Cuando abrí la puerta ahí estabas tú otra vez, después de dos semanas, tal vez tres. Te veías ausente, no quisiste pasar. Sólo te recargaste al lado de la ventana de la cocina, miraste mis macetas y supusiste que sería la primera en hablar.- ¿Qué haces aquí? Te pregunté apoyándome en el marco de la puerta.
- No lo sé, -no era en realidad una respuesta, pero la acepté- las cosas estaban mal y pensé que debía venir.
Esperé por si decías algo más mientras te analizaba: tus usuales jeans desgastados y tu camiseta con cuello V. Tu peinado estaba impecable y sorbías por la nariz, debiste traer una chaqueta.
Pensé en lo mucho que te quería y luego me pregunté por qué seguía haciéndolo.
- Pero, ¿a qué viniste? Insistí.
Seguiste mirando mis lúgubres macetas.
- Hay esta canción en francés, casi estoy segura de que la escuché en una película. -Comencé a explicar. Me miraste confundido.- No hablo francés, así que no tengo idea de cuál es su letra, sólo sé qué tonada lleva. Es como...
Intenté tararearla pero sólo me miraste más confundido.
-El punto es, -continúe- que aunque no sé cuál es, a veces llega a mi mente, algunas veces en los momentos menos oportunos, como cuando tengo que concentrarme; otras veces tengo tiempo de intentar buscarla, pero nunca tengo éxito.
- ¿Quieres que te ayude a...?
- Eres mi canción en francés que saqué de una película, esa que no puedo encontrar pero tampoco puedo olvidar. Te interrumpí.
No dijiste nada.
- A... a lo mejor vuelvo a escucharla y entonces la podré rastrear, a lo mejor es... un invento de mi mente, que la mezcló con otra canción. -Reflexiono un poco acerca de lo que acabo de decir, y lo siguiente lo digo más para mí misma:- Probablemente esa canción nunca existió.
- Es bonita. Dijiste por decir algo.
- Pero no me tiene toda la noche en vela. Espero volver a escucharla, y si no es así, bueno... hay muchas otras canciones.
Algo de lo que dije debió tocarte, porque enderezaste la columna, te despegaste de la pared y me miraste a los ojos, una pupila a la vez.
En nuestras conversaciones, la mayoría del tiempo absurdas, rara vez entendías lo que quería decir. Tal vez simplemente nuestros pensamientos nunca han ido en la misma dirección.
Pero esta vez, cuando me miraste, hiciste el amago de querer alcanzar mi brazo, y dijiste:
"- Entiendo."
Y te creí.
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Minicuentos para minimomentos.
Short StoryEscribo para huir de mis libros de medicina un ratito porque mi procastinación no conoce límites.