Ethan Bouchard

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A lo largo de mi vida he visto y vivido situaciones difíciles que la mayoría no sufren hasta cierta edad, y yo solo tengo 13 años. Mis padres y mi hermano murieron cuando yo tenía 8 años, desde ese momento he tenido que salir adelante por mi cuenta, sin más familiares que quisieran hacerse cargo de mí, me vi obligada a internarme en un orfanato. Las encargadas del lugar no sentían ningún tipo de aprecio por los niños, trabajábamos en exceso, la comida escaseaba, éramos demasiados niños en una habitación, los baños eran cada tercer día y la educación era un asco.

No matemáticas, no literatura, no filosofía, no ciencias naturales, no arte; no nada que nos preparara para la vida. A las niñas se nos enseñaba tareas del hogar, cocina, bordado y cómo comportarse en la sociedad, los niños no corrían con mayor suerte. Se les impartía lectura y escritura todos los lunes; los martes y miércoles, reparaban cualquier objeto en mal estado; los jueves y viernes, cortaban madera y apaleaban carbón por horas; los viernes y el fin de semana, nos reunían a todos en un pequeño salón y nos obligaban a "meditar" por horas sin descanso, sin idas al baño y sin hacer ningún tipo de ruido.

Escapé cuando tenía 10 años, trabajé para varias familias como sirvienta por algunos meses, pero todas me despidieron con la lamentable excusa de que no podían permitirse una ayudante, días después me enteraba de que habían contratado a una mujer más grande para hacer las actividades. Cuando tenía 11 me cansé de buscar trabajo en tierra firme y descubrí donde podría ser más útil: un barco a vapor. No importaba tu edad o tu complexión física siempre y cuando pudieras realizar el trabajo, solo había un pequeño problema, no contrataban mujeres.

Por suerte para mí, yo no tenía inconveniente alguno con hacerme pasar por un chico. En el orfanato, cuando quería librarme de las clases de etiqueta, me disfrazaba de chico con la ropa de la lavandería y solía integrarme en sus clases de escritura y lectura. Era como arar dos campos de una sola vez, continuaba mi educación y me saltaba las tediosas clases de la Srta. Darmond. ¿Qué tan diferente podía ser en esta ocasión?

Muy diferente.

La imagen que el objeto reflejaba era dolorosa, no tenía golpes, yo no era una persona horrible de ver, ni estaba roto el vidrio. Era lo que mi reflejo significaba lo que en realidad me pesaba, acababa de perder mi identidad por completo. Cabello corto, rostro manchado de suciedad, ropa demasiado grande para mí. Yo no era eso y me aterraba el ver como el último recuerdo de mi madre y mi padre se esfumaba mientras me daba los toques finales. En el orfanato bastaba con amarrarme una cola de caballo y ponerme el gorro de mi hermano, pero ahora tenía que cortarlo, no podía arriesgarme a que alguien me descubriera.

Me alejé de la vidriera de la tienda y recorrí las calles en una eterna angustia, con la cabeza baja y esperando que nadie me detuviera, que nadie se interpusiera en lo que era mi último anhelo. Las personas que transitaban la avenida estaban más ocupadas en ellas mismas que en voltear a ver a un chiquillo pobre mal vestido, eso era un punto a mi favor. Finalmente llegué a las escaleras que llevaban al barco y suspiré con pesar, estaba por alejarme de la ciudad, mi ciudad. La que alguna vez me prometió mi lugar en el mundo y que ahora me daba la espalda, volteé a verla por última vez, las calles pavimentadas, las extravagantes tiendas, las excéntricas personas y los hermosos carruajes.

—Muévete niño, bloqueas el paso—me reclamó un señor con molestia. Salí de mi pequeño trance y subí por la rampa.

Ya no había vuelta atrás, entré a la construcción y quedé maravillado por la elegancia del lugar. Personas dineradas iban y venían entre risas escandalosas y al mismo tiempo refinadas, algunas se me quedaban viendo por mi aspecto descuidado y murmuraban indisimuladamente. Antes de que pudiera preguntar algo un señor claramente enfadado por mi presencia me tomó del brazo con fuerza y me alejó de la vista.

—¿Qué crees que estás haciendo en mi barco niño? —Preguntó bruscamente.

—Vengo a buscar trabajo señor. No pido mucho señor, solo necesito un lugar donde dormir y comida—. Pareció valorar por unos segundos mi pedida de trabajo, contratar a huérfanos no era algo raro en los puertos, pero tampoco era precisamente el tipo de empleado que se buscaba.

—¿Y tus padres?

—No tengo señor—me apresuré a aclarar. Unos segundos más de silencio y justo cuando creí que la respuesta sería negativa él sonrió.

—De acuerdo, te pagaremos diez centavos al día. Tendrás donde dormir, desayuno, comida y tal vez cena, depende de tu trabajo. Irás a abajo con el carbón, no quiero problemas si ven a un niño trabajando en el barco. Tienes prohibido subir hasta que todos los pasajeros hayan bajado de la nave al finalizar el viaje—. Continuó explicando algunas reglas mientras me llevaba escaleras abajo a donde trabajaría a partir de ese día. El calor comenzaba a ser sofocante y supe que me tomaría mucho tiempo acostumbrarme.

—Escúchame bien niño, no soy tu institutriz así que no me importan tus enfermedades o problemas. Cualquier trabajador que me dé más trabajo limpiará las letrinas.

Mi mente automáticamente pensó en jamás pasar por eso. Después me mostró dónde dormiría y en qué lugar estaban los baños, ese era mi día libre para ducharme y hacerme a la idea del infierno en el que viviría de ahora en adelante. Tomé una de las hamacas colgadas que estaba vacía, todas se encontraban dispuestas en dos hileras una a un lado de la otra, apenas y podías caminar entre ellas por lo estrecha de la habitación. Mi tumbona estaba a un lado de la que supuse era del hombre de color y enfrente estaba una sola.

—¡Vaya! Hace mucho no veía a un niño por aquí, ¿huérfano? —me preguntó el hombre a mi lado mientras se recostaba en aquella hamaca con los brazos detrás de su cabeza. Era de tez oscura y con cabello rizado color negro, llevaba una barba corta y una sonrisa amable pero cansada. Sus ropas eran como las mías, descuidadas y de poco valor. Se veía amigable, pero lo que menos necesitaba era una persona que pudieran delatarme.

—Ajá—respondí cortante, aunque eso no pareció impedirle tratar de sacarme plática.

—Como lo siento amiguito, me llamo Bash Lacroix—. Se presentó—¿Cómo te llamas?

—Ethan

—Bueno Ethan, bienvenido a bordo. Considérame tu amigo.


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¡Hey! Bienvenidos a mi historia, espero que les guste.

La historia está en un periodo de edición por lo que habrá algunos errores de ortografía y tal vez de coherencia. Si alguno de los datos no queda o no es correcto,  pido paciencia hasta que lo corrija, si hay alguna sugerencia dejan sus comentarios y prometo tomarlos en cuenta.

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-Una Lectora Compulsiva 

*Versión editada publicada el 10/08/21

Part of Your Sky (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora