ii

754 81 84
                                    


ii

"OH, BUENO. Suficiente, dije

sé que se acabó – aun así, me aferro"

The Smiths – I know it's over



Qué escuchas dime a dónde vas por qué tomas tanto té y ese libro es nuevo o ya lo estabas leyendo. Martín no lo sabe pero su boca lo saca todo apenas ve a Manuel cada recreo. Siempre está tapado hasta las orejas con una bufanda azul y a veces anda con un gorro de lana oscura cubriéndole los poros de la frente. No tienen porqué seguir hablando pero se han topado tantas veces en el kiosco y Martín disfruta tanto batir la lengua que cualquier cosa es una buena excusa para quedarse mirando los ojos oscuros del chico, que siempre tiene la punta de la nariz roja y no lo mira en realidad a los ojos cuando le responde con monosílabos. Martín descubre después de cuatro días que la única forma de que realmente Manuel converse con vigor es cuando le pregunta por los gastados, pequeños libros que siempre lleva en las manos. Debe ser esa la razón por la que Manuel huele siempre a madera y a algo verde pero amarillento.

El lunes de la semana siguiente en la que se conocen Martín es capaz de sentarse al lado de Manuel en una banca mientras Sebastián compra café en el kiosco, y de repente se queda callado escuchando la travesía de algún hombre griego perdiéndose por diez años de vuelta a su casa donde su esposa teje y teje y teje. Manuel adquiere un brillo especial cuando narra detalles mínimos de la historia que Martín no se molesta en guardar, pero disfruta la forma libre en que lo mira y no se pone tímido cuando le cuenta que Odiseo tuvo que pasar por tanto, y se siente tan real, ¿cachai'? como que en ciertos momentos te identificas y quieres saber qué es lo que está pasando pero a veces también es frustrante porque no sabes cómo le puede tomar diez años llegar a su casa, o porqué va en barco, ¿cierto? O sea, no es como que le haya tomado diez años en barco llegar a la guerra de Troya, ¿cierto? Eh, sí, sí, tenés razón, pero en realidad Martín no retiene tanto y solo se preocupa de ver la manera lenta en que Manuel mueve las manos en emoción al narrar o quejarse sobre cosas que ya no tienen respuesta si el autor lleva más de diez siglos muerto.

Al final del día (y de todos los días posibles), a Martín le quedan solo estragos pequeños de las cosas que Manuel le cuenta sobre sus libros, pero pronto memoriza la forma que toma su voz cuando se queja o se emociona, y se vuelve algo tan natural almacenarlo dentro de él. Lo puede ver a través de los pasillos hablando con alguien más, y siente que sabe exactamente lo que dice solo por la forma en que mueve sus manos o gira su cabeza o, cuando lo ve más de cerca, frunce las cejas y estira su boca de chubasco invernal.

Manuel ama los libros, y Martín, si bien no puede almacenar cada detalle de los libros que le narra en rituales extraños que ya no sabe cómo han mantenido a lo largo de mayo y principios de junio, guarda ese dato en el fondo de su corazón, tan abajo que roza el resto de sus órganos y algunos huesos.



MARTÍN HA PERDIDO el hábito de fumar cuando cumple algún año dentro del espectro de los veinte. No se ha esforzado en sacárselo de encima, simplemente tiene tantas cosas que hacer que lo olvida, y no vuelve sino hasta que el estrés o la ansiedad lo colapsan de una manera violenta e incontrolable, donde se fuma diez cigarros en menos de una hora mientras algún disco triste suena de fondo y duda de cómo seguirá con su vida. Esos días, por fortuna, no han vuelto en mucho tiempo, y se siente un poco libre emocionalmente sin pensar tanto y sin querer volver a ese hoyo. En cambio disfruta sentarse en una de las mesas cerca de la ventana del café que administra Daniel, esperando que lo atiendan y jugando con sus dedos mientras ve la forma en que el agua se escurre por las sucias veredas santiaguinas y la gente la evade con paraguas de tantos colores que se apagan con la ayuda de las nubes grisáceas de invierno.

Writer in the Dark |ARGCHI|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora