Visita a escondidas

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Maldoa se acercó al pueblo, vigilante. El nivel de la zona era mayor que el suyo, por lo que podía correr peligro si no iba con cuidado. Es cierto que, siendo medio dríada, era difícil que estuviera en verdadero peligro en la selva. No obstante, si metía la pata, podría convertirse en el centro de las risas y conversaciones de las dríadas durante semanas.

Ya le había sucedido en una ocasión, y en su vida había estado tan avergonzada. De hecho, por algo parecido estaba pasando su prima, aunque sin las risas. Había corrido peligro de verdad, por lo que había ira en lugar de risas, aunque no hacia ella. No obstante, eso no significaba que la joven dríada dejara de estar avergonzada.

Era algo por lo que, tarde o temprano, todas pasaban, la mayoría sólo una vez. El no volver a pasar por ello era un gran aliciente para mantenerse alerta.

Un jabalí nivel 65 pasó cerca, pero ni siquiera la percibió, habiéndose fundido con un árbol.

–¡Ese árbol es mío!– se quejó una voz.

Maldoa suspiró. Era la quinta vez. En cada ocasión, una dríada diferente. Aparentemente, hoy estaban aburridas.

No fue directamente al pueblo, sino que se desvió hacia donde las plantas habían indicado. Allí había un elfo, cuyo nivel era difícil de apreciar, pues parecía fluctuar. Estaba agachado, comprobando una trampa.

La drelfa frunció el ceño. Había algo en él, una especie de fuerza, quizás una maldición. No es que le sorprendiera, su amiga ya le había hablado de algo así, aunque ésta no estaba muy segura. En su momento, la realidad había sido borrosa para ella.

–Es guapo. Goldmi tiene buen gusto– dijo para sí.

Lo siguió durante un rato, observándolo, hasta que llegó junto a una pequeña laguna. Estaba alimentada por las aguas de un pequeño riachuelo, que allí había encontrado el terreno propicio para acumularse. Vio como el hombre se sentaba frente a unas hermosas flores, blancas por fuera y amarillas por dentro.

–Eran tus flores preferidas, tu lugar favorito. ¿Volverás algún día a pasear aquí conmigo? Goldmi... ¿Volverás a este mundo?– murmuró el elfo.

Maldoa se quedó mirándolo hasta que se fue, con una lágrima de néctar salado deslizándose por su mejilla. Luego se quedó contemplando el lugar, asegurándose de retenerlo en su memoria. Planeaba usarlo para avergonzar a su amiga, pues nada de ello le había contado.

Se sentía bastante alegre al haber cumplido su objetivo, y comprobar que Elendnas la estaba esperando. Así que sólo se dio una vuelta por las cercanías del pueblo antes de marcharse, comprobando que no hubiera nada extraño.

No quería que la vieran. No quería que nadie supiera que había estado allí, al menos no de momento. Ya decidiría más adelante si se lo contaba o no a su amiga, pues no quería que se enfadara con ella. ¿O sí?

Una sonrisa traviesa apareció en su rostro. Quizás debería aprovechar para molestarla un poco. Deseaba que volviera pronto.

Mientras, Pikshbxgra observaba a la drelfa con curiosidad. Aunque quería ir con tía Omi, sentía que debía quedarse allí, también deseando con fuerza que regresara pronto



–Nada en mi área. Envié unas sombras inmaduras a un par de zonas, y no han sido atacadas– informó Kroljo

Warkmon miró entonces a Jralon.

–Tampoco nada en mi área. Hemos enviado varias sombras. Y otras que vigilaban a lo lejos. Incluso hemos amagado con algunos ataques. Ninguna ha sido atacada.

El vampiro suspiró. Era una situación difícil y extraña. Las sombras estaban aterradas ante la presencia de una entidad desconocida que podía acabar con ellas, de la que nada se sabía.

El misterio la hacía más aterradora. De hecho, no sabían siquiera si era una única entidad. Sospechaban que podía ser un escuadrón de hadas, pues habían llegado a percibir la presencia de una de ellas. Que hubiera una única hada superpoderosa capaz de aniquilarlos era una idea en la que ni siquiera querían pensar. Resultaba demasiado espantoso.

Por ahora, Warkmon tenía que conseguir que, poco a poco, recuperaran la confianza. No le importaba demasiado que murieran unas cuantas, pero quería saber cómo.



–¡Maldito pajarraco!– exclamó el cuarto príncipe.

Estaba en el reino de Goltrenak, al sur de la capital. No había querido volver a Engenak, así que se había quedado allí para ganar experiencia, junto a su escolta y un pequeño séquito de aduladores, a los que tiempo atrás no habían permitido la entrada en los campamentos fronterizos.

No había recibido ningún castigo del reino, todo lo contrario. A pesar de que había tensado la relación con la alianza, gracias a él, habían descubierto la existencia de una elfa que, por alguna razón, era muy importante. Sólo les faltaba averiguar por qué. Quizás les pudiera ser útil en el futuro.

En estos momentos, estaba obsesionado con atrapar a un exótico azor albino que volaba sobre sus cabezas, como riéndose de ellos.

Al principio, había querido cazarlo, pero al comprobar su agilidad, había decidido capturarlo y adiestrarlo. Había decidido que era digno de ser su mascota. Pero el ave no parecía tener la misma opinión.

Primero, había esquivado las flechas con facilidad. Y luego los hechizos para atraparla. A veces, simplemente apartándose mientras los invocaban. Otras, atravesándolos con velocidad, rompiéndolos, como si les estuviera señalando arrogantemente que el cielo era suyo.

Su último intento había sido contratar los servicios de varios domadores con aves, supuestamente capaces de enfrentarse a ella en las mismas condiciones. Pero había caído en picado, ganando una velocidad vertiginosa con la que se había metido en el bosque.

Un halcón que se había atrevido a seguirlo había acabado chocando contra las ramas, pero aquel azor simplemente había salido un rato después, indemne, alzándose en el cielo. Había emitido entonces un fuerte grito con el que parecía burlarse de sus perseguidores, como diciéndoles que no estaban a su altura.

Quizás lo imaginaban, pero el ave parecía provocarlos, divertirse a su costa. Y eso era algo que Krusledón no podía aceptar.

–Ya veremos quién ríe el último– amenazó éste, mientras el resto de las aves de los domadores se acercaban a su presa.

De repente, éste fue hacia ellas, cubriendo su cuerpo de magia de viento y Chocando contra una de ellas. El impacto no fue muy fuerte, quizás porque era su límite, o quizás porque no deseaba matarla. Así que la víctima logró aterrizar no demasiado aparatosamente, y resultando sólo levemente herida.

El resto se alejaron, atemorizadas. El azor había dejado claro quién era el dueño de los cielos.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora