Criminal

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Inspirado en la canción: Criminal.

Los personajes no son míos.

Criminal.

Tenía miedo, no lo podía negar, sentir el frío metal contra su joven cuello le aterraba, ¿por qué a ella? Solo quería ir al supermercado de compras, pero aun así, ahora tenía un cuchillo directo en su cuello y una pistola en su espalda, ¿es qué acaso ahora los delincuentes no se conformaban con una navaja? Dios, ¿qué debía hacer? No podía entregarle su dinero, era suyo después de todo, ella fue quien trabajó para su padre todo ese mes para conseguir algo de efectivo por sus propios medios. Pero no. Al parecer poseer el apellido Sato siempre atraía problemas para ella cuando salía sin la debida protección. Demonios. Su rociador pimienta estaba en su bolsa, bolsa que tenía el ladrón junto con cualquier arma de autodefensa que trajese. No le podía haber ido peor ese día, primero se descompone su automóvil, luego el taxista se queda sin gasolina y ahora estaba en esa situación. «Hoy no ha sido mi día, definitivamente», pensé Asami antes de suspirar y resignarse a darle todo su dinero al asaltante que le estaba amenazando.

Estaba a punto de buscar el dinero que llevaba en sus jeans rojos cuando escuchó un chillido de dolor proveniente de su atacante, casi al instante dejó de sentir aquella opresión en su espada. Viró su cabeza para verificar el hombre que le había asaltado estuviese lejos de ella, pero lo que sus ojos verdes encontraron fue algo que depilando hizo estremecer su cuerpo. Frente a ella, dándole una paliza a su atacante nivel colosal, estaba una joven notoriamente menor que ella, a lo mucho dos años. Era de tez morena, tenía un tatuaje que consistía en rayas azules y blancas alrededor de uno de sus brazos, el pelo largo atado en una coleta, dos mechones caían sujetos con ligas que enmarcaban su rostro y, lo que atrajo a Asami de aquella joven, fueron sus ojos azules. Jamás había visto tal coloración azulina en su vida. Su garganta se cerró cuando vio aquel mar mirarla directamente y su cuerpo se estremeció cuando la vio acercase. En definitiva, esa mujer era de temer.

Korra caminaba tranquilamente por las calles, apenas le acaban de dar permiso de salir después de la última pelea callejera en la que se involucró y una noche en la comisaría le habían ganado dos meses de arresto domiciliario por parte de sus padres, ¿pero qué podía hacer ella? Los problemas la buscaban, no al revés. Desde que era pequeña lo primero que su padre le enseñó fue a jamás dejarse por cualquiera y si eso significaba pelear, que así lo hiciera. La morena sonrío al recordar aquello, de seguro ahora su padre se arrepentía de haberle enseñado aquello. Era una niña algo agresiva de pequeña gracias a aquellas enseñanzas de su padre, pero jamás había tenido una pelea seria hasta que cumplió los trece años donde inició su vida como una pandillera. A los catorce ya se estaba tatuando el símbolo de la Tribu Agua del Sur, la banda que había formado su padre, en el brazo y a esa misma edad tuvo su primer encuentro con la policía, salió de ahí gracias a que sus padres pagaron su fianza. Y con los años, ella empeoró en carácter y sus problemas se hacían más grandes. Tomó un cigarro y se lo puso entre los labios, sacó su encendedor y lo prendió, inhaló los químicos que de cierta forma la calmaba y lo expulsó en una fuerte bocanada de humo. Sí, ahora con sus dieciséis años cumplidos, había adquirido demasiados vicios y el estatus de criminal adolescente según la jefa de policía Lin BeiFong. Y eso le llenaba de orgullo.

La joven seguía caminando tranquilamente cuando a la distancia observó algo que le llamó la atención, un hombre estaba asaltando a una chica no mayor a ella. Primero lo miró con indiferencia, después de todo no conocía a aquel sujeto y la joven debía ser realmente estúpida al caminar por esa calle, media Ciudad República sabía que cualquiera que ponía un pie ahí salía sin nada de efectivo y sin otras cosas para las chicas. Iba a seguir caminado cuando reaccionó ante algo que se le había olvidado. Un tipo que no conocía estaba asaltando en su territorio. Su territorio. Nadie, absolutamente nadie cruzaba sus calles, y menos un sujeto que de veía acababa de conseguir una pistola. Tiró su cigarrillo, lo pisó con pie y dirigió sus pasos en dirección al hombre. Le iba a enseñar de una manera muy eficaz que nadie se metía en sus calles. Apenas estuvo detrás de él lo tomó del hombro y le dio un puñetazo en la quijada tan potente que lo dejó casi inconsciente, era hora del show. Ya que estuvo en el suelo lo empezó a patear con la fuerza suficiente como para causarle un dolor infernal, pero no para matarle o dejarle inconsciente.

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