Dieciocho

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Posterior a un mes de grabar en Charlottesville, el tiempo se diluyó de forma fugaz entre las manos de ambas personalidades. Las grabaciones se volvieron más tediosas y exigentes, exprimiendo el tiempo de Tom e impidiéndole ver a Amelia a diario como había acostumbrado a hacer.

Era abril, ya casi mayo, y Tom miraba sus maletas deshechas sentado desde la cama, las cuales se había rehusado a poner en orden, sin importar que su vuelo saliera a las doce del día siguiente.

El trabajo ahí ya había terminado, ahora debían ir a Eslovenia para grabar por una semana y luego a la vieja Inglaterra para terminar de rodar el filme, lo cual se estimaba tomaría tres o cuatro semanas más.

Eran las cinco de la tarde con treinta minutos y Tom no podía dejar de pensar en Amelia.

Él sabía que su estadía en aquel lugar no sería para siempre, así como ella también, pero de todos modos preferían gastar el tiempo conversando de otras cosas, mas no del inminente viaje de Tom.

Amelia estaba fuerte, había estado yendo a terapia y a los controles, además seguía todos los consejos del inglés al pie de la letra, y sumado a los ejercicios, la consecuencia de aquello fueron varios kilos menos, aún contando. Su temple y forma de ver la vida habían sido renovados, asumiendo una nueva perspectiva para vislumbrar su existencia.

El invierno ya se había recluido, pero era uno de esos días lluviosos para Charlottesville, lo cual les recordaba con efímera violencia a sus antiguos habitantes que el clima ya no era igual que hace treinta o más años atrás.

Tom tomó el auto a eso de las siete de la tarde, y en un fugaz arranque de ansiedad, condujo con imprudencia hasta la morada de la mujer.

Él tenía un plan y ya era hora de comunicárselo.

Al llegar tocó el timbre, pero nadie atendió.

Lo tocó otra vez.

Y luego otra.

Hasta que una mujer salió a su encuentro, mas no Amelia.

—Hola... —saludó la joven de rasgos asiáticos—. Oye, yo te vi en la lavandería hace un tiempo...

Tom la recordó, esa era la mujer que soltó su cesta al verlo semidesnudo frente a la ventana.

—Hola, sí... —trató de modular—. Busco a Amelia, pelirroja...

—La chica de arriba, sí... —comenzó a pensar—. Creo que la vi entrar al baño de abajo, supongo que el de arriba estaba ocupado, debe estar tomando una ducha...

—¿Puedo esperarla adentro? —pidió Tom—. Llueve muy fuerte y necesito hablar con ella...

La mujer sacó sus llaves y le abrió. El hombre se escurrió con celeridad por el portón y a través de la puerta de la casa.

Agradeció a la mujer, la cual desapareció tras una entrada dentro de la misma morada.

—Thomas...

El hombre estaba tratando de secar su chaqueta con un pañuelo cuando escuchó su voz.

—Amelia...

Caminó rápido rumbo a la muchacha, quien estaba a mitad de un pasillo con el cabello mojado y con su uniforme del trabajo.

—Vine por ti...

Ella lo miró extrañada.

—¿Vienes a despedirte? —preguntó ella, quien había contado cada uno de los días, sabiendo que la fecha de su partida se aproximaba.

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