Me hubiera gustado seguir pensando que las notas eran parte de una mala broma. Pero después de la segunda, tenía que admitir que era un asunto que me preocupaba.
Entonces estaba un lunes temprano, con una cara de muerta y de preocupación. Ni siquiera me había dado tiempo de arreglarme. Me había levantado temprano para hacerlo, pero en plenas cinco y media de la madrugada había encontrado otra nota. Deslizada debajo de mi puerta. Y esa sí sabía de qué hablaba, no había encontrado manera de negarlo.
La nota me resultaba inquietante incluso en la bolsa de mi pantalón. Era un día algo más frío de lo habitual. Así que me puse también una gabardina color beige que me llegaba a las rodillas, bastante bonita y lo suficientemente fresca como para no acalorarme cuando el sol ya estuviera arriba friéndonos a todos. De todas maneras me la iba a tener que quitar.
Volví a ir a la cafetería, por ahora era mi lugar favorito de la Universidad. Y me hubiera sentado, perfectamente a gusto, de no ser porque ví a esa chica. La acosadora de Alex. Estaba en una de las mesas platicando con alguna amiga suya. Me quedé tiesa y recordé la nota. No quería acercarme a ella hasta estar segura de que no era peligrosa, y que no era ella quién me estaba enviando esas porquerías.
Inmediatamente cubrí la bolsa del pantalón en la que llevaba la nota y di media vuelta para retroceder. Pero de ese lado venía Alex en dirección a la cafetería. Sentí como el color abandonaba mi rostro y preferí huir por donde no me encontrara a ninguno de los dos. Era uno de esos días en los que me sentía lo suficientemente bien para llevar tacones, algo cortos, pero tacones. Y se veían bastante bien con mi ropa de hoy, pero eso no cambiaba el hecho de que no logré correr lo suficientemente rápido para escapar de Alex. Y por lo tanto, de la loca que lo perseguía.
— ¡Becca, espera!— intenté ignorarlo y seguir corriendo, pero mis pasos eran irregulares, y en dos de cada cinco trastabillaba por los tacones.
— ¡Alex!— seguro nos veíamos ridículos. La acosadora persiguiendo a Alex, él persiguiéndome a mi, y yo huyendo de los dos con cara de desesperación.
— Dios, déjenme, déjenme, déjenme.— pedí en un rápido murmuro pensando en cómo me dolían los pies mientras corría.
Ojalá lo hubieran hecho. Pero Alex me alcanzó intentando huir de la loca. Me agarró de la muñeca y yo intenté soltarme con cara de espanto. Qué dramas más innecesarios.
— ¡Amor!
«Amor tu madre» pensé apanicada y volví a quedarme tiesa mientras la loca llegaba hasta nosotros.
— ¡Hola, Alex!— me ignoró y nunca estuve tan agradecida de que alguien me considerara inexistente.
— Vámonos, Becca.— ¿Por qué no podía dejar de hablarme?
— No.— le quité mi brazo e intenté no ver a la loca.— No soy tu novia, y no somos nada y déjame en paz.
Su comportamiento me recordaba a él. Esa manera de usarme a su conveniencia, de comenzar creyendo que yo le seguiría el juego. Tal vez antes de vacaciones lo habría hecho, pero ya no. Ahora me sentía mal por la Becca que había aceptado eso, y estaba intentando ya no hacerlo.
— Pero lo serás.— respondió Alex, que parecía rehusarse a soltarme y a dejar su juego de lado.
— Basta— mascullé.
— ¿Es tu novia o no?— preguntó ella.
— No.— le dije yo.
— Estamos trabajando en eso— dijo al mismo tiempo, y mi voz quedó completamente opacada.
Quería hablar con Alex sobre las notas anónimas antes de tomar cualquier decisión— si era Hannah ambos sufriríamos las consecuencias—. No podía solo echarle la culpa a esa chica, ¿Qué tal si me equivocaba? Además, la segunda nota era... Demasiado. Nadie lo sabía solo yo y él. Y Sarah, pero, si era la acosadora ¿Cómo se había enterado de que estaba en Miami, y de la dirección de mi casa? Y si no era ella, ¿Entonces quién?
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Tienes Prohibido Enamorarte
RomanceCuando Becca se muda a Miami para empezar la Universidad, cree que los problemas que tuvo en Seattle por fin han llegado a su fin. Al menos hasta que alguien peligroso comienza a mostrarle que sabe su secreto. Esto lleva a Becca a hacer un trato con...