-¡Kenia! Saca cien pa' mandar a arreglar los retrovisores del coche.
-¿Por qué? ¿Qué tienen? He estado conduciéndola estos días y no me he dado cuenta de ningún daño.
-Dámelos Kenia, yo sé lo que hago. El coche parece un basurero a toda hora. Te crees muy ecologista guardando envolturas de cuanto te comes. Tan quisquillosa que eres con la casa ojalá fueras así con el coche.
Dos billetes de veinte, dos de cinco y uno de cincuenta que se esfuman sin retorno del elegante bolso de Kenia, que usa casi todos los días por cuenta de la apretada situación económica que atraviesan, desde que su esposo la convenció de que el clientelismo de un frío despacho municipal era mucho más rentable que aliviar las molestias de sus pacientes en un modesto consultorio clínico.
Cinco billetes que se cuelan en la cuenta del olvido, una excusa más que se acumula en el baúl de las excusas cada viernes por la tarde y una mentira trastabillada a la que Kenia vuelve a resignarse.
Augusto, guarda el efectivo en forma de rollos evitando la fatiga de usar su billetera, que suele llevar vacía sin más que un par de fotos viejas de fondo azul. Toma las llaves del coche y con cierto aire de triunfo dibujado en su rostro, acomoda los espejos y emprende su huida del mundo que eligió hace 24 años.
Tuto, como lo conocen sus amigos, estudió ingeniería civil en una universidad pública. Pero, a pesar de su reconocido talento como constructor, sus notas durante la carrera no eran precisamente las de un chico prodigio. De hecho, su pobre rendimiento académico reflejaba, para muchos, un futuro profesional poco prometedor. Un promedio de 3,6 reñía con el de Kenia, una odontóloga 7 años más joven y que ostentaba los primeros lugares en su carrera.
La hija menor entre dos hermanos varones, Kenia creció en medio de los golpes físicos y humillaciones que su padre le propinaba a su mamá cada vez que regresaba de viaje, pero del que se refiere aún hoy como un hombre responsable -con las necesidades materiales de su casa- y promotor de buenas costumbres, aunque su conducta a menudo desdijera de ello.
Sin embargo, no sólo la figura paterna influyó en Kenia. Su niñez y adolescencia estuvo marcada por sus hermanos: Fabio, un hombre noble, protector y, Wilson, trabajador y temperamental. Los dos jugaron un papel fundamental en su visión frente a la vida, pero de manera especial, con el paso de los años la personalidad de Fabio marcó la suya profundamente. Fabio fue el héroe inédito de Kenia, quien pensó sería el ejemplo de su único hijo varón, ahora de 23 años, introvertido y sin advertirlo, creciendo con ademanes cada vez más parecidos a los de su padre.
Para Kenia no es difícil adivinar el destino de Augusto. Cuando la rutina en casa asfixia con las necesidades diarias, él no encuentra otra forma de escape que varias cervezas con amigos o alguna cita clandestina con otra persona, en cuyo rostro las ojeras no encuentran asilo pues no conocen el cansancio de los días de escuela y las infructuosas jornadas de trabajo, a espera de alguna cita en un caluroso despacho municipal.
ESTÁS LEYENDO
DEL APEGO Y MIL ABSURDOS
Short StoryCuando el narcótico del apego seduce a Isabel, se abre el abismo para su primera generación. Mientras el destino de Fabio es lapidado por la impunidad, Kenia, su hermana, intenta salir con vida del destino que ha elegido. Sin embargo, los principios...