CAPÍTULO XI: SEALIAH

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El camino de regreso a la ciudad fue una tortura. No había dormido, no había descansado, no había comido nada, mis piernas dolían y sentía que en cualquier momento me traicionarían.

Mis extremidades estaban entumecidas por el frío y quería detenerme a dormir.

No lo hagas ―me decía la voz cada vez que los párpados se cerraban―. Si te duermes puede que no despiertes de nuevo, Nicky. Se llama hipotermia.

La ciudad quedaba a un par de kilómetros de donde estaba y no tenía la certeza si la voz en mi cabeza podría mantenerme despierto por más tiempo.

El sol comenzó a salir y el cielo a aclarar, evento que me permitió saber aproximadamente la hora, de la cual había perdido la noción cuando fui inyectado por ese loco.

Me detuve en seco y saqué la pequeña tarjeta que el Castrador me dejó. La luz me permitiría saber lo que decía y, para ser honestos, tenía mucha curiosidad de saberlo.

Una dirección...

Sí, una dirección y una cordial invitación para ir allí en la noche.

Ese tipo realmente era raro y algo me decía que debía temerle a su inteligencia y astucia. Conocía perfectamente sus debilidades y las compensaba con estrategias fulminantes. De alguna manera sentía que debía aprender mucho de él.

¿Irás? ―me preguntó interesada mi voz interna.

―Lo único que sé es que quiero ver a mi hija...

Me sentí aliviado cuando mis pies estuvieron sobre el asfalto de la carretera. Estaba a menos tiempo de llegar con Lindsey y con mi madre, quien estaría muy asustada por no haberme reportado durante toda la noche.

La carretera estaba completamente sola. Posiblemente era el único ser humano a kilómetros a la redonda y esa era la razón por la que no podía ceder al cansancio.

A lo lejos escuché el motor de un auto y levanté mi brazo con mucho esfuerzo, pues parecía que pesaba toneladas al igual que mi pulgar.

El auto negro se detuvo frente a mí y la puerta del copiloto se abrió.

―¿Vas a la ciudad? ―preguntó la joven desde el interior del auto y se sorprendió al ver mi suciedad mezclada con sangre.

―Sí... ―fue lo único que pude decir.

―Sube ―me invitó.

* * *

―Despierta, amigo... ―decía la joven mientras me sacudía ligeramente.

Abrí los ojos y desconocí por un momento el lugar en el que se había estacionado. Ella pareció comprender mis muecas de confusión y se sintió con el deber de darme una explicación.

―Te traje hasta el hospital. No sabía si necesitabas ayuda médica o...

―Está bien. Te lo agradezco ―interrumpí mientras bajaba del auto casi a rastras.

―¿Seguro que estás bien? ―Era extraño que una persona desconocida pudiera preocuparse tanto por otro desconocido.

―Sí..., seguro...

Bajé del auto evitando tener contacto visual con la joven y me perdí entre la multitud. El tiempo se volvía en mi contra. Necesitaba ir por mi camioneta antes de que la policía se enterara sobre el supuesto suicidio de Louis, necesitaba ir con mi mamá, necesitaba una mentira creíble que justificara mi desaparición por un día y necesitaba abrazar fuertemente a Lindsey.

EL PACTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora