Treinta y dos

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El inglés fue el primero en despertar aquella mañana, cuando eran alrededor de las ocho. Aunque un poco desorientado, como siempre se sentía luego de dormir, no pudo ignorar la increíble sensación de tener a Amelia junto a él. Sus piernas estaban enredadas a las de él, la mujer lo abrazaba y respiraba con ligereza en su pecho. Tom tenía un poco de calor, pero no se sentía mal, lo que sí lo hacía estar incómodo, era que su pelvis estaba a la altura del abdomen de la chica, y a esa hora de la mañana, como cada vez, una erección le daba los buenos días.

—Mierda...

Con cuidado se despegó de la mujer, quien solo se giró para continuar durmiendo ante la ausencia de él.

Luego de ir al baño a ocuparse de aquella situación, bajó las escaleras para buscar una botella de agua en la cocina.

Un minuto después escuchó que tocaron al timbre.

Salió al patio delantero de la casa y vio un gran camión en la calle.

—¿Amelia...? —interrogó un hombre tratando de leer desde un papel.

—Kuznetsóva. Soy su amigo... —habló acercándose a la verja de la calle—. Mi nombre es Tom Hiddleston, pagué por el envío y me hicieron firmar algunos formularios...

—Sí, tu nombre también está aquí, podemos entregarte las cosas a ti...

Los hombres comenzaron a bajar las cajas y a dejarlas frente a la puerta de la calle.

—¿Quieres que las dejemos dentro?

—Sería genial, voy por las llaves, no tardo...

Entró a la casa y comenzó a subir las escaleras con rapidez, pero antes de siquiera llegar al cuarto escalón se encontró a una apresurada Faith que descendía hasta el primer piso.

—¡Hola! —saludó la muchacha—. Que temprano estás despierto, creí que hoy dormirían hasta tarde, después de tantos viajes pensé estarían exhaustos...

—Sí, bueno, tenía calor... —se excusó—. Faith, necesito que abras la puerta de la calle...

—Claro, justo voy saliendo.

Al marcharse, Faith dejó la puerta sin llave para que los transportistas metieran las cosas a la casa. Posterior a agradecer a los hombres y de que estos se fueran, Tom se dio a la tarea de subir las cajas hasta el cuarto de Amelia, mientras intentaba hacer el menor ruido posible.

Cuando subió la última caja, la puso sobre otra, pero esta se deslizó y cayó, resonando en toda la habitación.

—¡Thomas! —gritó una asustada Amelia, mientras se incorporaba en la cama.

El inglés la miró sobrecogido.

—Lo siento, llegaron tus cosas y yo solo intentaba meterlas en el cuarto...

La chica se levantó de la cama con lentitud, y algo de mareo. Se restregó los ojos y se puso de rodillas en el piso, mientras intentaba abrir la caja que había caído.

—Dentro de mi mesa de noche hay un cortaplumas... —murmuró Amelia—. ¿Me harías el favor de prestármelo?

El inglés se lo dio con rapidez.

Al cortar la cinta, Amelia se dio cuenta de que se había roto un marco de fotos.

—No es nada, Tom... —habló mirándolo—. Solo se quebró el cristal de este marco...

El hombre se sentó en el piso junto a ella.

—Lo lamento mucho...

—No te preocupes... —murmuró sonriendo—. Es solo un marco...

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