Capítulo 17 | El Club Volkov

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—Hmm...

Ella bosteza, es de día.

Las gotas de lluvia caen por la ventana de mi habitación.

Estamos acostadas en mi cama, juntas, desnudas, enredadas en las sábanas.

No sé en qué momento nos quedamos dormidas anoche.

Lo último que recuerdo fue acariciar su cabello cuando apoyó su cabeza en mi pecho.

Llevo varios minutos despierta, escuchando el sonido de la lluvia, disfrutando la sensación de su piel desnuda contra la mía.

Desde que abrí los ojos otra volví a humedecerme, pero no he querido despertarla.

Por desgracia, no tengo mucho tiempo esta mañana, tengo un compromiso muy importante en la oficina como en una hora y, dado que ya decidí que de ahora en adelante será inaceptable darle gusto a Elena y anteponer mi clímax al suyo, no habrá sexo esta mañana.

Nada de rapidines ni de patrañas.

De ahora en adelante haré las cosas
bien.

Estando acostada aquí, sintiendo su suave piel contra la mía y escuchando su respiración, he decidido no volver a tener sexo con ella hasta que esté segura de que he preparado bien el camino para que ella se venga.

Punto final.

Ella no sabe lo que se pierde, pero yo sí.

Y me desprecio por seguir permitiendo que se monte en su macho o más bien en mí, mientras yo acaparo los orgasmos.

No es justo para ella.

Pensé que yo llevaría las riendas de este asunto, pero las cosas no han salido así.

¡Carajo!

Es una mujer un tanto autoritaria, pero no identifiqué ese aspecto de su personalidad hasta muy entrada la noche.

Si me hubiera dejado el control como yo quería, estaría recostada junto a ella recordando una y otra vez su primer orgasmo.

Y le estaría dando su postre esta mañana.

Pero no.

Ella tuvo que tomar la batuta, y yo tuve que ser la idiota que se lo permitió, y por lo tanto, ya se debe haber hecho muchas marañas en la cabeza y debe sentir gran ansiedad de no alcanzar el orgasmo.

Ahora, gracias a mi incapacidad para contenerme, deberé ser muy cuidadosa con mis siguientes pasos.

Estamos justo en un punto de inflexión, y no quiero arruinarlo por completo.

Está muy cerca de alcanzarlo.

¡Dios!

Anoche sentí su cuerpo ceñirse, colapsar y estremecerse alrededor de mi.

Estoy segura.

Fue breve, y ocurrió sólo una vez, pero fue feroz.

Si me hubiera hecho caso y me hubiera dejado hacer las cosas a mi manera, sé que ya habría salido de la caverna.

Pero no; mi fierecilla indomable tiene que ir directamente a la yugular siempre.

Y se lo sigo permitiendo porque, para ser franca, me desarma.

¡Mierda!

No lo puedo evitar.

Lo peor de todo es que, en términos racionales, sé exactamente qué está haciendo qué mecanismo de defensa está entrando en juego, pero no puedo resistirme.

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