Hace muchísimos años, allá más arriba que el cielo, habían dos ángeles particulares en el Reino de los cielos; Luciel y Gabriel. Ambos tan diferentes y tan iguales entre sí. En el de ojos color cielo y cabellos rubios reinaba la inocencia, humildad y compasión; mientras que en el azabache solo hay terquedad, enojo y seriedad. Aún cuando ambos parecen ser polos opuestos, el amor y pasión que sienten por el otro los unía. Pero su romance no puede ser descubierto por absolutamente nadie. ¿Por qué? Porque el amor entre dos ángeles era definido como profano.
A pesar de vivir en lo que muchos llaman "el paraíso", ahí besar era un secreto y amar un pecado para los seres como ellos. Su amor no era correcto a los ojos de Dios. Había noches en las que Gabriel miraba a los ojos de Luciel y preguntaba "¿Por qué no somos como los demás ángeles?", a lo que respondía, "Somos iguales a ellos. Nuestro amor no es raro, solo diferente" para finalmente unir sus labios en un cálido beso. ¿Pero por qué aún sabiendo eso se seguían sintiendo como adefesios? Como si hicieran algo malo. Quizás porque los hicieron sentir así.
Su amor florecía en la noche donde podían ser sin prejuicio alguno, siendo la luna su único testigo...¿o no? Por el día debían soportar la indiferencia del otro hasta que caiga aquel manto azúl dónde los demás habitantes del cielo descansaban luego de un largo día.
Luciel era el protegido de Dios y el mejor a la hora de las batallas, porque sí, el cielo también tenía enemigos. Toda la furia contenida en el pelinegro, la suelta a la hora de luchar.
Gabriel era un caso perdido. Era demasiado puro. Prefería que lo matacen antes de manchar sus pálidas manos con aquel espeso líquido carmesí. No era capaz de dañar, recibiendo el rechazo de los demás que lo tachaban de inútil. El único que no lo juzgaba y aceptaba como era, era Luciel. Incluso hubo veces que lo defendía cuando terminaban por colmar la poca paciencia que poseía. Es solo que no quería que dañacen de ninguna manera a su chico reunión nunca se lo perdonaría.
Aquel amor secreto ya no era tan secreto, al menos no desde que en la noche unos ojos curiosos los observaban sin que ninguno lo notase. Aquel rumor se expandió entre todos, pero llegó a los oídos de la persona menos indicada: Dios. Éste al enterarse enfureció, Luciel le había mentido, ¿qué clase de perjurio era ese? Los citó a ambos.
Al llegar estaban con el alma por el cuello, su superior los miraba de manera gélida, por lo que sabían que nada bueno podía pasar ahí.
"Ambos han cometido pecado, malditos sodomitas" dijo con asco "Luciel, confíe en ti y ahora veo que cometí un error. Me has mentido, y mereces ser castigado" sentenció y ambos amantes se miraron con miedo. ¿Quién diría que sería su última mirada antes que castigarán al de ojos oscuros con la muerte?
Gabriel quedó en shock, ni siquiera pudo reaccionar cuando vió el cuerpo de su amado ya sin vida caer al suelo. Ambos habían vivido en su propia burbuja, y ahora finalmente conocían el dolor. Sus ojos desbordaban lágrimas sin César mientras millones de recuerdos cruzaban por su cabeza. Cada beso. Cada caricia. Cada instante juntos. Cuando por fin sus piernas le respondieron corrió hasta el contrario abrazándolo con fuerza siendo un mar de lágrimas. Dios quería que aprendiera, pero no esperó aquellas palabras.
"Luciel...amor" río débilmente aún con aquel líquido salado que resbalaba hasta su cuello "nunca olvides que te amo, ¿Si?". Aquellas fueron sus últimas palabras. El rubio que muchos veían como inútil, débil y asustadizo, había entregado sus alas, su fuente de vida, a la única persona que alguna vez amó y amará. Unió sus labios con su único amor para luego finalmente desaparecer.
Luciel abrió sus ojos cayó en la realidad. El que nunca se mostraba débil frente a nadie, se rompió. La tristeza, dolor y furia invadían su ser, ya no tenía que perder. Le gritó todo lo que pensaba al que muchos reconocían como su dios para luego irse de aquel lugar. No quería saber nada de nadie. Le quitaron a la única persona que amaba en todo el mundo y no iba a descansar hasta conseguir venganza.
Unió fuerzas con los que antes reconocía como sus enemigos, los demonios. Hizo un trato con ellos; si lo ayudaban con su objetivo, entonces él les crearía un lugar donde vivir, a lo que accedieron. Así es como aquél ángel caído de ahora alas negras carente de cualquier tipo de compasión, creó el infierno dónde ahora es rey.