Buscando la fresa perfecta

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Entonces, las historias siempre deberían comenzar con algo entretenido, colores, cosas para imaginar, supongo que jamás fui bueno en ello de escribir porque para empezar nunca fui un buen observador, aquella cortina marrón del salón jamás me llamó excepcionalmente la atención y las hojas en el parque eran irrelevantes hasta que se pegaban llenas de barro a mis botas, creo que, por ello también la historia de las fresas es tan importante, porque me tomé la molestia de pensar en escribirla.

Pero todas las historias tienen un inicio y es difícil tejer sin saber hacer al menos un punto -algo así dijo la abuela de Daniel una vez- así que comenzaré hablando de Daniel, el niño que estaba en busca de una fresa perfecta.

Para empezar, nosotros éramos amigos, buenos amigos, nuestras madres se conocieron por casualidad entre los colores gastados de nuestra muerta y para nada interesante ciudad, lo único lindo que tenía según yo era el cielo, según Daniel todos los rincones eran bonitos, le gustaba el kiosco y la biblioteca, porque siempre fue un niño particular.

El rubio había nacido en una familia perfecta que quizás no era tan perfecta porque se desmoronaría con los años, bonita como una flor, muy bonita, como las rosas, pero de putrefacción rápida, mamá decía que las familias tenían temporadas y debían ser lo suficientemente fuertes para soportarlas todas, y que a veces, para lograrlo, necesitabas arriesgar unos pocos pétalos, pero la madre de Daniel jamás estuvo dispuesta a ello, o eso escuché de su padre mientras ellos discutían y mi buen amigo preparaba un tazón de zanahorias picadas para nuestro campamento de jardín. Así que, Daniel tenía una familia disfuncional.

Ahora, cabe recalcar que Daniel jamás fue un niño disfuncional en lo absoluto, siempre tenía respuestas y soluciones, sabía coser y era malísimo en la guitarra pero un haz en el piano, así mismo era horrible en las cartas y jamás aprendió a leer bien en voz alta, o a pronunciar la m, pero era un buen chico.

Soy malo escribiendo porque abarco muchos temas juntos, pero Daniel era mucho, mucho, muchísimo.

Daniel era también un genio en la pintura y en todo lo que implicase sus manos, las matemáticas y la ciencia siempre fueron complicadas, apostaría cien dólares a que sí a Daniel le hubiesen dado una A+ por inteligencia plena -esa, que implica resolver problemas y ser creativo en vez de saber una fórmula química- hubiese sido astronauta, pero así no funciona, y su padre no lo entendía tampoco, por eso veía a Melanie -su hermana menor- 2 veces al mes, ni más, ni menos, a excepción de navidad, que se volvió por entonces en su festividad favorita.

Daniel también gustaba de la buena cocina aún sin saber cocinar, le gustaban los programas de recetas y los documentales de cosas tan banales como la fabricación de lápices de tinta, cosas que indudablemente me harían bostezar, Daniel era para mí un niño que genera dulzura, y paz, al menos en nuestros primeros años de vida, y no todo iba bien entonces.

Siempre hablan de los niños y su baja capacidad de escuchar y entender, pero entonces yo entendía todo, mamá y sus cuentas difíciles de pagar, horas extras, la mamá de Daniel cuidándome -lo cuál era divertidísimo, pero extrañaba tanto a mi mamá- y finalmente los juicios de gente que usaba lenguaje demasiado complicado como para mantenerse atentos demasiado tiempo, y gritos, extrañezas mías hicieron que tomase la mano de mi madre en plena reunión y preguntase; "¿Por qué estamos resolviendo un problema en los que no queremos gritos, con más gritos?". Los niños entienden, yo entendía que las cosas estaban mal, no en un orden natural, pero eran algo soportables.

Daniel y yo éramos amigos cuando las cosas estaban siendo un poco más malas de lo que deberían, estaba bien, no hablábamos de ello y reíamos mucho, la abuelita de Daniel venía cada cierto tiempo de visita y nos contaba historias de saltamontes que caminaban contra el mar, y de abejas que bailaban vals.

Dann Y Frank En Busca De La Fresa PerfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora