El hotel de Crillon se alzaba delante mío como si se tratara de un templo de la antigua Grecia. Y cuando digo que lo parecía, es porque realmente era así. El edificio exteriormente estaba dividido en dos partes: la superior y la inferior. La inferior de este parecía normal: las paredes estaban recubiertas por ladrillos blancos con algunas imperfecciones que hacían que este fuera perfecto, la portalada se hundía hacia dentro del hotel creando así un pequeño pasillo. La parte superior estaba subdivida. Podían apreciarse las columnas jónicas, con volutas en la parte de arriba, detrás suyo había una pequeña terraza que recorría el hotel y las habitaciones donde se hospedaban algunas de las personas más célebres de distintos sitios del mundo. La segunda cosa a destacar de la parte superior, era aquel friso rectangular donde había grabados personajes de alguna leyenda antigua, a su lado lo guardaban dos gárgolas con características de un grifo.
Plantada en los Campos Elíseos, la cantidad de gente que había a mi alrededor me hacía sentir como una hormiguita. Si daba una pequeña mirada a mi alrededor, podía observar otros hoteles y varios turistas haciéndose fotos junto a la fuente de la Concorde. Siempre me pareció gracioso ver como se las tomaban, cada uno lo hacía de manera distinta. Después de tener un conflicto mental entre entrar o no entrar en aquel edificio, decidí decantarme por la primera opción. Necesitaba el dinero o iban a echarme de aquel apartamento cochambroso a las afueras de París. No era el mejor del mundo, pero si quería vivir en la ciudad del amor, debía de conformarme. Aunque eso significara tener que coger un autobús y dos trenes para poder llegar hasta el corazón de esta.
Por fin me atreví a andar hasta la acera de delante. Dos guardias vestidos con un traje negro (que saltaba a la vista que era caro), corbata gris y una expresión seria guardaban aquella gran puerta. En cuanto me vieron allí, de pié y temblando se pensaron que debía ser alguna drogadicta que venía a pedir dinero. París podría parecer muy bonito, pero sólo si ibas por calles concurridas y famosas. Aún así, se veían muchas personas pidiendo dinero o algo de comer en cada esquina. Uno de esos dos hombres, se me acercó con gesto amenazante y en un francés muy marcado me preguntó el motivo de mi llegada. Había estudiado varios años el idioma, pero en ese preciso momento mi mente se había quedado en blanco. Lo miré sin articular palabra, y volvió a preguntar lo mismo. La siguiente ocasión, incluyó el hecho de agarrame por el brazo derecho y de esa manera hacerme daño. Yo seguía igual, pero esta vez haciendo una mueca de dolor. Un hombre bajito y con cara de ratón salió en mi rescate. Parecía sacado de los dibujos animados que miraba cuando era una niña. Se sacó un panfleto del bolsillo de su americana costosa e hizo una bara. Con esta, empezó a azotar el brazo con el que el hombretón me agarraba. Mi héroe gritó con voz chillona varias cosas que parecian insultos al orangután y este me soltó. Refunfuñando, volvió a su lugar de trabajo. El hombrecillo me miró des de un par de metros de la puerta y con un acento francés bastante suave, habló.
— Usted es la señorita que viene a por el puesto, ¿verdad? — Escuchar su intento de hablar en español me hizo sonreír. No sabía de que modo se había enterado de que no era de allí. Incluso mi acento era como el de una persona nacida en Francia. Aunque aún no hubiera hablado, lo podrían haber notado a través de la línea telefónica.
De manera tímida y con la voz temblorosa respondí a su pregunta.
— Sí, soy yo. Mi nombre es Freya. — El hombrecito me sonrió e hizo un gesto indicándome que entrara. Para que quedara claro, continué hablando. — Si prefiere podemos hacer la entrevista en francés, domino el idioma. — Dije mientras me acercaba al pórtico. Aquel, negó riendo.
— Señorita, no se preocupe. Necesito practicar el español para los turistas. — Dicho esto, corrió con sus diminutas piernecitas hasta el hall del hotel.
En cuanto atravesé la portalada pude ver el lujo del edificio. Si des de fuera ya te impactaba con aquellos detalles que lo hacían único, de dentro era mucho mejor. Su decoración del siglo XVII creaba una atmósfera sensual y energética, por lo que ninguna persona que pudiera preciarse no se resguardaba ahí. Estaba alucinando, tanta belleza junta no era posible que fuera real. El suelo estaba cubierto de baldosas blancas y marrones. Todo era decorado con muebles exquisitos y ambientados en épocas antiguguas. Él entero relucía. Si mirabas hacia arriba, se podían apreciar todos los pisos que lo formaban. Al lado derecho de recepción, se apreciaba una escalara de mármol que llevaba hasta las habitaciones. A los lados del hall, varias puertas desembocaban a diferentes salas de entretenimiento para los hospedados. El pequeño hombre me dirigió hasta una pequeña habitación, algo parecido a un despacho. Me asombraba que con la cantidad de espacio que había en el edificio la sala fuera tan pequeña. Estube un par de minutos sentada hasta que una mujer con físico de bailarina, entró. Su forma de andar indicaba que provenía de la alta sociedad. Me sonrió de manera cortés y atravesó el pequeño cuarto. Detrás de la mesa desordenada y la silla lujosa, había otra puerta de la que no me había percatado. La mujer la abrió dejándome ver una gran e iluminada sala. De nuevo, me quedé asombrada. Todo el despacho estaba cubierto de blanco y brillaba, incluso los muebles eran del mismo color. Aquella se sentó detrás del escritorio y con una de sus manos me indicó que yo hiciera lo mismo, pero delante suyo. Coloqué mi trasero en aquella mullida silla, con cualquier cosa se podía notar lo mucho que ganaba el hotel. Miré a mi alrededor mientras la pelinegra buscaba algo en su ordenador. Las paredes blancas estaban cubiertas de algunas obras de arte neoclásicas, solo pude reconocer una de ellas. Era un cuadro el cual me habían hecho estudiar hacía un par de años: Le Serment des Horaces. Me parecía raro que estuvieran en aquella sala tan moderna. La voz de la mujer me llamó la atención.
— Freya, ¿verdad? — Su buen accento español me tomó por sorpresa. — Siento ser yo quién te recibe, pero me gusta saber a quién voy a contratar. — Fruncí el ceño. ¿Acababa de dar por hecho que me iba a contratar? En cuanto vio que no contestaba, continuó. — Veo que es la primera vez que trabajas, — Bajó el cursor del ordenador. — ¡Oh! Y estás estudiando filosofía, fantástico. — Aplaudió con gran emoción. No entendía el motivo de su alegría, pero no iba a negársela. Supongo que la filosofía le gustaba, aunque trabajara en un hotel de lujo. — Como aún no has pisado el mundo laboral, trabajaras como camarera en el restaurante del hotel, Des Ambassadeurs. — Pronunciació el nombre con suma suavidad, me atrevería a decir que hasta sentí que me acariciaba. — Tu jefe será el maître, su nombre es... — Antes de que pudiera decirlo, alguien abrió la puerta y habló por ella.
— Mi nombre es Étienne, pero todos me llaman Boss. Porqué eso es lo que soy, el jefe. — Me sonrió mostrando sus perectas perlas. Se notaba que había llevado aparato, unos dientes tan rectos eran imposibles si no se corregían. Oí como alguien resoplaba detrás de mí, era la pelinegra.
— Étienne, ¿cómo tengo que decirte que el hecho de ser maître no te convierte en el director del hotel? — Con expresión cansada, tecleó en el ordenador. — Freya, — Consiguió llamar mi atención. — ¿tu apellido? — Abrí la boca para poder responderle, pero Étienne contratacó.
— Oh, la préférée de papa c'est la directrice de l'hôtel. — Dijo en un tono de sorpresa fingida. Se notaba que lo que decía le molestaba. Mientras ambos discutían sobre quién era el preferido de quién y por qué, me percaté en que para ser hermanos eran de lo más distintos. La pelinegra, que al parecer se llamaba Ophelia era alta y fina, con los ojos amarillentos y siempre iba con una sonrisa forzada. Cualquiera se daría cuenta de que no estaba acostumbrada a sonreír. A diferencia, Étienne era rubio y con los ojos verdes, su sonrisa era de esas que se contagian. La discusión terminó con una Ophelia sacando humo por las orejas y un Étienne riéndose de ella. Al final, el rubio se cansó y se largó de la sala. Ophelia suspiró para poder recuperar la compustura y con una sonrisa forzada habló.
— Lo siento por eso, Étienne no se acostumbra a que sea su jefa. — Me guiñó un ojo para suavizar el ambiente y continuó. — Antes de que mi hermano entrara te estaba a punto de decir que estabas contratada. Trabajarás de martes a domingo y de tres de la tarde a diez de la noche. Espero que no dificulte tus clases de la universidad. — Volvió a fijar su vista en el ordenador y colocó los dedos sobre el teclado. Con mirada inquisitoria de nuevo preguntó. — ¿Tu apellido? — Después de todo el show que acababa de vivir, los nervios se habían esfumado.
— Mi apellido es Sorrentino, como la pasta. — Intenté hacer la broma que llevaba escuchando tantos años. Eso hizo que sonriera un poco.
— Perfecto, Sorrentino empiezas en unas horas. ¿Te dará tiempo de pasar por tu hogar a recoger tus cosas? — La miré perpleja. ¿Recoger mis cosas? ¿Me iba a quedar a vivir aquí? La pobre mujer, habló para romper el hielo. — Por lo visto no estabas enterada. Algunos de los trabajadores viven en las habitaciones que los huéspedes nunca alquilan. — Volvió a teclear algo en el ordenador. — Y como he leído que estudiabas y estámos en el corazón de París, he pensado que te parecería bien. — Asentí varias veces eufóricamente. No iba a desperdiciar poder dormir en uno de los hoteles más lujosos de París. — Hay un problemilla, la comida, la electricidad y el agua se descuentan de tu paga. Por lo tanto, cobrarás menos de lo que deberías. — Eso era lo que menos me importaba.
— No se preocupe, señorita Ophelia. Es perfecto. Muchas gracias por esta oportunidad. — Me dispuse a levantarme para salir. Ella río con levedad.
— Oph, por favor, y tutéame. — Me dijo adiós con la mano. En cuanto salí del edificio lo miré por última vez antes de perderme entre los distritos de la ciudad.
No tardé mucho en hacer la maleta, tampoco tenía tantas cosas que llevarme. Después de un bus y dos trenes y cinco horas de viaje volví a pisar el hotel que en definitiva iba a ser mi hogar durante bastante tiempo, el Hôtel de Crillon.
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Des Ambassadeurs.
RomanceAcompáñame a conocer las historias más bonitas de París. Sus personajes, y sobretodo su protagonista, harán de esta novela la más interesante que hayas podido leer. Espero que te sumerjas en ella, al igual que lo hice yo.