El runrún del silencio.

VERDAD

La mujer del abrigo rojo escarlata caminaba a paso apresurado, sus zancadas se oían a lo largo y ancho del corredor mientras, sin quitar la mirada de la puerta que daba a la salida,  chasqueaba los dedos con engorrosa inquietud. En ningun momento volteó su mirada, sabía que si lo llegaba a hacer el hombre que la había seguido desde el sexto piso del edificio, notaría que ella ya se había dado cuenta, notaría su miedo e indudablemente el perseguidor dejaría de perseguirla para cambiar su actividad.

A unos siete metros de distancia se encontraba la salida del edificio, su escape. La respiración evidenciaba su temor y el palpitar de su corazón se aceleraba conforme caminaba. Los siete metros más largos de su existencia.  La luz del sol se escabullía por la puerta de cristal con cierto desdén, impidiéndole pensar en cualquier cosa diferente a escapar de ese infernal edificio y del desdichado hombre, que quién sabe qué recibiría por cerrarle la boca. Cuando oyó al hombre más cerca aceleró aun más el paso y con la mano derecha tomó el picaporte de metal. Durante diez segundos su vista quedó en blanco, la calle estaba borrosa e indefinida; los pies de la mujer actuaron por si solos, simplemente corrieron. El sol parecía estar en su contra, la cegaba con deseo. El chevi blanco en el que se trasportaba, también decidió ponerse en su contra, no encendió; no había otra opción, la mujer debía tomar un autobus o caminar.

El hombre parecía haberse esfumado, desde que salió del edificio no lo sintió cerca, ni lejos. No lo sintió porque su miedo había subido a niveles inexplicables, tanto, que ya no estaba prevenida, solo quería llegar a casa lo antes posible, enviar las cartas a Montevideo con la información correspondiente, y esconderse hasta que estuviera a salvo de aquellos que la buscaban, y que buscaban todos los documentos que guardaba bajo en el segundo escalón de los tres existentes de su pequeñísimo dormitorio.