me alejé de la isla, no sin antes darle una Clarissa una sonrisa en agradecimiento.

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