Dance

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      Sirius estaba siendo un idiota, de nuevo, pero por lo menos esta vez él podía afirmar que no era del todo su culpa. Podía destinar un porcentaje de la culpa a su hermano, si Regulus no hubiese descompuesto su auto, Sirius no hubiese tenido que traerlo a sus clases de baile a último momento y no hubiese conocido a su nueva obsesión ese día y, por supuesto, no estaría buscando (barra espiando) a su nueva obsesión favorita cada momento que podía como un jodido acosador psicópata (No es que Sirius fuera un psicópata, estaba ochenta por ciento seguro de que no lo era ¿el otro veinte? Bueno, el disfrutaba un poco, mucho demasiado, las películas gore y Regulus amaba señalarlo para él).

     Aunque la mayor parte de la culpa estaba en su nueva obsesión, en ese bailarín que Sirius había vislumbrado brevemente mientras practicaba en uno de los estudios del lugar ¿Cómo podían culpar a Sirius de obsesionarse? Fue solo un breve vistazo, sí, pero el cuerpo grácil al moverse en un giro que parecía detener el tiempo había hecho que Sirius se congelara en su lugar. Luego había notado el sol chocar contra el pelo del hombre, y era como ver a un ángel ser alumbrado: el pelo castaño y cortado a los lados había dejado lugar al que largo del mismo fuera hacia la frente, formando unas cuantas ondas y dándole la apariencia (gracias al sol) de que el castaño se volvía un mar de oro rojizo moviéndose incontrolable por el baile.

    Solo un segundo después, llegó la parte que se grabó a fuego en el alma de Sirius: el bailarín le miró. Fue sorprendente. El momento creado por otro giro audaz y una mano fina, extendida hacia la dirección de Sirius, que abría la danza para el siguiente movimiento. Los ojos del bailarín le miraron, el chocolate profundo resaltando por el dorado del pelo besado por el sol, y solo hubo un mínimo ensanchamiento de sorpresa en el bailarín antes de volver a su baile.

    Fue breve, un accidente, pero Sirius había sentido su corazón latir como loco y sus pulmones parecieron respirar por primera vez en su vida. Sirius había sido cautivado, enamorado a primera vista ante el baile de una ninfa y sintiendo que podría caer de rodillas en ese momento y proclamar al otro su nueva iglesia.

    Por supuesto, fue ese el momento en que Regulus eligió notar que Sirius no lo estaba siguiendo y volver a por su hermano. Regulus había tomado a Sirius de su brazo y lo arrastró hacia el salón correcto sin dejar de hablar sobre todas las curiosidades del lugar en el camino.

    —¿Quién era ese? —preguntó Sirius en cuanto sus neuronas volvieron a funcionar correctamente. Regulus le disparó una mirada extraña por sobre su hombro sin entender— El chico que bailaba más atrás, el castaño.

    —Oh ¿Te refieres a Remus?

    Remus.

    Sirius saboreó las silabas del nombre en su mente, disfrutando del sonido de este e imaginando como se sentiría el pronunciarlo.

     Él lo tenía tan mal.

    Sirius estaba condenado, lo sabía, había caído duro por la belleza de ojos chocolate con solo una mirada y nada podría salvarlo de esto.

    —Sirius ¿Acaso te gusta? —Regulus, siempre astuto, no tardó de ver lo que le pasaba y tardó mucho menos aun en burlarse de eso— Jodido pervertido caliente, no tienes oportunidad Sirius.

    Regulus siguió riendo hasta que llegaron a la puerta de su salón. Luego miró a Sirius con toda la seriedad que su estatura más corta y estado de hermano menor podían reunir y dijo:

    —Lo digo en serio, Sirius. Él es Remus Lupin, es uno de los mejores bailarines del lugar, un profesional, y tiene a más de la mitad del estudio enamorado de él y la otra parte tiene un culto secreto que lo alaba como a un ángel caído del cielo, jurando su protección eterna.

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