Tenía diecisiete años y una vida sexual plena, aprendía día a día con Paola, Ignacio y algunos polvos ocasionales de la escuela más que nada, aunque estando en el último año ya ahí enseñaba más que nada. Aunque ya no nos veíamos tan seguido (con Pao y Nacho) continuábamos encontrándonos para coger, y eso estaba bien.
Una de las veces que me quedé a dormir en lo de Ignacio, desperté por la mañana sólo en la habitación; él me había avisado que tenía que trabajar con el tío ese día -como ya había pasado alguna vez- así que me quedaba pero luego despertaba a solas. Estaba tan habituado a esa casa que no representaba ningún problema, aunque Cecilia estuviera en el trabajo y no hubiera nadie; me levantaba, tomaba algo y salía para mi casa. Pero esa mañana Cecilia no había ido a trabajar -yo no tenía idea- así que cuando salí en calzones de la pieza y me la crucé en la cocina me puse de todos colores. Ella primero se asustó -no se acordaba de que me había quedado a dormir- y después se cagó de risa. A mí realmente me dio vergüenza pero la vi reírse como no lo hacía desde la muerte de Leo (tal vez con más culpa que pena) así que en el fondo me puse contento, era una mujer maravillosa que estaba como apagada; verla encenderse aunque más no fuera por un rato fue una alegría enorme, hubiera querido que Nacho estuviese ahí para verla. Subí para la habitación entre las risas de Cecilia que me gritó desde la cocina:
-¡¿Mate o café?!
-¡Mate! -respondí mientras me vestía.
Bajé y me estaba esperando con la pava y unas galletitas que no comí; nunca ingería nada recién levantado, sólo mate o café, según estuviera sólo o acompañado. Todavía tenía una sonrisa dibujada en el rostro.
-Disculpá Cecilia -dije-. Pensé que estabas trabajando.
-No te hagas drama lindo -respondió-. No me sentía muy bien así que llamé a la escuela.
Era maestra de grado en la escuela del barrio, en cierto modo Temperley funcionaba como un pueblo.
Tomamos unos mates hablando de la escuela -la mía y la de ella- y de qué iba a hacer después. Estaba hermosa, con un camisón que en ese momento me pareció de vieja pero que igual le quedaba bien; hoy podría ser el camisón de Bernarda aunque ella en particular no usa esas cosas, sólo sus remeras blancas gastadas que no le cubren bien los pezones. Tenía el pelo largo y oscuro, y le caía en los hombros sobre esa tela finita de la ropa para dormir, las tetas sobresalían apenas en su escote delicado y llevaban la vista a esa cintura increíblemente delgada. Para mí alguien de cuarenta años era viejo, incluso Cecilia, pero esa mañana la miraba como si yo fuera mayor. Un poco lo era desde que había iniciado mi relación con su difunto esposo. Ya no era el pibe flaquito y temeroso de un año y pico atrás; ahora mis brazos estaban más armados y había pegado "el estirón", solían decirme que era un chico lindo.
Cecilia hablaba y gesticulaba entre mate y mate, yo no tenía que ir al colegio hasta la tarde así que la escuchaba medio embelesado; sin darme cuenta estaba coqueteando con ella, que me miraba las manos cuando me movía y posiblemente el culo cuando me levantaba a agarrar algo. Esa mañana era la mujer que había conocido años atrás, y eso que se sentía mal... aunque luego hablando me dijo que no había querido ir a la escuela porque era viernes y ya estaba en modo fin de semana. Le hice un chiste sobre su irresponsabilidad y nos reímos, pero luego me empezó a decir que yo no era mejor porque era un vago y no sé qué más, para vengarse un poco y me agarró la mano como apretándome y regañándome pero no dejaba de sonreír; entonces me di cuenta de que íbamos a coger. Cecilia en camisón y yo apenas con una remera y un joggin en la cocina; Nacho con su tío -después a la escuela- y ¿cómo no íbamos a hacerlo? si ella era una mujer hermosa y yo un pibe lleno de energía.
Las palabras fueron dejando lugar a los cuerpos, nuestras manos se agarraron cada vez más seguido y las risas se mezclaban con el cruce de miradas de quienes saben que en un rato van a coger, si se hacen los movimientos adecuados. Cecilia fue la primera mujer con mayúscula que me mamó la verga y me abrió las piernas para que comiera de ella una mañana hermosa de invierno, un viernes ignorado. No quiero dar detalles minuciosos de esa dama hermosa que seguía los preceptos de la mujer perfecta, porque algunas cosas se quedan para siempre con nosotros; la primera vez que de verdad amé en mi vida fue a Cecilia, la mamá de Nacho y la viuda de Leonardo.
Durante más de un año seguí visitándola algunas mañanas que ella escapaba al trabajo, algunas de ellas luego de pasar la noche con Ignacio. Esa fue la primera vez -ya que no la única- que me cogí a una familia entera.
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Historias Prohibidas
Non-FictionLa mañana nos encontró abrazados en la cama, con el sol empezando a colarse por la ventana y esa sensación de estar en el lugar correcto con la persona indicada, sólo me preocupaba que no fuera recíproco. Alejé los malos pensamientos y fui a la coci...