Piso 19

Capítulo I

Comenzaba a sentirme mejor desde el "accidente", llevaba ya unos cuantos días confinada dentro de mi departamento y francamente empecé a acostumbrarme a tener una férula de yeso pegada a mi pierna izquierda y a estar sentada sobre una silla de ruedas.

Comenzaba a ser autosuficiente, se lo había prometido a mis padres cuando me mude a Chicago, ya tenía una rutina, todos los días me despertaba a las seis en punto, tomaba una ducha, se vestía, desayunaba y me iba al trabajo, pero a partir del acontecimiento que me causó una fractura transversal, cambie mi ritmo de vida, ahora debía hacer esfuerzo para tomar un baño, para vestirme y para cualquier cosa que me implicara desplazarme.

Había cambiado las noches en bares por borracheras con mi reducido círculo de amigos en mi departamento, deje de ir al cine para ver películas en casa, cambie las idas al parque a correr por quedarse en casa y ver desde la ventana el atardecer con una copa de vino en una mano o un cigarrillo.

De vez en cuando mis amigos me visitaban, a veces para embriagarnos, a veces para ver una película o jugar algún juego de mesa, aunque a veces solo venían a hacerme compañía y llevarme algo de comida, mi mejor amiga Amber solía hacer todo eso un par de veces por semana, ella nunca me dejó sola ni por un solo minuto.

A quien rara vez veía desde el accidente era a mi novio Morgan, solo me vio cuando estaba en el hospital, me dijo un par de cosas que no valen la pena comentar ahora, y se fue, solo me escribía un par de veces por WhatsApp para preguntarme como estaba y cuando le intentaba hacer conversación abandonaba la aplicación y me quedaba sola conmigo misma en la sala del departamento.

Me había hecho una vida en Chicago, llegué sola desde Tennessee, sola con un título de diseñadora, ciento veinte dólares y con una maleta pequeña en la que solo cabían cuatro atuendos, un peine, una laptop, una cajetilla de Lucky Strike, y mis sueños y esperanzas, eso fue recién graduada, a los 22, y dos años después, ahora con 24, conseguí un lindo departamento en el piso 19 de un edificio residencial, un puesto importante en una revista, y con la mitad de esos sueños realizados.

Ahora solo me quedaba esperar a que mi tibia y peroné sanaran y pudiese volver a caminar.

Aquella tarde cuando todo comenzó me encontraba cocinando, otra cena a solas, para aquel entonces ya intentaba dejar de lado la silla de ruedas y me acercaba a las muletas, cambiaba de amigas, amigas que al final de cuentas abandonaría cuando el yeso se fuera.

Eran las seis y media de la tarde, mis noches eran algo sencillas, cenar viendo alguna película recostada en el sofá, acompañada por una buena copa de vino tinto o tal vez un vaso de whisky.

Terminé de cocinar, esas chuletas de cerdo olían delicioso, al principio no sabía cocinar, no podía mantener la yema de un maldito huevo sin derramarse fuera de este, pero ahora, ya soy casi gourmet, gracias a Pinterest y a uno que otro tutorial de cocina, serví las chuletas en un plato de porcelana y me dirigí a la sala, tomé asiento y accedí a Netflix, escogí una película que me recomendaron durante meses y que ahora tengo intención completa de ver, una película que para ser franca olvidé su nombre, me acomodé y coloqué mi pierna sobre la mesita de café.

Ya casi estaba todo listo, solo me faltaba mi vieja amiga a la cual le tomé cariño hacia algo de tiempo y que era mi compañía perpetua, una vieja cosecha del año 85, treinta y cinco años dentro de una botella, cuando la envasaron aún existía el muro y la mitad de Europa era completamente diferente y ahora estaba a un lado mío lista para ser bebida, la tomé y serví en una copa, no la iba a dejar de lado y ella tampoco a mí.

Deje que el tiempo pasara, la película avanzó y cuando la película alcanzó un punto interesante yo ya había terminado mi cena y mi tercera copa de vino.