11. No me digas que no hay tiempo

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11. Olivia

Hay una voz mucho más profunda que los propios pensamientos, oculta, a la que nadie se atreve a darle la posibilidad de coger un micrófono dentro de su cuerpo para que no pueda tomar el mando de sus acciones. Es una voz que lo sabe todo, que confiesa todos tus deseos sin que se lo preguntes. Ni siquiera hace falta pensarlo para saberlo. Suele hacer acto de presencia cuando te haces una pregunta y ella tiene la respuesta. No se calla, te la dice a gritos antes de que puedas controlarla. Y después viene tu conciencia a decirle que se calle, que no se puede todo en la vida. Algunos la confunden con la voz del corazón. A mí parece tan salvaje, temeraria e impulsiva algunas veces, la gran mayoría si he de ser franca, que me niego a creer que tenga un corazón tan egoísta, oscuro y dañino. Está tan escondida que no consigue ver más allá, no consigue ver que los actos tienen consecuencias, que las decisiones tienen un antes y un después y que las opciones lo son porque tienen peso para serlo.

Mi voz me dijo durante años que me lanzara a sus brazos, que lo besara sin miedo, que no perdiera el tiempo y que me olvidara de los demás porque nadie se interesaría más por mi felicidad que yo misma.

Por el contrario, mi conciencia me dijo que había gente que sufriría en el camino, que no las tenía todas conmigo, que nadie me aseguraba que fuera correspondido. Y es que nadie dijo que mi conciencia fuera valiente. Ni tampoco que yo lo fuera.

Me veía de nuevo en una encrucijada. Tenía que decirle a Tristán que íbamos a ser padres. Porque yo tenía que saber si iba a ser madre soltera o no. Porque ya no dependía solo de mí. Mi conciencia tenía que ponerse las pilas, buscar el coraje de debajo de las piedras y hacerlo que debía.

Había enroscado mis piernas alrededor de Tristán unas horas antes, me había prometido que iría despacio para darle un duelo digno a los sentimientos sin fruto que había sentido por Héctor. Algo dentro de mí me impedía seguir perdiendo el tiempo con eso. No obstante, me rehusaba a pensar que había perdido el tiempo durante todos esos años. La pena me envolvía al pensar que no tenía ningún recuerdo al que agarrarme para no soltarlo a él.

Tenía que dejarlo marchar. Tristán tenía razón y yo odiaba dársela porque no podía aceptarlo. O a lo mejor sí, pero la cuestión era que no quería. Asumir que Héctor se había muerto suponía asumir que yo nunca me convertiría en la mujer que dormiría en su pecho por las noches, ni la que le pisaría los pies al bailar, ni la que le metería mano por debajo de la mesa para ponerlo en un aprieto. Suponía aceptar que no lo vería envejecer, no sería testigo directo de la consecución de sus sueños y que yo no tendría la posibilidad de pertenecer a ninguno de ellos, cuando él había pertenecido a tantos de los míos.

Esa maldita voz me dijo en una ocasión, en sueños, que, si por lo menos hubiera sido Tristán, sabría que había hecho todo lo posible para hacerlo feliz hasta su último día. Me atormentaba la idea de pensar eso, a la par que me atormentaba la idea de pensar que Héctor podía no haber sido feliz. O que yo no había sido la última persona en la que había pensado antes de cerrar los ojos para siempre.

Tristán sabía que yo era una fóbica al compromiso, así que para siempre me seguía demasiado tiempo incluso para la muerte. La tregua de los sueños no me parecía suficiente si al despertar yo estaba en brazos de otro y encima empezaba a sentir lo que no debía. Lo que debía. Tenía lo que siempre había deseado. Se ve que no había escuchado suficientes veces que hay que tener mucho cuidado con lo que se desea.

Tristán sabía que era una fóbica al compromiso y me pidió que me casara con él delante de una gran multitud de gente. Yo me sentí como un ratoncillo atrapado en una jaula intentando pasar el mal rato lo antes posible. Le dije que sí, porque no estaba dispuesta a conocer las consecuencias de decirle que no. Porque no estaba dispuesta a perderlo, porque a mí manera lo que quería, a mí manera insuficiente y miserable. A él las migajas siempre le parecieron suficientes.

DE ALGUNA MANERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora