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Hyunjin lo conoció una tarde lluviosa.
Aquella pequeña plaza parisina se perdía en la infinidad de paraguas que la adornaban.
El pelinegro observaba atento a través del cristal de aquella pequeña cafetería del centro de la ciudad francesa.
Todo parecía tranquilo en ese instante, mientras se perdía en las palabras de amor que Neruda le transmitía sobre las páginas de Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Hwang leía con destreza, desviando cada cierto tiempo su vista a la taza de chocolate caliente sobre la mesa y desviándola a sus labios.
Y, entonces, lo vio.
Un pequeño chico de mirada chispeante y sonrisa metálica que corría entre la multitud. Lo observó fascinado, viendo su pequeña figura cruzar las calles apresurada. Los cabellos castaños se le pegaban a la frente a causa de la lluvia, sobrecargando de ternura su apariencia.
El chico llegó a la puerta de la cafetería en la que Hyunjin, como de costumbre, pasaba la tarde.
El pequeño castaño cruzó el umbral de la puerta soltando un suspiro cansado. Parecía aturdido, fuera de lugar.
Hwang reparó entonces en sus rasgos asiáticos, y comprendió que seguramente era un turista.
El chico avanzó, hasta sentarse en una pequeña mesa a escasos metros de Hyunjin, que sintió cómo el aire se le atascaba en los pulmones.
Un mesero no tardó en acercarse a él, preguntándole con su excelente acento parisino qué deseaba tomar.
El pequeño castaño hizo una mueca, y trató de explicarle en inglés que no entendía el idioma.
Hwang reconoció enseguida el acento de Busán que portaba el chico y sacó su poca valentía para intervenir en la conversación:
—¿Eres coreano?—habló, aún siendo consciente de la respuesta.
El contrario lo miró desconcertado, pero aún así asintió.—Acabo de llegar a la ciudad y no sé ni una pizca de francés.—explicó.—¿Tú podrías ayudarme? Porque no tengo ni la menor idea de qué ha dicho.—preguntó con una sonrisa tímida.
Hyunjin asintió, también sonriendo.—Ha preguntado qué quieres tomar.—le explicó.
—Oh, ¿podrías pedirle un chocolate caliente, por favor?—pidió, y el contrario se giró hacia el francés que los miraba expectante para acatar la orden del menor.
Este le agradeció con una sonrisa, y Hyunjin pudo ver entonces los brillantes orbes casi desaparecer con el gesto.
—¿Te gusta Neruda?—inquirió, con los ojos brillantes.
—Estudio literatura.—asintió el pelinegro.
—Yo solía leer un montón de poesía cuando era adolescente.—se sinceró, con las mejillas coloreadas de un tierno rosado.
Hyunjin lo observó unos segundos más.
Aquella tarde ambos chicos conversaron animadamente, y escaparon de la lluvia como pudieron cuando el de mayor estatura acompañó al perdido castaño como pudo a su piso.
Esa noche Hyunjin escribió sobre él.
Escribió sobre sus ojos y sobre su sonrisa, sintiéndose avergonzado por ello.
Pero la admiración derrotaba a la vergüenza.

"Eras todo un enigma.
Con tus chispeantes orbes y tu brillante sonrisa.
Eras la mayor incógnita que en mi soñadora mente resplandecía.
Y, mientras corríamos escapando de la negrura del cielo que nos perseguía, decidí que me moría por saber todo sobre tu figura que en mi mente sin vergüenza se establecía, sin ser consciente de en esta su estadía."
-H.H

parís [hyunin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora