Capítulo 22 | En El Bosque

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—¡Cielo santo! ¡No lo puedo creer!

No puedo parar las expresiones de entusiasmo y alegría

—¡Wow! ¿Ya viste esto? ¡Es increíble!

Después de casi doce horas de viaje, dos aviones, una escala en San Peter y un largo y ajetreado viaje en Jeep al corazón de las tinieblas

—Por fin llegamos a nuestro destino: un hotel apartado en medio de la selva de las Filipinas.

Estoy jadeando como perro, no sólo debido a la emoción, sino también a que subimos diez tramos de escalones de madera en medio de la noche para llegar a nuestra habitación.

Resulta que Julia y yo nos hospedaremos en una casa del árbol, o más bien, una lujosa suite luna mielera en un árbol, que está rodeada por todos los costados por
frondoso follaje.

¡Madre santísima!

Como sea, es una cosa fuera de este mundo.

No sé de dónde estoy sacando tanta energía, pero no puedo parar de recorrer la espaciosa suite, ni de gritar o chillar cada vez que encuentro algún otro detalle fabuloso.

—¿Ya viste esto?

Le grito y señalo los pétalos de flores que adornan la cama

—¡Y mira esto!

Las toallas del baño están dobladas de tal manera que parecen un cisne

—¡Wow!

El baño es aún más grande que el de la casa de Julia

—¡Ohhh!

Hay una botella de champaña fría esperándonos.

Lo veo y no lo creo.

Tan pronto el botones guarda nuestro equipaje y abre la botella de champaña, nos explica cómo encender las lámparas para ahuyentar a los mosquitos y cómo cerrar el mosquitero sobre la cama antes de dormir.

Julia le entrega un señor billete, y el botones sale del cuarto con una gran sonrisa en el rostro.

—Por fin estamos solos

Me dice Julia y me pasa una copa más de champaña.

Creo que es la cuarta copa que bebo en el día.

—Es el lugar más maravilloso del mundo

Le digo y siento que me brillan los ojos.

Bebo un trago

—Wooow. Y esta es la champaña más rica de todas.

Julia me mira con una sonrisa.

—Nunca en toda mi vida creí que vería un lugar como este

Me asomo por las ventanas que rodean el cuarto.

Afuera está tan oscuro que no se ve nada.

—Espera a verlo de día, te vas a ir de boca cuando veas la selva.

Me toma de la mano

—Ven aquí.

Me jala hacia el balcón, es tan oscuro que no se ve nada.

—¿Qué?

Le pregunto y miro a mi alrededor, de la suite a nuestras espaldas sale luz, pero al asomarme hacia la selva no logro identificar una sola cosa.

Julia se lleva un dedo a la boca y ladea la cabeza hacia la orilla del balcón.

—Escucha.

Me quedo quieta, en silencio, intentando escuchar cualquier tipo de sonido que provenga de la oscuridad que nos rodea.

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