La nube más triste de todas

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   Me siento triste, y es porque nadie me quiere, muchos me odian, y otros me ignoran solo por mi nacimiento; pero, ¿qué culpa tengo yo de ser una nubecita de gas de invernadero?; yo nunca escogí venir a este mundo, y sin embargo mis propios creadores no me aman. Nací en una pequeña fábrica en una zona periférica de la ciudad, sin rumbo fijo vago por aquí y por allá, y en este largo andar me he encontrado a muchos como yo, algunos grandes, otros pequeños, pero ninguno amado.
   Se puede decir que solo he sentido dolor y tristeza en este mundo, salvo por ciertas ocasiones en que la envidia me corroe al ver a aquellas nubes blancas, tan puras y queridas por la gente, que lloran de felicidad sobre los verdes campos de esta tierra; yo también lloro, pero lo hago por dolor, y mientras más lloro, más me odia la gente, pues mi llanto está tan lleno de penurias como mi corazón, y la tierra se marchita con cada gota de mis ácidas lágrimas.
   Ya detesto este mundo, que me hizo y me desprecia. Esta no es una carta de despecho, ni es una súplica fútil, solo es mi despedida, y es que, tras muchos años, y con la ayuda de otros como yo, por fin logramos abrirle una salida a esta prisión, a esta capa que cubre todo el planeta, y ahora puedo decirle adiós, y solo espero que nunca más creen a nadie como yo.

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