Camino a la demencia

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Desde que tenía un mediano uso de sus facultades mentales, Peter recordaba la atípica atracción hacia la gamuza en los zapatos altos de su madre.

Tanto May como su tío Ben, siempre coincidieron en que los tacones altos, de aguja afilada eran su predilección a la hora de buscar con que entretenerse en el armario de su madre.

Nunca comprendió a ciencia cierta, muy bien a que se debía, pero en lo que a él concernía, sabía pues, que siempre sus pupilas desvariaban hasta el fin de las largas y esbeltas piernas femeninas, donde el calzado siempre le sonreía.

Luego, cuando cumplió siete años, comenzó a subirse en esas plataformas aterciopeladas que mami usaba para eventos importantes.

Teniendo en cuenta que todas las integrantes de la secta de mamás que visitaban su casa a tomar café cargado y quejarse de sus maridos, compartían experiencias similares en cuanto a sus niños y como gustaban de probarse su colección de zapatos, se dijo que no era nada raro.

Un nene simplemente tenía curiosidad y la usaba.

No obstante, cuando cumplió catorce años y advirtió de que aquella espinita seguía incrustada, y la idea de usar esos zapatos altos y escarlatas que May se ponía para ir a cenar con su tío, aún lo seducía, entonces supuso que algo tal vez no andaba bien.

A menudo, recorría su existencia invirtiendo sus monedas para comprar tenis y distintos tipos de calzado que se esperaría de un chico, varonil, astuto y con pelo en pecho, sin embargo, tras comprar ese nada especial par de figuras insípidas, de diseños simplones, lisos y sin chiste, se pasaba por la cristalería que exhibían el calzado femenino, como no queriendo e intentando lucir lo menos sospechoso, lleno de figuras, corazones, flores, moños, de distintas telas y tacones de diferentes alturas, con colores estrambóticos y algunos más recatados. "¡Qué envidia!" se ponía a pensar, las chicas, tenían una amplia gama de donde elegir, miles de diseños nuevos se presentaban cada año, con diversos toques, diversas formas y diversos estilos, y él, con tres opciones de calzado si tenía suerte. ¡Puaj!.

Posteriormente, comenzó la etapa hormonal, las erecciones matutinas, el vello anidado en el pubis, el olor a muerto que desprendían sus axilas tras la clase de educación física, y las mini depresiones ante los amoríos veraniegos no correspondidos, conjuntamente a sus primeras citas.

Liz Allen pudo haber sido una buena compañera de besos y cartas hechas con grueso papel moreno, era inteligente, exuberantemente linda, y la química burbujeante iba en crescendo. Solía dejar que su cabello cayera por la espalda como una cascada y permitir que algunos mechones acariciaban sus hombros, le gustaban los coles claros y neutros, zapatos bajos y sencillos, accesorios diminutos y una sonrisa de revista. Todo iba bien, hasta esa cuarta cita nocturna, donde se le ocurrió montar los zapatos más sensacionales que Peter había visto. Blancos, con aguja delgada, de unos 15 centímetros, que dejaban al descubierto los pequeños y cuidados dedos de los pies, recubiertos de encaje opaco y transparente que mostraban la piel acaramelada y le conferían una sensual belleza a las dos piernas morenas.

Si Liz dijo algo durante la cita, bueno, los zapatos habían eclipsado cualquier resquicio de sonido que Peter fuera capaz de captar. Y si, el muchacho estuvo babeando, pero no por la belleza griega de la chica, sino por la hermosura obscena del calzado.

Esa noche significó mucho en la vida de Peter, significó despedirse de ese hilo racional de cordura y el inicio a la locura y la demencia.

Cuando llegó a casa, lo primero que hizo fue abrir un catálogo de tacones por internet, revisar su presupuesto, husmear hasta el cansancio para dar con los zapatos de la señorita Allen, y después presionar ese botón que decía "comprar" en talla extra grande.

Esa noche, fue el nuevo comienzo como un muchacho doble cara, que por las mañanas estudiaba y por las noches revisaba catálogos de calzado femenino hasta gastar el poco dinero que ganaba.

Escondía cada par que recibía en bolsas negras bajo su cama, las cajas eran amontonadas lo más que pudiera, para pasar el día entero golpeando desesperadamente el pupitre del salón y no ver la hora de regresar a casa.

Al llegar, confirmaba la ausencia de May, y si, positivamente no estaba en casa, corría hasta su habitación sin un atisbo de culpa o vergüenza, desenvolvía las cajas sintiéndose como un niño en navidad, y luego de una escrupulosa observación y meditación, elegía un par.

Lo siguiente, era desnudarse de pies a cabeza, camisa, boxers y calcetas por igual, hasta terminar cubierto únicamente por dos tacones altos, y después, recorrerse el cuerpo entero con la pupilas frente al espejo, que mostraban en contraste con la luz, el pecho desnudo y las largas piernas que se estilizaban al contacto con el calzado femenino, esa era su parte favorita.

Cuando ya tenía una erección goteando, se acostaba sobre el edredón, dispuesto a juguetear consigo mismo, abriendo las piernas hasta donde su elasticidad se lo permitiera, enterrando la aguja del zapato en la frazada, hasta que lo único que requería su cuerpo, excitado de hacer algo tan malo, fuera contacto, contacto brusco y poco gentil que soñaba con enredar las piernas y clavar el tacón en la espalda de algún caliente caballero, que le pusiera tanto como a él, verlo en zapatos altos.

Frecuentemente se ponía a explorar la sección sucia de internet, buscaba porno, chicos en pantimedias, y algunas piernas delgadas y ataviadas con calzado alto y seductor enjaulando las caderas de algún Adonis que gustara de los fetiches.

Era su válvula de escape a esas crueles fantasías no escritas, que por su naturaleza, la idea de cumplirlas se sentía desdibujada e interplanetaria.

Entonces conoció a Tony Stark.

Peter's Secret [Starker +18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora