Héctor
Creo que recordar que en ese momento se me nubló la vista, el salón de casa empezó a dar vueltas, a hacerse más grande, no sabía si mi pulso pretendía parar o hacerme colapsar. Si bien la noticia de que a Olivia le quedaban menos de seis meses de mi vida me había destrozado a pesar de intentar mantener la entereza frente a ella, la verdadera noticia de que estaba embarazada me había hecho sentir tan confuso en cuanto a mis sentimientos que no me atrevía a decir nada y ella me miraba con el ceño fruncido a la espera de una reacción y no, no quería decepcionarla, no quería dar marchas atrás, perder posiciones.
Era una vida nueva, era un hijo de mi hermano, una parte de él que hacía acto de presencia contra todo pronóstico y sin fecha de caducidad. Pasaría a formar parte de nuestras vidas, sería un miembro más de nuestra familia. Y si fuera el hijo de otro hombre no dudaría un segundo, pero haría de padre con un niño que en realidad era mi sobrino y que yo no sabría cuándo podría decirle la verdad. Porque Olivia me odiaría y ya estaba empezando a prepararme para eso, ya empezaba a hacerme a la idea. Sin embargo, no podía provocarle ese dolor a una criatura tan pequeña, si no podía confiar en su propia familia, eso ya suponía destrozar los pocos cimientos que había empezado a construir, eso era algo que no podía perdonarme ni en esta vida, ni en las siguientes.
El problema más inmediato era que no había pasado siquiera un minuto desde que me había comunicado la noticia y ya quería acariciar su vientre, sentía que quería que naciera cuanto antes para acunarlo en mis brazos.
— ¿Puedes decir algo? — Preguntó ella un poco alterada, perdiendo los nervios.
Tomé aire y busqué su mano para acariciarla y tratar de transmitirle la calma que nos faltaba a ambos, la calma que había salido huyendo de esta casa, que yo le había arrebatado a esta familia apareciendo. Y esto era así, si yo no hubiera aparecido, mi hermano estaría con Olivia y siendo testigo de la evolución del embarazo de su primer hijo.
Y la quería con todo mi ser y quería formar parte de esa vida, quería no solo ser una ayuda, quería ser el padre de ese bebé que crecía en sus entrañas, que hacía que su piel brillara, comiera helado y pan de pipas a deshoras, que la hacía esconder libros que suponía que eran para aprender a enfrentar la maternidad y que me miraba con miedo a que me diera la vuelta y no volviera.
— Estoy acojonado, pero tengo ganas de abrazarte y la certeza de que yo no me voy a ninguna parte, que yo quiero estar con vosotros.
Se le cayeron un par de lágrimas, a mí también y nos abrazamos. Reímos y nos miramos, y vuelta a empezar, en un bucle que nos duró varios minutos. Llevó mis manos a su vientre y me dejó acariciarlo. Iba a ser la mejor madre del mundo. Cómo me hubiera gustado que la mía pudiera ser testigo de aquello y saber que Tristán no me odiaba por querer asumir su lugar, porque yo no quería quitarle su posición, en cuanto yo pudiera decirles la verdad a todos. Si Olivia me lo permitía, sería lo que ellos me dejaran ser.
Mi padre irrumpió en la casa y se apoyó en el marco de la puerta. Se limitó a sonreír, como si él ya lo supiera, porque él poseía una intuición privilegiada. Olivia se deshizo de mi abrazo y llegó hasta él. Él miró su vientre y ella asintió. Puso las manos sobre él y cerró los ojos con una sonrisa imborrable.
— Muchacho, hay que ponerse las pilas con la habitación de mi nieto.
Y así fue, durante días nos pasamos las tardes pintando la habitación más cercana al dormitorio matrimonial. Ella ya había visto varias revistas de muebles para la habitación. No obstante, mi padre se empeñó en sacar la cuna de Tristán de su casa, repararla y ponerla a los pies de nuestra cama.
Nada mejor que la cuna de su padre para acompañarlo en sus sueños, para velar por su descanso y su tranquilidad.
A Olivia le había dado por dormir al revés en la cama, con la cabeza en la parte de los pies porque el ventilador de techo le daba directamente, pero no quería que encendiera el aire acondicionado. Por mi parte, me levantaba un rato antes todas las mañanas para preparar un desayuno fuerte antes de que se fuera a trabajar. Mi progenitor no se quedaba de brazos cruzados y le insistía en que se terminara todo lo que preparábamos. Aún había días en los que se levantaba con náuseas y tenía que salir corriendo al baño. Empezó una rutina de echarse crema cada noche para que no se le quedaran las estrías después del embarazo y yo tenía que mirar hacia otro lado porque a veces ella me miraba de reojo como si su verdadera intención fuera provocarme. Ponía esa sonrisa de lado que no le daba pie a mi autocontrol y yo acababa marchándome al baño unos minutos hasta que terminaba o buscaba cualquier pretexto para no ser víctima de aquella tortura.
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DE ALGUNA MANERA
Roman d'amour3 meses. Un reencuentro Secretos. Mentiras. Silencios. Pasado. Muerte. Nacimiento