Treinta y uno.

94 12 12
                                    


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Se decía que el Grand Montagne lo habían construido en este lugar porque, cuando el sol se ocultaba, parecía que estuviera entrando justo en el centro del estadio, formando un perfecto ocaso.

Mierdas cursis.

Pero también tenía algo de cierto, era lo que estaba pasando justo en el momento. Había un puente peatonal a varios metros de nosotros, y los aficionados aprovechaban para tomar fotografías del estadio con los vibrantes colores del atardecer de fondo.

Aún faltaban unas dos horas para que el juego diera lugar, desconocía la razón del porqué todavía no nos dejaban entrar al estadio. Poniente era de las ciudades que entre más rápido y resguardada estuviera la hinchada visitante, mejor. Pero esta vez, nada que abrían las puertas.

Nos encontrábamos a las fueras del estadio, Ocaso mandaba entre trescientos y cuatrocientos boletos a la directiva del Real Way para los clásicos, y esos eran los que estábamos afuera. Boleto en mano, porque de lo contrario la policía montada te sacaba de la zona y no entrabas.

Punto a considerar: La policía montada. Nos habían esperado justo en la zona media, una interminable fila de caballos en ambos costados de la calle, y en contra de nuestra voluntad, nos acompañaron hasta las puertas del estadio.

Donde ahora todos esperábamos, la policía aún inquebrantable a nuestra izquierda y derecha.

Llevé el teléfono a mi oreja. Y la contestadora volvió a saltar. El número no estaba disponible. O sea, que Éire tenía apagado el jodido aparato. Bien pudiéramos encontrar algún sitio para joder el tiempo de una forma más entretenida, pero la maldita niña infernal tenía que apagar el puto celular.

Nuevamente, no tenía noticias de ella desde hace seis días. Odiaba la sensación que tenía al pensar en ella. Una ridícula inquietud que no me gustaba para nada. Pero lograba controlarla con alguna que otra mierda que Vic solía traer. Me había dicho, esa última vez en el callejón, que LDI la traía cortita. No lo dudaba, pero mierda, ya había pasado una maldita semana ¿no se podían ir mucho a la mierda?

Vic paso su brazo por mi cuello al llegar a mi lado, la esquina de su boleto descansando en su boca. —¿Cómo crees que terminé este día, mi amigo?

Sabía que no se refería al resultado final entre los equipos. El juego de ida había terminado en un empate a uno. Ambos equipos venían a matar o morir.

Y las hinchadas también.

Porque en el juego de ida hubo saldo blanco, pero solo porque al final del juego Poniente había mandado un maldito ejercito de monturas. Hubo tensión, intercambios de gritos mientras ambas barras salían del estadio, pero la policía aguanto y controló la situación con experiencia.

Estaba seguro que esta vez no sería el caso.

—Sabes, si se llega a dar... prometo no ponerle las manos encima a tu coñito, hombre. —palmeo varias veces mi hombro. Y rodé los ojos sin prestarle atención—. A menos que ella sea la primera en soltar el golpe.

Barrabrava.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora