CAPÍTULO 1 - AV. CIRCUNVALAR

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Era un jueves, en plena hora pico.
El bullicio emitido por el afán de quienes transitaban la avenida circunvalar, era un gran espectáculo para el indigente que estaba sentado en el separador ubicado en el puente al occidente de la carrera 7 cerca del semáforo, quien había recostado su espalda en un poste de luz, pues estaba guardando sus energías para algo que marcaría por siempre su vida.

Esta es una vía que comunica el norte con el sur, donde también da inicio a muchas calles importantes de Neiva (Huila-Colombia) y cerca se encuentra el terminal de transporte de la ciudad; así que contenía bastante tráfico y además era el momento, donde las personas terminaban de su jornada laboral y se disponían a llegar a sus casas con el genio alborotado.

Gente mal humorada, cargada por el afán que tenían de llegar a su último destino, para quitarse al fin esa cara de “Buena gente” que ya les estaba pesando por el trajín del día, eran los que salían a toda mierda cuando el semáforo se ponía en verde, sin miedo de llevarse a alguien por delante; pitaban con odio para alertar a aquellos que sin querer se interponían en sus caminos y aunque creían que nadie veía ese frío comportamiento, el indigente en medio de su locura, los contemplaba como si fueran ellos la única opción para escapar de su asquerosa realidad.

Unos minutos antes, ese viejo hombre que era invisible ante una sociedad que lo aborreció y lo obligó a tomar las calles como su único consuelo de hogar, se encontraba debajo de ese mismo puente. El Río del Oro era la compañía que más apreciaba, pues solía encontrar el alivio que tanto buscaba cuando la cordura empezaba a aniquilarle el deseo de vivir y era quien se llevaba las lágrimas casi secas del ser que aún posaba en el interior de él cuando se sentaba en su ribera.
Un par de palabras en agradecimiento dejó soltar en el aire, mientras detallaba el movimiento de sus aguas y a la par sacaba del bolsillo que no estaba roto, su gran tesoro.
Había bregado un poco para conseguirlo, pero se sentía pleno al saber que había logrado su objetivo. Desde hace más de una semana lo había conseguido, pues quería que ese día y ese instante, todo fuera especial.

Una sonrisa nostálgica surgió en el rostro descuidado de ese vagabundo. Se había hipnotizado con el sonido del río y trataba de escuchar cuidadosamente el mensaje que este le quería dar. Respiraba hondamente apreciando esos pequeños remolinos que se formaban por su ligero caudal y después de unos cuantos segundos siguió en lo suyo.
En la palma de su mano izquierda tenía lo que había sacado del bolsillo, un plástico de una bolsa de agua abierto a la mitad pero que estaba enrollado en las puntas como un dulce. Con la mano derecha empezó a abrirlo de una forma tan cariñosa y curiosamente delicada; como si se tratara del diamante más costoso del mundo, mientras se sentaba sobre una roca.

Después de abrirlo, sus ojos se hicieron grandes, como si no se creyera en ese momento y aspiró absolutamente todo lo que había en el plástico.
Sí, era cocaína.

Un par de minutos se quedó en silencio como si estuviera escuchando la cantaleta que el Río del Oro le estaba dando por lo que haría más adelante, pero este hombre se levantó ofuscado y le alegó diciéndole, que no tenía derecho de meterse en su vida y se dirigió hacia donde lo encontramos cuando empecé a narrar esta historia.

- Liseth R. Ortega 🍁
(El segundo capítulo se publicará la próxima semana. Sí te gusto ayuda a compartir, para que otras personas puedan leerlo)

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