CAPÍTULO 73

878 50 1
                                    

— Nos vemos, hermosa. Te llamaré cuando llegue a México — dice Azael, dándome un beso en la frente.

— De acuerdo, que tengas buen viaje — respondo, abrazándolo sin que se me caiga la sábana que cubre mi pecho. Si no me aferrara a él, no estoy segura de que se iría.

— Tendrás dos guardaespaldas que no te dejarán sola — aclara, y asiento sin tener opción de contradecirlo. Luego besa mis labios. — Ellos te llevarán a donde quieras. No he dejado ninguna orden, porque confío en ti, cariño. Solo quiero decirte algo.

— ¿Dime?

— Contéstame el teléfono cuando te llame. Si no lo haces, empezaré a llamar como un loco, preguntándome dónde estás, Janine.

— ¿Como un loco demente? — sonrió de lado.

— Por tu seguridad — dice, asintiendo.

— Está bien — aseguro. Luego, Azael besa nuevamente mi frente antes de retirarse de nuestra habitación. Suspiro y me estiro, sacando toda la pereza de mi cuerpo. Me levanto y elijo una prenda, por ejemplo, su camisa, que queda colgando debajo de mis glúteos.

Camino al baño para mis necesidades y para darme una ducha urgente. Me siento pegajosa de tanto sudor de anoche. Mi estómago demanda comida de inmediato, aunque sé que es demasiado temprano. Estoy dispuesta a tolerar a la ama de llaves, que se comporta como en los libros, con un sarcasmo que se siente tan imponente como la Gran Muralla China.

No entiendo qué problema tiene conmigo o si simplemente es el tipo de persona que no tuvo el hijo consentido que siempre quiso. Sin embargo, es joven, no anciana, así que estoy en duda.

Después de hacer lo habitual, me visto con algo cómodo y decido bajar a buscar un sándwich y algo de jugo de fruta.

Miro la hora en mi celular: son las 5:50 a.m., demasiado temprano. Tengo dos horas antes de ir a la empresa. Bajo las escaleras y escucho ruidos que inicialmente pienso que podrían ser de la ama de llaves, pero me sorprende encontrarme con otra cosa.

— ¿Mariana? — la miro asombrada al verla soltar un vaso de cristal, que se quiebra en el suelo.

— Janine, necesito ayuda — dice, caminando hacia mí y abrazándome.

— ¿Qué sucede, hermosa? — deshago el abrazo preocupado. — ¿Quién te hizo...? Oh no, Mariana, no me digas.

— Dedúcelo — responde, limpiándose las lágrimas.

— ¿Alexis? — pregunto, y Mariana se tapa el rostro.

— Jamás pensé que haría esto, Janine. Dios santo, todo estaba tan bien. Alex es el amor de mi vida. ¿Eso es querer? ¿Por qué es así conmigo? ¿Lo engaño o le doy motivos de desconfianza?

— Mariana... — tomo sus manos — ¿han tenido sexo sin tu consentimiento?

— Yo... — dice, mirando al suelo, confirmando mi sospecha.

— Tranquila — le digo, — vamos a ducharte.

— No soy una bebé — responde, mientras camina conmigo hacia el baño. — Puedo bañarme sola, Janine.

— Está bien. Cuando termines, te pasaré algo de ropa.

— Gracias — me dice, abrazándome nuevamente.

— De nada — le sonrío. — Ahora eres parte de mi familia, Mariana, y estoy aquí para ti.

— Mi hermano tuvo suerte por encontrarte.

— Yo tuve suerte — respondo, sonriéndole.

— Salgo enseguida — dice, cerrando la puerta del baño detrás de ella.

Sálvame: El cambio que hace el amor verdadero a alguien con corazon de HierroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora