Su respiración era agitada, su ritmo cardíaco aumentaba, y las gotas de sudor corrían por cada parte de su cuerpo. Solo se podían escuchar esas risas, esas voces y esos sonidos tan macabros que la venían atormentando hace ya mucho tiempo. Estaban llenos de odio y de rabia.
Las voces y las risas aumentaban y aumentaban cada vez más rápido en volúmen y en cantidad. Ya no lo podía soportar más. Estaba cansada y agitada. Por más que corriera, las risas y las voces perduraban y aumentaban cada vez más en el ambiente; y los sonidos se hacían cada vez más fúnebres y espectrales.
No sabía con certeza en donde se encontraba, pero de algo sí estaba segura: tenía que salir de ahí lo más rápido posible. No sabía cuánto más iba a poder aguantar.
Se sentía mareada. No estaba segura si era por el sonido tan fúnebre y espectral que le producía espanto, o era por el olor nauseabundo que emanaba de aquel suelo bajo sus pies.
Un estruendoso sonido hizo que la chica salga por un momento de sus pensamientos; pero por más estruendoso que fuese, no fue capáz de hacer que pare de correr. El sonido era similar al de un órgano, tocando música fúnebre, mezclados con varios maullidos de gatos y varios gritos de personas llorando desesperadamente por causas y razones desconocidas. Todo esto al mismo tiempo.
El correr sin descansar, el olor nauseabundo que el suelo emanaba, las risas y las voces macabras, los sonidos fúnebres y espectrales, y ese estruendoso sonido... todas estas cosas la colmaron de asco y de desesperación; y esto le bastó para pararse en seco y ponerse a vomitar.
Estaba asqueada, tenía sed, quería agua; pero lo que más quería... era que se acabe esta tortura.
Ya no sabía qué hacer. Recorría con la vista el interminable laberinto lleno de sufrimientos y flagelaciones en el que ella se encontraba para ver si es que un milagro ponía una puerta de escape a una vida sin torturas.
Corría y corría, pero no había salida. Estaba confundida, no sabía qué hacer.
El lugar se sentía gélido y frío, como si la misma señora de traje negro que se alimenta de tu alma en la hora de tu muerte estuviera presente allí.
Estaba asustada, así que decidió sentarse y tomar un descanso.
Se sentó, y después... nada. Ya no sentía nada. Tanto física como espiritualmente, tanto lo bueno como lo malo, ya no sentía nada. Se sentía incapaz de mover hasta la más mínima parte de su cuerpo, pues tampoco las sentía.
Tampoco sentía esas risas tan macabras que se alimentaban del dolor de la chica; esas risas que salían de la boca de la gente y que volvían a renacer dentro de su mente... ya no las sentía.
Ya no podía sentir ese cariño que sentía por su familia, que aunque solo estuviera compuesta por su padre y su hermano de 3 años, era una familia muy unida.
Ya no se sentía asustada, ya no tenía miedo.
Lo único que sentía era la pura nada.
Lo siguiente: como si una fuerza misteriosa, por empatía hacia ella, la ayudó a cerrar sus ojos y a desvanecerse.
**********
Al abrirlos nuevamente, se dió cuenta de que se encontraba en un lugar muy distinto al anterior: era cálido y seguro.
Se incorporó y afinó su sentido visual: se encontraba en su cama, en su habitación.
La habitación contaba con un escritorio en "L", un computador, 2 camas de una plaza cada una, una mesa de noche con un velador encima, un balcón con una hermosa vista que, en las tardes, divisaba un bello atardecer, un baño y dos roperos.
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Verónica
HorrorUna joven asesinada, un collar desaparecido, el espíritu merodeando en la escuela... ¿Podrá descansar en paz, o seguirá atormentado a la gente por el resto de la humanidad? Historia dedicada a Nicole Landó.