Tres chicas y un escritor

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[Primera parte: sopa de murciélago]

—Doscientos noventa y siete...doscientos noventa y ocho... doscientos noventa y nueve...

En un cuarto totalmente blanco, sobre el suelo (del mismo color) un joven se dedica a realizar pechadas. Con cada flexión la sensación de sofocación aumenta un peldaño más. Su cara está roja y ya tiene rato de haber sobrepasado sus límites, sin embargo, como si fuese un robot, sigue ejerciendo maquinalmente cada movimiento, de arriba a abajo, una y otra vez. ¿Por qué lo hace?

—Trescientos... Finalmente. Parezco un jodido preso.

El mundo, con sus billones de personas en constante movimiento, cual hormigas que van y vienen, caminando sobre una infinita telaraña de hilos, de repente se detuvo. Todo ocurrió abruptamente en pleno 2020, aunque si fuese necesario ceñirse (en estricto rigor) al orden de los acontecimientos, la génesis de una pandemia global empezó cual avalancha que inicia tímidamente desde finales del 2019,  aproximadamente en diciembre  o tal vez antes (¿en noviembre?).

 ¿En qué lugar del planeta se dio a luz a esta fatídica crisis? La respuesta no es simple, pero hay quienes creen que en las atestadas calles (llenas de personas y animales) de un mercado de Wuhan, provincia de la China comunista, (la cual no se debe confundir con Taiwán).

—Todo por una maldita sopa de murciélago, ¿quién se hubiera imaginado que el mundo se iba a ir al garete por una sopa? Aunque claro, el trasfondo es más complejo que eso...

Por algunos momentos, da la impresión de ser un león, de esos que tristemente se encuentran presos en los zoológicos y muy alejados de su majestuosa imagen, ahora se pasean obsesivamente de un lado a otro en la celda. El joven da vueltas en su cuarto, siguiendo una línea horizontal que recorre los extremos, en aquel entorno de suelo, muebles y paredes también blancas.

—Estaría en el gimnasio, y no haría ejercicio en casa, pero...ya nuestras vidas han quedado suspendidas, al menos de momento.

Curiosamente, nadie le acompaña, tal vez esté un poco chiflado o tenga la mala costumbre de «hablar consigo mismo». A riesgo de parecer un loco, la disertación se extiende:

—Maldita sea, el comunismo siempre siendo la raíz del mal. En la dictadura china, en décadas lejanas  acostumbraron por hambre (¿se dan cuenta de que el comunismo-socialismo siempre va de la mano con la ruina, la miseria y la inevitable hambruna?) a sus habitantes a consumir cualquier especie exótica con tal de llenar la tripa. Obvio, en circunstancias extremas, cualquier cosa que se mueva «pasa» con tal de no morir. Y ahora, gracias a ese estridente gusto por las sopas de murciélago, heredado de anteriores tiempos de escasez alimenticia, aquí nos hallamos ante la hecatombe. Un virus y todo se va al carajo. Damas y caballeros, el mundo se detuvo porque un chino consumió un murciélago y se infectó de un terrible virus tan contagioso como la idiotez.

Nadie responde —después de todo—, ese discurso no será escuchado por ningún espectador. La multitud si acaso, podrá ser imaginaria porque el único ser que respira en el cuarto blanco es él, Ramírez. ¿Está loco? Tal vez un poco.

El aburrimiento es uno de los peores males provenientes de la sapiencia. Los animales que viven insertos en la ignorancia, generalmente marginados de todas las grandezas del ser humano, sin embargo, se han salvado en alguna medida del discurrir sobre sentidos filosóficos de la existencia. Con sus pequeñas y no desarrolladas conciencias, ¿serán capaces de aburrirse a como les sucede a millones de seres humanos inmersos en brutales cuarentenas en pleno 2020? Seguramente no, y las ventajas no terminan acá, al mismo tiempo han escapado de las infinitas posibilidades para actuar de forma idiota que el hombre paulatinamente ejercita, —y sobre todo— cuando no encuentra qué hacer, a como lo verá Hugo Ramírez dentro de poco...

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