El miserable

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He sido un miserable. Un total y completo miserable.

He cometido los actos más impuros y siniestros que puede cometer un hombre a sus semejantes.

Me pasé soberanamente por las pelotas todo resabio de dignidad que dejaron algunos en mí.

Y todo a cambio de un afán. De un solo y natural afán mundano y profundamente humano: sostener y levantar mi ego. A cambio de vanagloriar una vanidad sin sentido. Todo era en fin, por mi propio orgullo y auto-satisfacción. ¡Ah, que hermosa cosa esa de verme reflejado en la cristalina agua! Solo eso quise poner en evidencia ante los demás. Aquello que me causaba infinito placer pero un tremendo dolor a los otros.

He matado a Dios en más de una ocasión. Le he propinado grandes blasfemias, barrabasadas, insultos y hasta cometí actos deliberadamente en su contra propinándole una golpiza en su propia cara.

No mataras y mate, asesino, pecador

No robarás y robe, delincuente, pecador

No darás falso testimonio ni mentiras y le mentí incluso en el propio altar, blasfemo, pecador

Perfecto hijo, si no cumpliste ninguno de mis mandamientos, entonces te pudres en el infierno. Porque allí, al infierno, van quienes no cumplen con la conducta que yo establecí para todos los hombres del mundo. Para los pecadores, quienes infringen mi ley, el infierno, todo el fuego ardiente los quemará. Para los buenos hijos de Dios, la vida eterna y todo el reino de los cielos.

Tú, de ahora en más, no serás hijo mío, te desheredo. ¡Serás un bastardo! ¡Directo al infierno!

Si quedaba alguna gota de salvación hacia mí, ya simplemente no existe. No está ni la encuentro por ningún lado. Quien me podía salvar, ya está deliberadamente en mi contra: el salvador, mi señor. El ya me castigó. Y si el, Dios omnipotente y todopoderoso, me condenó al fuego infernal, nadie puede contradecirlo porque sus voz y palabra es La Verdad.

Seguramente ya este escrita la condena a enviarme a los más oscuros rincones del infierno. Al último de sus círculos dantescos, donde se desintegran eternamente los más desgraciados. Porque de eso se trata el castigo infernal. De no parar de sufrir nunca.

Atormenté a mis padres con mis deseos y ordenes (honrarás a tu padre y a tu madre) engañe a mi mujer (no consentirás pensamientos ni deseos impuros) abandone a mis hijos, cagué y condené soberanamente a todos mis amigos y conocidos (no cometerás actos impuros).

No hay quien me defienda en esta morada final, en esta espera tormentosa ante la muerte. Me gané con toda justicia esta desolación final que padezco.

Me he condenado a vivir y morir en soledad. Sin un abrazo, sin un consuelo, sin una palabra de aliento que evite que me arrastre como una víbora por el piso. Sin una pequeña esperanza.

El mal que he causado me ha sido devuelto por duplicado. Y duele en el cuerpo. Y por sobretodo, duele que esté reposando en lo más íntimo e infinito de la conciencia, de ser consciente (o sea cuerdo) de todo aquel mal que hice.

El dolor de saber que he causado tanto mal, me recrudece no solo en mi conciencia sino que me distorsiona el alma haciéndome crujir el cuerpo, como si lanzaran mil cuchilladas sobre mi abdomen o si me pisotearan la espina dorsal.

Se me acalambra el cuerpo por las noches. Me despierto adolorido. Durante el día, en las tardes. ¡La maldita conciencia no me deja vivir!

Llegando a la encrucijada de mi existencia, me percaté de ello. Pude ver cuánto daño hice a los demás y a mí mismo.

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