La caída del campamento mestizo

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Después de tanto caminar por el bosque, el grupo de chicas al fin consiguió un lugar donde acampar.

—Aquí está bien —dijo una de ellas. Las demás obedecieron y se sentaron el pasto, relajando sus cansados músculos. Otras, las que más energía tenían, fueron a buscar madera para hacer una fogata.

Fueron conversando, riendo de algún chiste que alguna contaba y despreocupadas de la vida. Pero a medida que se adentraban, se iban callando y poniéndose más alerta. Entre más se adentraban en la espesura del bosque, más... ¿escombros? encontraban. Algunas hasta se alegraban pensando que capaz tendrían un techo bajo el cual dormir. El grupo se quedó helado al encontrar ruinas por todo el lugar. Madera ennegrecida por algún incendio, cabañas medias destruidas, más estructuras calcinadas y hasta huesos esparcidos por el lugar. A su izquierda había un arco de madera medio destruido donde hacía tiempo decían algo pero ahora el tiempo había hecho de las suyas y no se podía leer, solo algunas letras: C P A L O O D. Lo único que seguía en pie era un árbol al lado del arco, parecía como si nada de lo que había pasado en ese tiempo lo hubiera afectado.

La líder del grupo cubrió su boca con su mano y lágrimas amenazaban con salir de sus ojos por reconocer las ruinas. En silencio, se alejó de sus amigas y caminó por el lugar, ella sabía que sus amigos habían muerto y que el lugar había sido destruido... pero no se imaginaba eso. Nunca se había atrevido a ir por miedo a lo que podía llegar a ver. Su sentimiento de que no debería haber ido allí creció, pero la curiosidad y el masoquismo era más grande.

—¿Dónde estamos, Thalia? —Preguntó una de las cazadoras.

—En el campamento mestizo —respondió Thalia con voz estrangulada—. Mi antiguo hogar. Pero ya fue hace mucho tiempo...

—¿Tu vivías aquí? —preguntó curiosa otra de las chicas.

La hija de Zeus se obligó a sonreír, no podía parecer débil frente a cazadoras.

—Sí. Y otros semidioses también. Éramos cientos, no sé si miles. Era el mejor lugar del mundo.

—¿Y qué pasó?

Oh, nada, solo se olvidaron de la cocina prendida y todo se prendió fuego ¿Qué pensabas sino? Estuvo tentada a responder Thalia.

—Guerra contra Gea, la madre tierra, y esto se convirtió en un baño de sangre, en un cementerio —respondió en su lugar—. Y aún no la terminamos de derrotar.

—¿Y cómo hacem...? —empezó a decir una tercera chica hasta que la primera la interrumpió y la tomó del brazo, comprendiendo que Thalia necesitaba un momento a solas. Se fueron y las demás la siguieron.

La hija de Zeus agradeció la soledad y comenzó a recorrer el lugar. Primero empezó con su cabaña. La estatua de Zeus estaba decapitada, símbolo de triunfo del enemigo. Luego pasó hacia las demás cabañas. Se estremeció al patear huesos, sabiendo que cualquiera de ellos podría ser sus amigos. A la distancia vio dos cuerpos, bueno, en realidad dos esqueletos, que parecía que estuvieran tomados de la mano, como si ni la muerte podría separarlos. Casi podía pensar que esos serían Percy y Annabeth... No, no podrían ser ellos, allí vivían miles de semidioses y podrían ser cualquiera. Sacudió la cabeza y siguió su recorrido hasta su árbol donde el dragón ya no estaba cuidando el vellocino de oro el cual tampoco estaba.

Siguió recorriendo hasta llegar a la Casa Grande. La piedra estaba destrozada y faltaba parte del techo al igual que la puerta. Entró cuidadosamente, esquivando escombros y partes de techo, hasta llegar al lugar donde alguna vez fue el lugar del señor D. Entre las sombras, distinguió algo. Thalia frunció el ceño y la sombra del rincón más lejano se movió dejando ver a un hombre un tanto gordo y una copa de vino en la mano. Dionisio.

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⏰ Última actualización: Aug 27, 2015 ⏰

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