Capítulo Único

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La primera fotografía fue tomada en 1826, en Francia. Cuarenta años después, consiguieron que el color se manifestara en las imágenes.

Tomó cuatro décadas descubrir la forma de añadir los diferentes tonos que la luz podía reflejar.

Sin embargo, una sola noche fue suficiente para conseguir el efecto contrario en los ojos del pilar del viento.

La noche en la que casi toda su familia fue masacrada, los grisáceos orbes, que le permitían visualizar el mundo, se convirtieron en viejas cámaras que solo mostraban sosos paisajes en blanco y negro.

—Como si eso me importara.

Frunció el ceño para enfocar su visión en la oscuridad de aquella noche. La leve iluminación que otorgaba la luna, que en términos normales hubiera sido suficiente para diferenciar árboles y arbustos, era casi inútil.

Ya había visto al demonio. El muy malnacido, como lo llamaría él, se había ocultado en el bosque al lado de la aldea que le habían encomendado. No era un demonio muy inteligente, pero sí veloz, y tenía fuertes instintos. Además, ningún otro demonio podía esconder tan bien su presencia.

Cuando sintió un fuerte golpe en su pecho que lo empujó varios metros, supo que el demonio lo había embestido. Tanta fue la fuerza que terminó impactando contra un árbol e incluso sintió un par de roturas en sus costillas.

Sin embargo, ese fue el fin del demonio.

El monstruo comenzó a generar sonidos extraños, como si no pudiera controlar sus movimientos, cual ebrio. Gracias a aquello, el de cabellos blancos supo que el demonio estaba pocos metros frente a él. Empuñó su verde sable y llenó sus pulmones de aire.

—Respiración del viento, segunda postura: Garras de viento purificador.

Con notable habilidad y sin movimientos desperdiciados, ejecutó cuatro cortes en el cuerpo del demonio. Uno le cortó el brazo derecho, otro el izquierdo, el tercer corte dejó al monstruo sin piernas y finalmente el último lo decapitó.

Sonrió con inevitable soberbia, sabiendo que el cuerpo inerte del demonio se estaba convirtiendo en ceniza. Para Sanemi, no había nada que odiara más que aquellas criaturas que le quitaron todo.

—¡Craww! ¡Craww! ¡Sanemi Shinazugawa, craww! —llamó la tosca voz del cuervo—. ¡Dirígete a la Finca de las Mariposas para sanar tus heridas! ¡Craww! ¡Son órdenes de Oyakata-sama!

—Tch.

No veía al cuervo. El ave, con su plumaje negro, se camuflaba muy bien con la oscuridad de la noche. Solo escuchaba su molesta voz, la cual le daba indicaciones, de nuevo, molestas.

Él había sufrido distintos cortes profundos en su cuerpo durante misiones anteriores, cortes que aún no se cerraban del todo y estaba muy seguro que el olor de su sangre especial fue lo que hizo que el demonio se mareara. Tras la quinta misión seguida, no era de extrañar que lo hicieran descansar por unas semanas mientras se recuperaba. Sin embargo, Sanemi quería matar demonios.

—Recibido.

Aún así, él nunca se negaría ante tal orden, pues Ubuyashiki, quien se había ganado su respeto, lo mandó. Aquella ya era razón suficiente, pero no era la principal.

La Finca de las Mariposas era un lugar hermoso. En primavera, los insectos que le daban el nombre se posaban en las múltiples flores que adornaban el lugar, volviéndolo uno digno de admirar.

Por supuesto, el pilar era un caso a parte.

Sanemi ni siquiera se molestó en mirar el jardín, solo veía manchas blancas y negras. Cuanto más intenso fuera el color de los pétalos, más oscuro se veían a sus ojos. Incluso el reflejo del cielo en el estanque decorativo era de un tono gris oscuro.

Con sus ojos, no se podía describir de otra forma.

—Ah, Shinazugawa-san.

La pelinegra de casi catorce años, quien compartía apellido con la dueña de la finca, había salido justo cuando el de cabellos blancos se acercaba a la puerta.

Su cabello era corto y estaba recogido sobre su nuca con un prendedor de tonos grises con forma de mariposa. Sus ojos eran de distintos tonos cenizas y se asemejaba a los de un insecto.

—El cuervo avisó de su llegada —dijo la joven, luego dirigió su mirada al amoratado pecho del pilar—. Espero que se recupere pronto. Tengo una misión ahora, así que, si me disculpa.

Shinobu se alejó con el ceño fruncido. No estaba enfadada, ella solo era así. A Sanemi no le importaba, ya que él mismo era la personificación del mal humor.

Avanzó con hastío por los pasillos, cuyas paredes compartían tono con las nubes antes de una tormenta. Él seguía sin ver la necesidad en sanar sus heridas, pues seguía de pie y había soportado peores males. Eso era lo que tenía en mente mientra caminaba por el suelo entablado de color humo hasta llegar al estudio principal, el lugar donde seguramente estaba la persona que buscaba.

La puerta estaba entreabierta, por lo que no temió en abrirla algo más. No entró en la habitación, pero pudo ver con claridad a la mujer sentada frente a un amplio escritorio, dándole la espalda. Por el movimiento de su hombro y brazo, supo que ella estaba escribiendo algo, pero ni la distancia ni el angulo le permitían ver qué era.

—Kocho —nombró él, llamando su atención pero sin alertarla.

La joven detuvo su movimiento y se dio la vuelta para verlo, no sin dirigirle una cálida sonrisa.

Sus labios. Casi siempre curvados, de un natural tono rosa, rozando el rojo.

—Shinazugawa-kun, bienvenido a la finca.

Kanae se levantó de la silla, su melena se balanceó junto a aquel movimiento.

Su melena. Tan oscura y lisa como larga, llegando ha rozar delicadamente su espalda baja. Siempre adornada con dos prendedores de mariposa de tonos verdes y rosas.

—Esas heridas no tienen buena pinta, volviste a pelear sin recuperarte del todo, ¿verdad? —regañó, entre enfado y preocupación, cuando sus orbes se fijaron en sus heridas.

Sus ojos. Como dos inocentes amatistas, que ni en sus momentos de más grande ira podían evitar transmitir calidez.

—No son graves.

—Si ese fuera el caso, no estarías aquí —concluyó, justo antes de acercarse a él y agarrar su mano derecha—. Sanaré tus heridas. Venga, vamos.

Su espalda era lo único que veía mientras era arrastrado, o más bien, el haori que la tapaba, casi tan hermoso como ella. Con colores tan cálidos como el verde, rosa e incluso algo de turquesa, haciendo juego con la temática de mariposa.

Incluso su delgada figura hacía semejanza a la del insecto, dándole a ella un aire elegante, pero débil y frágil. Sin embargo, no podía estar más alejado de la realidad.

Y eso era lo que llamaba su atención.

La espada en la cintura de la mujer no mentía. A pesar de tener su misma edad, Kanae se convirtió en pilar antes que Sanemi, lo que implicaba haber vencido cincuenta demonios o haber matado a uno de los doce demonios más fuerte, pero nunca la vio demostrando el más mínimo dije de soberbia a aquellos de inferior rango.

Es por aquello que, a pesar de que sus ojos eran como dos cámaras viejas, en su mente y corazón, Kanae era la única que podía hacerle recordar y ver los colores que casi olvidaba.

—Puedo caminar por mi cuenta.

Por supuesto, nunca lo admitiría.

Blanco y Negro [Kimetsu no Yaiba] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora