Capítulo Diez

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El pequeño radio suena con noticias matutinas haciendo eco en el silencio de la habitación mientras pule una de sus armas. La empuñadura, sube por la corredera pasando el trapo en cada detalle hasta que llega al cañón, tres veces lo hace al igual como lo hizo con las cuchillas. Es bueno en eso y lo encuentran entretenido, se toma el tiempo queriendo que todo quede perfecto.

Se ríe al escuchar la última noticia, al parecer el Soldado del Invierno ha sido visto activamente, un rumor que las misma autoridades no han confirmado del todo. Antes odiaba ese tipo de noticias, pero ahora ya les encuentra una pizca de diversión entre tanta tontería. Deja el arma en buró terminado con su labor, apaga el radio y se asoma discretamente por la venta entre la abertura de las cortinas. La calles permanecen quietas aún pasando las siete de la mañana. Tal vez debería ya moverse, irse y buscar un lugar más o menos estable y así pueda empezar reorganizar toda su vida.

El móvil en su bolsillo vibra. Número desconocido, un número que no ha registrado pero que ya sabe de memoria.

—¿Bucky?

Puede distinguir a la perfección aquel tono de voz.

—¿No te desperté?

No puede evitar soltar una sonrisita. Si Steve supiera que apenas ha podido dormir en estos último días, y no quiere decir que es por su culpa, porque no lo es.

—Para nada —responde con obviedad—. ¿Qué pasa? ¿Sam tiene problemas?

—No, no, nada de eso, es solo que... —se oye una pausa con Steve metiendo y sacando el aire, Bucky se lo imagina pasándose una mano por el pelo—. Leí algo y creí que podrías estar en problemas —admite.

—No haré nada hasta que Sam regrese —responde.

—De acuerdo.

—Si, de acuerdo —repite quedándose ahí la conversación. Escucha la respiración del otro lado sin atreverse a colgar. Y el palmoteo en el pecho se incrementa con el pasar de los segundos, lentos con ritmo muy marcado. Bucky espera con picor en la mano que sostiene el móvil.

—¿Qué harás hoy? —Steve pregunta al final escuchándose lejano.

—No estoy seguro —es cierto, la idea de irse sigue ahí tentativamente, pero luego esta Sam y también, para su no tan infortunio, ahí sigue Steve. Como ancla firme y bien pulida, que ata al barco viejo a la costa de un lugar desconocido. Bucky no sabe qué esperar, si baja, irá a ciegas con el corazón en la mano alzada. Donde Steve le puede dar el manotazo o el acogimiento.

Hay otra leve pausa, el rubio aclara un poco la garganta, como si acabar de dar un sorbo a su café o té caliente.

—Voy a entrenar, si quieres... —corrige— ¿te gustaría...?

Bucky vacila, no mucho, pasando la mirada por sus armas—, suena bien... —se detiene. La necesidad de verle le gana—. ¿Dónde te veo?

—En casa —Steve contesta de inmediato.

—Voy para allá —cuelga sin esperara respuesta, no le da más vueltas. Junta sus cosas en un morral empacando solamente una muda de ropa. Lo medita un poco y echa de paso, convencido, toda la ropa hecha bola. De cualquier forma no va a regresar al mismo lugar.

*

Llega a la entrada del edificio con el moral sobre el hombro y ve a Steve, usando ropa deportiva, corriendo a velocidad constante desde la esquina.

—Una vuelta más —el rubio, con un agitación en la voz, dice cuando le pasa de lado sin detenerse y desaparece al doblar la cuadra.

No lo espera, se mete casi con pereza al angosto edificio de tres pisos. Segunda planta, en la única puerta hasta del fondo. Va a medio pasillo cuando se oyen las enormes zancadas a través de las escaleras.

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