Esa noche dormí acurrucada en su pecho, inundada de su olor y su calor, un sentimiento de plenitud que no había llegado a alcanzar hasta entonces, pero con momentos amargos. Aunque tuve que aguantar los ronquidos de cierto pelirrojo rompecorazones.
Al despertarme vi como todas las personas borrachas la noche anterior estaban alrededor de la cama en la que nos encontrábamos Leo y yo, mirando con la boca abierta y estupefactos, pero la resaca se notaba en sus manos puestas en las sienes, los ojos achinados y cara de recién levantados.
Me incorporé en la cama, con cuidado de no despertarle, ya que seguía plácidamente durmiendo.
-Qué ha pasado aquí.- Exigió saber la morena. A su pregunta se le sumaron las de los demás.
-¿Lo habéis hecho?- Susurraba el irlandés sin poder levantar el tono de voz por su dolor de cabeza.
-¡Esto sí que no me lo esperaba!- Chilló Pau, cosa que no agradó a ninguno de los presentes, por lo que bajó su cabeza avergonzada.
-Dejar de inventaros las historias que queréis que ocurran con vosotros o que simplemente queréis que pasen por el mismo morbo, no hemos hecho nada, repito, NO HEMOS HECHO NADA.- Estaba un poco harta de lo infantiles que podían llegar a ser.
¿Tanta expectación creaba el simple hecho de haber podido perder la virginidad? Ya no el hecho de perderla, si no el caso de haberla perdido. No entendía por qué tanto interés. Me levanté sin previo aviso y me dirigí al baño a lavarme la cara. Tenía los ojos hinchados, y sabía el por qué, acababa de recordarlo, había vuelto, y no sabía por qué.
El sueño me perseguía de nuevo. Desde que comencé de nuevo con Leo ese sueño me perseguía y el resultado era yo llorando en silencio, pero a la vez dormida. Lo peor era que la mejor noche que había pasado era la que peores consecuencias había traído consigo, el sueño que muchas veces no se quedaba guardado en mi memoria, estaba intacto, podía recordar cada fragmento que había visto, cada palabra, cada entonación, todo.
Estaba de nuevo en un pasillo blanco, rodeado de espejos, sólo podía correr escuchando esa voz, no recordaba de quién era, pero era una voz que conocía muy bien, parecía haberla olvidado, y eso se notaba en su tono de decepción.
-No podrás verme hasta que me recuerdes Amaia, esto es serio, si no eres capaz de recordar no conseguirás realizarlo, no podrás quererle.- Era un chillido de dolor, no podía explicar por qué esas duras palabras acuchillaban mi corazón. Me sentía frustrada, quería ver al dueño de esa voz, quería volver a ver su rostro, saber quién era la persona que mi memoria no lograba alcanzar.
-¡Por favor! ¡No desaparezcas de nuevo!- Las palabras fluían por mi boca, no era consciente de decirlas, sólo las oía a lo lejos.
Justo cuando estaba llegando al final del pasillo y veía su sombra, la figura de su cuerpo, el suelo se abría creando un gran agujero negro del que no se podía apreciar el fin. No podía seguir adelante, y esa persona lo sabía.
-Hasta que no superes ese agujero, esa pérdida que hay en tu memoria, no llegarás hasta mí, formo parte de tus recuerdos, de la gran parte, siempre he estado ahí pero no me recuerdas porque no quieres hacerlo, cundo estés lista este obstáculo desaparecerá y serás digna de volver a recordarme.
Esas últimas palabras me hicieron un daño extremo, mi corazón se paralizó, no notaba la sangre correr por mis venas, lo único que sabía era que estaba llorando, por el escozor de mis ojos, ya que había perdido la sensibilidad
El suelo empieza a resquebrajarse y caigo hacia el oscuro vacío. Eso era lo que me proporcionaba no recordar a esa persona, un vacío total. Un vacío que no podría llenar con nada salvo sabiendo a quién he olvidado, a quién necesito tan desesperadamente, que hasta mi mente quiere recordarle.
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¿El deporte lleva al amor? (EDITANDO)
Teen FictionEsta historia esta siendo editada desde el comienzo y antes de continuar con el final, debido a los fallos que había encontrado y al cambio de forma de escribir que se ha dado en mí durante la escritura de esta. Amaia, una chica de 16 años jugadora...