El castigo no siempre viene del cielo

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Había una vez un pueblo sumido en la oscuridad más profunda. Una comunidad de almas maltrechas, rancias y contaminadas por todos los males, los cuales los arrastraron a las puertas de su perdición. Constantine estaba en el granero cargando la paja en los pesebres, con las manos curtidas y agrietadas por el frío del invierno. El agua de su nariz goteaba casi llegando a sus labios llagados, la secó con la manga de su camisa, un trozo manchado con más agujeros que tela. "Está noche es la noche" repetía en voz baja con el aliento famélico.

Terminada la tarea se encaminó hasta la casa con ese andar pausado propio de un ánima liviana. Ingreso a la cocina y tomo el frasco pequeño de vidrio color púrpura sobre la mesa de tres patas. La inversión lo había dejado en la ruina, no tanto por el costo del exótico elixir sino más bien por el silencio del gitano que se lo vendió. Recordó el día que lo vio en las orillas del río, una noche sin luna con el canto disperso de las aves nocturnas.

No del todo convencido, metió las manos en los bolsillos para abrigarlas del frío que le entumecía los dedos, hizo sonar las monedas, repasando el motivo en una balanza imaginaria. Por un lado, el alto costo que lo dejaría casi sin sustento y por otro lado el dolor de las secuelas por la saña de ese pueblo inmundo. El gitano llegó y al ver el púrpura oscuro la decisión se definió. Al dejar caer las monedas sobre la mano del moreno de ojos sin alma, en esa mirada vacía, sintió la condena de su propia alma. El hombre había descubierto en sus ojos esquivos sus intenciones teñidas con la misma oscuridad de aquellos seres condenados.

Constantine camino por las calles acariciando el pequeño frasco que había reemplazado a las monedas en su bolsillo

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Constantine camino por las calles acariciando el pequeño frasco que había reemplazado a las monedas en su bolsillo. Miró las casas, la iglesia, la tienda de alimentos y pensó en el futuro que se avecinaba, donde esa paz sepulcral se extendería por el lugar en un tiempo eterno. El alboroto de los preparativos había cesado ante la paz de la noche. La celebración anual de San Judas se llevaría a cabo a la mañana siguiente y se extendería por toda la semana, donde todos cínicos besarían al santo en una peregrinación de ángeles con alas negras, sin corazón y falsa bondad.

Constantine se deslizó por las calles oscuras hasta topar con la estatua del santo que reposaba erguido tan alto como la misma capilla. Hizo a un lado las flores que adornaban los pies de la estatua y vacío el contenido del frasco sobre ellos, cerciorándose de no desperdiciar ni una sola gota del veneno. Miró al cielo y una luz azulada atravesó el firmamento y pensó que el mismo cielo estaba también de acuerdo.

Retrocedió unos pasos y contemplo una vez más con detenimiento la figura negra del santo. Se detuvo en sus ojos y los encontró tan parecidos a los de su madre, llenos de bendición y ternura. Las lágrimas se escarcharon en los ojos, apretó los puños con fuerza para no liberarlas e invocó la imagen de regreso a su memoria, el cuerpo reposando en el lecho mortuorio como un manojo de huesos y piel.

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⏰ Last updated: Apr 09, 2020 ⏰

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