Goltrak

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El resto del trayecto fue bastante tranquilo. Eran una caravana grande y bien protegida, y los prisioneros fueron entregados en una de las ciudades del camino, viéndose Goldmi obligada a aceptar parte de la recompensa por las acciones de su mascota. Repitió esa palabra más de una vez para intentar molestar a ésta, pero sólo lo consiguió al principio.

A veces se arrepentía de haberlos presentado. No es que le molestara que Darigla no le hiciera ni caso cuando el aventurero estaba cerca. O que estuvieran empalagosamente acaramelados. No, lo peor era cuando no estaban juntos.

–Sabes, Leo de joven... Sabes, una vez Leo... Ves que bien le queda la armadura... Sabes, vive en la capital. Aceptó venir a ver a mis padres y... Sabes, al principio parecía arrogante, pero es sólo que es tímido y...

Ella suspiró. No hablaba de otra cosa. Sólo de Leo. Se encontró con la mirada de la domadora, que acariciaba a la serpiente, y que sólo le sonrió y se encogió de hombros, acompañándola en el sentimiento. Al parecer, también había sufrido algo similar en el pasado.

De hecho, junto con el otro domador, hablaban a menudo con la elfa y la humana. Pero cuando la mercader empezaba a hablar de su Leo, casualmente, estos tenían que atender al lobo y el reptil. Goldmi los miraba con algo de rencor, y envidia, deseando poder escaparse también.

Aunque, por dentro, y aunque se le hiciera algo pesada, se alegraba por Darigla. Sólo esperaba que le fuera bien. Y también se acordaba de Elendnas. En cierta forma, sentía algo de envidia. Al menos, aquellos jóvenes estaban juntos. Por su parte, ella ni siquiera sabía si tendría la oportunidad, pero no podía quitárselo de la cabeza, y mucho menos de sus sueños.

Ocasionalmente, la mercader le hablaba de otros asuntos, como de su padre, que trabajaba en la biblioteca de Goltrak. O de su hermano pequeño, que quería seguir los pasos de su padre. Incluso se reía de que éste aseguraba que había conocido un visitante en el pasado, y que incluso le había regalado una pelota.

La elfa no dijo nada, pero aquello le recordaba a algo que Eldi había comentado en el pasado, preguntando si había alguna misión relacionada con el encuentro con un niño en Goltrak. Gjaki lo había investigado, pero no había encontrado nada, y tampoco había podido reproducirlo.

Habían llegado a la conclusión de que se trataba de algún fallo del juego, o de alguna prueba que habrían hecho, pues no había nada que pareciera indicar que se tratara de una misión única.

Sin embargo, ahora la elfa tenía otra perspectiva. Se preguntó si era una coincidencia, o si aquello simplemente había sido real. No obstante, si lo había sido, sólo confirmaba que algunas interacciones habían sido reales, nada más. Seguía sin saber cuál había sido su relación con el elfo, si sólo existía en su imaginación.



Algunas carretas se fueron separando a medida que llegaban a poblaciones, y otras se unieron en su camino hacia la capital, al igual que algunos aventureros fueron relevados al llegar a sus destinos. No fue el caso de Leo o Darigla, que iban a la capital, y que se ofrecieron a invitar a la elfa.

No obstante, ésta lo rechazó, asegurando que tenía unos asuntos urgentes que tratar, y que no iba a estar más de unas horas en la ciudad para hacer unas compras. Y no mentía. Cada vez la llamada se hacía más fuerte, por lo que se sentía cada vez más ansiosa por llegar, aunque intentaba no mostrarlo. No obstante, era evidente para el resto que estaba algo nerviosa.

También la lince estaba inquieta. Aunque no dijera nada ni lo mostrara, su hermana podía percibirlo.

Así, se despidieron poco después de llegar, asegurando Goldmi que iría a visitarlos si pasaba de nuevo y tenía tiempo. Aún tuvo tiempo de ser testigo de como el aventurero ayudaba a la mercader a bajar del carro, y a llevar sus cosas, sin dejarse de mirarse y flirtear. Suspiró.

También se despidió de los domadores, y de otros a los que había conocido en el viaje, siendo los aventureros los que la trataron con más respeto. A ella y, sobre todo, a la lince, quien era evidente que podía entenderlos.

Tras ello, su objetivo era la biblioteca, pues allí podía consultar varios mapas de la zona.



Habían llegado por la mañana, así que esperaba tener tiempo suficiente. No obstante, primero se vio obligada a ir al gremio de domadores. En caso contrario, le sería muy difícil moverse con la lince. Por suerte, en el pasado, cuando el grupo se había creado una segunda identidad de aventureros, ella había elegido la de domador.

Había sido sugerencia de Gjaki, principalmente para tener un gremio diferente al que poder acudir si les hacía falta. Y ahora, aquella decisión le resultaba de lo más útil.

Se aseguró de que nadie las viera, tras lo cual se colocó el disfraz que le había creado Gjaki en su momento. La lince protestó y gruñó, hasta al fin aceptar la magia que la convertía en una especie de pantera negra. Le resultaba ofensivo ocultar su "hermoso pelaje" y pasar por un "felino inferior".

Así que, mujer-pantera y pantera entraron en el gremio para registrar a la felina, siendo atendidas por un robusto demihumano con rasgos de toro. Resultaba intimidante.

–Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla?– la atendió, con un tono amable que contrastaba con su presencia.

–Quería registrar a mi mascota– dijo ésta, irritando un poco a dicha mascota.

–¿Su placa?

Se la tendió, siendo recogida por éste, quien la colocó en un extraño aparato.

–Tienes un mensaje. De entre cinco y diez años de antigüedad. Está en Misitu Mji. Lo podemos transferir, tardaría un mes, aproximadamente, y serían cincuenta platas– informó éste, servicial.

–Oh, ¿un mensaje? ¿Puedo recogerlo directamente allí?– preguntó ella, un tanto sorprendida.

–Por supuesto.

–Entonces eso haré.

–Muy bien. Aquí tiene la placa. Este collar es para su mascota.

Aunque reticente, la lince disfrazada no tuvo más remedio que ponerse el collar, algo que consideraba un ultraje. Sólo cuando su hermana le prometió unos pasteles de crema, se calmó. O puede que eso fuera lo que pretendía desde el principio.

Luego salieron camino de la biblioteca, preguntándose la elfa quién le había mandado aquel mensaje.

–¿Quizás es del juego? ¿De Gjaki antes de que lo cerraran?– se preguntó.

Parecía lo más probable, y aun así deseaba ir a comprobarlo. Si su amiga le había enviado un último mensaje antes de cerrarse el juego, estaba más que dispuesta a hacer lo necesario para leerlo.

Por un momento, la invadió la nostalgia. Los echaba de menos.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora