Capítulo Cuarenta y Cuatro

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Sinner — Trevor Moran

"No provoques al diablo"

Massimo

Disparo una, dos y tres veces hacia el techo mientras los hombres formados en línea frente a mí esperan a que mi arranque de ira pase y pueda comenzar a gritarles.

—¿Se puede saber, cómo demonios no me han informado que no hay sólo una, si no, varias familias de mafias enemigas viviendo en mi barrio? —inquiero con voz dura

—No suelen salir mucho, señor. Nuestras mujeres siempre están al pendiente de todo, y los niños tienen órdenes de avisar cuando llegan niños nuevos a la escuela—me responde uno de mis soldatos.

—¿Y cómo es que esto ha pasado?

—No sé, pero...

—¡¿Pero?! ¡¿Qué excusa vas a darme?! ¡¿O es que debo hacer todo yo y mandarlos a volar a todos ustedes?!

Ninguno dice palabra alguna. Solo permanecen con la mirada al frente —porque ya saben que si se atreven a bajar la mirada les volaré la cabeza —así que solo se quedan temblando como gusanos.

Antes de que pueda reprenderlos, una de mis camionetas llega a toda prisa a la bodega y de ella baja Ethan como alma que lleva el diablo.

—Massimo..., señores —saluda a los demás quien solo le contestan con un asentimiento y entonces vuelve a posar su atención en mí —. Traigo noticias.

—¿Qué? ¿Más intrusos? —hablo con sarcasmo.

—El responsable de ellos —me sonríe con suficiencia.

La sorpresa no se tarda en aparecer en mi rostro y le pido que siga hablando.

» Tenemos a un infiltrado, desde hace meses y no sé cómo lo logró. Pero se descuidó y lo tenemos capturado en los calabozos. Solo estamos esperando tus órdenes.

—Llévame ahí de una vez. Quiero acabarlo con mis propias manos.

Entro al calabozo donde tienen al muerto de hambre. Atado al tacho y vendado. Ya han hecho su trabajo con él. Su rostro está hinchado y sangrando a más no poder. Tiene una herida de bala en el brazo que dudo que le hayan tratado. Su ropa está rota por todos lados y manchada con su asquerosa sangre. Celio me saluda con cordialidad y yo le pido un informe de lo que está pasando.

—Una de las tropas que está a mi cargo sufrió de un robo anoche. Pero la verdad es que ni siquiera sabemos cómo dieron con nosotros, nuestra ubicación solo la sabíamos mi soldato a cargo y yo. No les dimos las coordenadas hasta que estuvimos en los botes. Todo el asunto me olía mal así que me puse a interrogar a todos los sicarios que iban conmigo y empecé a saquearlos sin discusión alguna. Y este bastardo intentó escapar y abrió fuego. Por suerte, le disparé en el brazo y cayó al agua. Trató de perderse en el mar, pero uno de mis muchachos que había sido buzo en un hotel, lo atrapó y ahora lo tenemos aquí. No soltó la sopa hasta hace una hora cuando le pusimos una Bengala en el trasero y amenazamos con volarlo en pedazos si no hablaba —esboza una sonrisa de suficiencia y ríe —. El hijo de puta comenzó a cantar como un pajarito y a que no sabes quién lo mandó.

—Dímelo, Celio. No estoy para juegos —hablo a punto de estallar del enojo, temiendo que sea lo que estoy pensando.

—Basili.

No espero ni un segundo más y me abro paso hasta estar frente al bastardo y le saco la venda de los ojos. Sus ojos están tan inflamados que no puede ni abrirlos, que lástima, quería que tuviera una buena vista de su muerte. Tomo la cadena que lo mantiene amarrado y la jalo de manera que sus brazos se estiran más, empeorando su herida y haciéndolo chillar como puerco.

Massimo (Familia Peligrosa I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora